No se va a producir ese apocalipsis de la civilización que conocemos
CUADERNO DE EXCEPCIÓN- DÍA 76 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN- DÍA 76 ·
Por suerte para mí, de esta crisis del coronavirus vamos a salir sin que dejen de existir los ordenadoresHe olvidado, tras años usando el ordenador, las pocas destrezas que tenía para escribir a mano. Cada vez me cuesta más. Cojo el bolígrafo como quien agarra un hacha en lugar de un bisturí. Cuando lo deslizo sobre el papel dejo un rastro de garabatos, ... algo que se parece a un jeroglífico que ni yo mismo, pasado un tiempo, sé descifrar. Tengo que esforzarme hasta el sudor para que las palabras tengan, una a una, todas las letras que les corresponden. Cuando me descuido, me salto alguna. Enseguida me sale una raya que finaliza de forma precipitada en un adjetivo. O hago trazos tras los que es imposible adivinar una vocal o una consonante. Con el teclado no lo hago mucho mejor, pero con la conversión a formato digital de mis pensamientos se nota menos. Digo que no lo hago mejor porque lo aporreo con violencia utilizando solo dos dedos. Así aprendí con una máquina de escribir que ahora descansa, como una vieja gloria relegada a la nostalgia y la decoración, sobre un aparador de la casa. No he sabido corregir esta torpeza. Hace años que dejé de intentarlo. No importa. Mi mente no sabe ir más rápido. De poco me serviría la velocidad de la más precisa mecanografía. Casi mejor que mis limitaciones me obliguen a ir despacio.
Pienso en todo ello porque me han pedido dos poemas manuscritos para dos series limitadas que verán la luz dentro de un tiempo. Hoy he entregado el primero. Me ha costado mucho escribir ese poema a mano pensando en que se entendiera. El colmo es que lo he titulado 'Velocidad'. Los folios arrugados se iban amontonando encima de la mesa mientras pensaba en Cervantes, en Tolstoi, en Dickens y en sus larguísimas novelas escritas con una simple pluma. Yo, en mi plena incapacidad, no puedo escribir de forma legible unas pocas líneas. Maldije, por un momento, los ordenadores. Las comodidades, protesté en silencio, lo atontan a uno. Todo lo que no se hace, se olvida. Todo lo que nunca se ha hecho, no se sabe hacer.
Por suerte para mí, de esta crisis del coronavirus vamos a salir sin que dejen de existir los ordenadores. No se va a producir ese apocalipsis de la civilización que conocemos. Las comodidades tecnológicas no van a desaparecer. Tampoco otras mucho más valiosas: ir a comprar la comida al supermercado, ahorrándonos el cultivo, la pesca o la caza; o la maravilla de abrir un grifo de la casa y tener agua fresca. Menos mal. Si acabáramos desamparados en medio de la naturaleza se descubriría de golpe toda mi ignorancia, se revelaría cómo lo que sé no sirve para nada. Y moriría sin remedio.
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