
Pedro Mari Sánchez
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Pedro Mari Sánchez
Después de un año y medio, Torrelavega será la última etapa de 'Plátanos, cacahuetes y Lo que el viento se llevó'. Una comedia inteligente que ... habla de cosas muy serias de forma muy divertida «porque las grandes contradicciones de los seres humanos se muestran ahí» y un reparto que proporciona al espectador «una experiencia que no van a olvidar». Así lo afirma Pedro Mari Sánchez, uno de los cuatro intérpretes de la obra dirigida por José Troncoso que hoy echa el cierre al teatro para adultos en el XXXV Festival de Invierno de Torrelavega (20.00 horas)
-Defiende con vehemencia la importancia de la palabra.
-Sin duda. La construcción del mundo es debida a la palabra pronunciada. Esto es un hecho, no una opinión. En todos los mitos de la creación del mundo, la palabra está presente. Hasta que se inventó la imprenta, todo se transmitía oralmente. Es muy importante. Creemos ahora, en esta sociedad hipercomunicada aparentemente, que tiene menos importancia, pero la palabra pronunciada puede crear mundos y destruirlos.
-Viene a Torrelavega con un montón de palabras en la voz de un personaje. Es complicado meterse en los entresijos de un clásico como este?
-Es fácil porque esta historia, Ron Hutchinson lo sacó de las memorias de Ben Hetch, mi personaje, grandísimo guionista de la época de los 30 a los 50 de Hollywood. Contaba como Selznick le llamó un día de madrugada a su despacho para decirle que ha parado el rodaje de 'Lo que el viento se llevó'. Despidió a George Cukor y contrató a Víctor Fleming para que reescribiera una historia que no se había leído y no le interesaba. En una semana reescriben el guion trabajando mañana, tarde y noche, sin dormir y comiendo plátanos y cacahuetes.
-De ahí el título
-Es real. Una locura de tres locos, más la secretaria, dentro de un torbellino en el que cada uno, con una pasión común que es el cine, lo sacarán adelante. Es fácil entrar porque ves la vida. Los enfrentamientos son reales. Ambos eran judíos pero entendían la vida de una forma distinta: uno un aventurero criado en las calles y el otro un intelectual comprometido socialmente. Muy distintos, pero unidos por el cine.
-Menciona su condición de judíos. En esta obra, aparte de esa locura, hay una parte de crítica social.
-Sin duda. Hollywood es en grandísima parte un invento judío. Beverly Hills tiene el nombre de la mujer del constructor del barrio, porque los judíos no podían vivir en el centro de la ciudad, tener propiedades, ni entrar en los clubs más exquisitos. Esta realidad social les forzó a inventarse un sueño, un mundo en el que querían integrarse desesperadamente. Ese sueño americano, toda esa industria, tiene mucho que ver con la imaginación de los judíos. La gran marea de judíos que huía del nazismo se fue para allá y creó el gran corpus intelectual de Hollywood.
-¿Es más difícil reconducir a un director, a un guionista o a un actor?
-Uy, hay muchos egos ahí en todas partes. Los rodajes nunca son fáciles; un proyecto cinematográfico es un milagro. Para que se empiece a rodar hay que poner de acuerdo a tanta gente que uno no se explica cómo llega el día en que uno dice «acción». Hay una locura y una entrega que es lo único que justifica la aventura. Rara vez va todo como la seda. Una creación artística colectiva, con maneras distintas de entender el arte, pasa por mucho hablar, descubrir necesidades y carencias de unos ante otros. Es un gran acto de generosidad, porque es dejar ver al otro tu parte más vulnerable.
-¿Mucho hablar y mucho escuchar?
-La capacidad de escuchar es una gran asignatura pendiente. Aprender a hablar conlleva a aprender a escuchar y a lo largo de nuestra historia una de las grandes batallas está en aprender a hablar bien; con sinceridad, con verdad, con compromiso y conocimiento del alcance que tienen nuestras palabras. Tenemos ejemplos en la historia de grandes pensadores que han ido llenando de preguntas o de dudas, materias que son esenciales para el ser humano, que es un ser social que en estos tiempos de la supercomunicación es cuando más soledad hay, tratada ya como una patología.
-Y como un negocio
-Qué te voy a contar. El gran negocio en el que la gente hace como que vive sin vivir y cree que la vida es la realidad virtual y así ocurren las cosas terribles que ocurren, al confundir ambas naturalezas.
-Vamos a cuando no había nada de esto: con los clásicos, de los que es un abanderado.
-He hecho mucho teatro clásico, afortunadamente. Y mucho contemporáneo. El buen teatro contemporáneo está fundamentado en estructuras muy sólidas del clásico, el que no tiene tiempo. . Hay formas de estructuras dramatúrgicas que van cambiando, pero lo que atraviesa el tiempo es que hay una verdad profunda que nace en el origen de preguntarse sinceramente qué hacemos aquí, qué somos, qué sentido tiene la realidad de lo que vivimos, si es que existe.
-Hemos hablado de teatro, de cine, de televisión y eso nos lleva al principio de todo, donde, en realidad, está la música.
-(Ríe) Bueno sí, yo empecé cantando. Mis primeras experiencias escénicas y artísticas fueron esas. Cantar en festivales, en programas de radio y de ahí a hacer cine. Grabé dos discos con Philips cuando tenía nueve años y de adulto, después de hacer el 'Rocky Horror Show', con un éxito extraordinario, me ofrecieron grabar discos. Hablé con varias compañías y definí un proyecto de trabajo con Polygram, que quedó en un disco que vendió 98.000 ejemplares, lo cual no estaba nada mal para un primer álbum que compuse yo, con temas míos, los músicos elegidos por mí, que era una de las características que más aprecio de aquel proyecto. Fue una experiencia extraordinaria. La música tiene mucha importancia en mi vida y hace poco, hace año y pico, con 69 años, tuve la oportunidad de que me pusieran enfrente hacer una zarzuela por primera vez. Nunca había entrado en el campo lírico y Juan Echanove me llamó para hacer 'Pan y Toros', de Barbieri y así entre en este terreno que voy a seguir transitando, porque tengo un ofrecimiento para 2025 y este invierno estaré con la ABAO de Bilbao, haciendo Don Pasquale, con el papel del notario. Una aventura muy bonita de Emiliano Suárez, con la que estoy encantado.
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