
Estela De Castro
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Estela De Castro
«Te atraparé en el tiempo», escribe Estela de Castro (Madrid, 1978) al inicio de su serie 'Fotografxs', que define como el proyecto de ... su vida. Quería compartir espacio con Joan Colom, Cristina García Rodero o Ouka Lele. Aprender. Ahora son sus alumnos los que la miran con los mismos ojos de admiración. Algo que le cuesta encajar a alguien muy organizada en el trabajo y más «del tú a tú» con las personas. Como docente pasó por el Espacio Pablo Hojas de Casyc idonde impartió el taller 'Mirar, sentir, respirar' y es la imagen del mes en La Caverna de la Luz.
–¿Cómo es la Estela de Castro profesora? ¿Exigente?
–Lo único que pido en mis talleres es que la gente sepa utilizar su cámara en modo manual. Principiantes sí, pero que sepan poner el diafragma y la velocidad en su cámara sin darle vueltas y vueltas. No soy nada exigente; con que tengan ganas de aprender es suficiente.
–Y como alumna que ha participado en numerosos talleres, ¿qué considera clave?
–En mi caso, sobre todo estuve en una escuela, en Madrid, con el profesor Miguel Martínez y ahí fue donde aprendí casi todo. Me hice todos los cursos hasta que me echó porque dijo que ya no tenía más que enseñarme y me echó a volar. Después he hecho algún taller con Vallonhart, Momeñe, Molina, Moro… Más hablando de procesos creativos. Siempre con mucha escucha. Como vienen los alumnos a mis talleres. Es lo bonito; están muy atentos y así he ido yo siempre con esa atención y esas ganas.
–¿La escucha es importante también en su faceta profesional?
–Es súper importante, cuando estás retratando a alguien, escucharle, hacerle sentir bien, saber cómo se encuentra. Pero no necesito conocer a la persona. En un minuto me vale. Siempre pregunto su nombre para dirigirme a la persona, porque la gente, cuando le hablas por su nombre, se siente mucho más importante. Es más importante eso que conocer su personalidad, porque no creo que puedas sacarla de un retrato. Ni el alma. Es demasiado pedir para un retrato. Sí que tengo que dejar yo la mía como fotógrafa; mi forma de mirar, de componer, de ordenar… Y no es más fácil hacerlo a gente cercana o conocida, que además nos respetan menos (ríe).
–Sin embargo, según sus palabras, «entendía que la fotografía era retratar a las personas que comparten tu vida».
–Claro. Es lo que aprendí de mi padre de pequeña. Yo crezco con esos álbumes que se hacían antes, que para mí es lo más bonito de la fotografía. Fotografiar a quienes tienes alrededor, a los animales con los que vives, el entorno… Es la fotografía que hemos hecho todos y la menos valorada públicamente. De ahí nazco yo, de esa fotografía familiar y es lo que sigo haciendo.
–¿Qué papel ocupa la precariedad en este sector en el que se mueve?
–Mucho. Vivir de la fotografía es muy difícil. Me lo avisaron cuando empecé a estudiar. Me dijeron: vas a ser pobre, te va a costar un montón. Yo no lo hago por dinero y les digo a otros que no lo hagan por eso. Es un oficio en el que, hasta que consigues ganar algo tienes que invertir mucho tiempo y mucho dinero. Hasta que empiezas arrancar pasan muchos años y no es fácil.
–¿Tiene un recuerdo claro del momento en que decidió dedicarse a este oficio tan complejo?
–Con doce años. Estaba con unas amigas haciéndonos fotos con una cámara compacta y dije: me encantaría ser fotógrafa. Y ya está.
–Se la conoce especialmente por los retratos. ¿Es algo buscado o se da de forma natural?
–Al ser lo que veía, cuando cojo la cámara, entiendo que la fotografía es retrato. No existía otra cosa. Ni paisaje, ni arquitectura. Eran las personas de mi entorno y la forma natural de acercarme a la fotografía.
–Hoy existe una forma directa y constante de acercarse, a través de los teléfonos móviles.
–En el momento en que se inventan las cámaras los de Kodak y las familias empiezan a comprar, la fotografía se vuelve accesible a todo el mundo. Está muy bien para generar álbumes familiares, pero esa sencillez quita mucho valor a los fotógrafos. He vivido con ello y no me afecta.
–En Photografía Española Solidaria abordaba la inmigración. ¿Ha hecho la sobreexposición que ese tema ya no genere emociones a través de la imagen?
–Cuando empecé a hacer Phes, en 2017, había un movimiento brutal y mucha conciencia por quienes se ahogaban cada día en el Mediterráneo. La imagen del niño Aylan Kurdi, ahogado en la orilla de una playa, cambió un poco todo, hubo un movimiento de sensibilización que ahora ya no existe. Fue un proyecto muy bonito que hoy no funcionaría; te acabas acostumbrando al dolor ajeno y ya no te sorprende tanto.
–También hizo las fotos de Casa Real y dijo que, después de eso, podría resolver cualquier trabajo que le viniera por delante.
–Exactamente. Lo más bonito de ese encargo, que fueron once meses de trabajo, fue que aprendí un montón. A trabajar en equipo a encajar todas las piezas, que fue complicado; dónde lo hago, con qué luz, con qué cámara… Las fotos parecen muy sencillas pero hay mucho trabajo detrás, todo muy medido, porque si hay una connotación como la de ser los reyes, todo el mundo se fija más en los detalles y tienes que tener cuidado con el mensaje que das.
–En sus fotos hay un mensaje que tiende hacia valores positivos.
–En 'The Animals' he retratado animales víctimas de la caza, la explotación, la experimentación… Ahí sí cuento sus historias de maltrato y pongo en valor a las personas que les han rescatado y dedican todo su tiempo a ello, porque los animales les necesitan todos los días.
–En este ámbito, ¿hay más ego delante o detrás de la cámara?
–No sé. Yo tengo tan poco ego que no sé los demás (ríe). El ser humano va con el ego a todos lados y da igual que se fotógrafo, pintor o panadero. Creo que me he mantenido más o menos en el mismo sitio, con los pies en la tierra.
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