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«Lo más importante es que después de que lo vieran en el Ayuntamiento de Lleida se está reabriendo el caso. Importante para mí y para las protagonistas», dice Isabel Coixet (Barcelona, 1960). Las protagonistas de su documental 'El sostre groc' ('El techo amarillo') que ... se estrena hoy en Santander, son nueve alumnas de la veintena que sufrieron abusos sexuales por parte de uno de sus profesores y el directo del centro, Antonio Gómez, en el Aula de Teatro de Lleida entre 2001 y 2008. Hace cuatro años decidieron denunciar los hechos, pero el caso había prescrito. Ahora, además de estar nominado a los premios Goya y a los Gaudí, el trabajo devuelve la voz silenciada a las víctimas del caso archivado.
-La meta principal de contar la historia que relata 'El techo amarillo', ¿cuál es?
-Yo empecé con un sentimiento casi de ira, de furia, de injusticia. Cuando conocí a las protagonistas, empecé a averiguar cosas acerca de lo que habían pasado, cómo había sido todo en esa especie de conspiración alrededor de todo lo que tenía que ver con ese lugar, el Aula de Teatro de Lleida. Me parecía una gran injusticia. Sentía que lo que decían era verdad y quería transmitir esa verdad a la gente. Ahora, paradójicamente, con el documental, es como que todo el mundo las cree, pero yo sigo pensando; ¿por qué no las creíais antes? Algo que para mí era tan evidente y a lo que no se le había dado crédito. La cosa es que ahora sí. La investigación se va a reabrir y ellas, además de la justicia poética, con la que yo siempre contaba, van a tener otro tipo de justicia.
-Ellas han dicho que se sentían desprotegidas. ¿Contar esta historia ha sido importante para quitarles el estigma de la culpa?
-Claro. Primero, ninguna de nosotras ni nadie quiere ser víctima. La realidad no quiere a las víctimas, casi prefiere al maltratador carismático, al depredador. Yo siempre repito que prefiero gente anodina, que al menos serán mejores personas. Hay muchas cosas que tenemos que cambiar y hablo de mí misma también. Yo he dicho: ¿Por qué no pasan página? ¿Por qué denuncian ahora después de tantos años? Lo hemos pensado muchos y este documental es una lección, una manera de entender que las víctimas hablan cuando se sienten capaces de hablar y que deben hacerlo. Que los demás les exijamos una especie de comportamiento impoluto, una especie de manual de la perfecta víctima, es muy injusto.
-En ese ejercicio de cambio colectivo, ¿cómo se invita al público a entrar en una sala de cine a ver un documental sobre abuso de menores?
-Soy muy consciente, yo la primera, de que el espectador cuando va al cine no quiere un discurso, ni una soflama, ni que le den consignas. Quiere ver una película. En ese sentido he sido muy consciente de que teníamos que construir una película que fuera el modelo de un thriller, de ir desvelando poco a poco la información, de mantener al espectador en la butaca. Hemos trabajado por ahí. Esto no es un auto de fe. Es un retrato de una colectividad concreta, de unos comportamientos concretos, de un manipulador casi de manual y una conspiración de silencio. En ese sentido, aunque solo lo hemos enseñado en San Sebastián, Toulouse y Holanda, y hemos visto cómo la gente se identifica con la historia aunque no sepa poner en un mapa dónde está Lleida. Hay cosas universales que se cuentan que afectan y hacen que afloren cosas en públicos muy diferentes.
-Habla de esa de colectividad y un elemento clave para avanzar en el desarrollo de estos hechos parece haber sido el concepto de grupo.
-Eso ha sido muy importante. Ellas, aisladamente, no hubieran llegado donde han llegado. Ni se hubieran sentido capaces de contar lo que les pasó. Estar juntas, hablar, darse cuenta de que sus historias eran muy parecidas... Porque ojo, algunas de ellas no se conocían porque son de generaciones diferentes. Haberse encontrado y haber puesto nombre a las cosas que pasaban ha sido muy importante. Ese concepto que empieza a estar tan denostado que es la sororidad, que es una cosa siempre contestada por muchos colectivos que dicen que no existe, que las mujeres no nos apoyamos y somos nuestras propias enemigas. Yo he visto que para ellas, estar juntas y apoyarse ha sido fundamental.
-Ha incluido material real de ese periodo. ¿Cómo ha sido trabajar con esas imágenes para crear el montaje del relato final?
-Ellas tenían muy poco material. La escuela había borrado todo su paso por el aula, todas las obras donde salían. Hemos tenido que ir haciendo un trabajo de orfebre, recurriendo a gente que guardaba grabaciones, cosas que contrastadas con lo que ellas iban contando tenían sentido y ha sido una labor de mucho tiempo. Casi un año de documentación, pero ha merecido la pena. Cuando alguien te dice que esto era como una secta, que él era un gurú, lo ves y te das cuenta de hasta qué punto es como ellas lo cuentan.
-Está nominada a los Goya, a los premios Gaudí, pero ¿dónde reside el triunfo global de este trabajo que se estrena hoy?
-Yo he aprendido mucho de ellas en este documental. He visto y sentido que la sororidad es real y el hecho de que de repente las crean, que de repente, toda la gente que ponía en duda lo que decían, al verlo todo junto, con el material de archivo, se den cuenta del error que han cometido, verlas a ellas dignificadas y respetadas, ese es el mejor regalo. Evidentemente me gustaría que nos dieran todos los premios, sobre todo porque para ellas es algo más que un premio. Es la sensación de: hemos contado lo que nos ha pasado, hemos luchado, pero esto trasciende nuestra historia y puede conectar con mucha gente y hacer que se replanteen muchas cosas. Eso ha sido sin duda lo más importante.
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