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En 1982, durante un curso organizado en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, Fernando Sánchez Dragó acuñó y se postuló como miembro de un grupo, el del Descubrimiento, del que se sentía consanguíneo ante la inminencia del Quinto Centenario del Descubrimiento de América.
Fue en el mes de julio, como él mismo recordaba en su libro 'Los años guerreros (1953-1964)', cuando la capital cántabra fue escenario de sus vaivenes. «Dirigía yo en esa ciudad un curso sobre novela española contemporánea acogido a la largueza de miras de Raúl Morodo, todo un caballero, dígase o no lo que de él se dice ahora, que en aquellos años, como rector magnífico de la Menéndez Pelayo, empuñaba el timón de esa universidad, hoy tristona, con la certera ayuda de Paco Bobillo», escribe. Corrían, según describe «los años libérrimos de la Santa Transición» y en aquel cálido verano santanderino, el autor tuvo tiempo para escarcear y dejar para la posteridad aquellas efímeras aventuras amorosas. Y recordaba: «A mí, en la prensa cántabra, me apodaban el Sultán. No miento. No era hipérbole. Llegué a dormir con siete chicas de buen ver y agradable hacer, mezcladas y amontonadas todas en el aposento de la polvorienta buhardilla donde nos alojábamos los profesores», en el Palacio de la Magdalena.
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Miguel Lorenci
Coetáneo de autores como Félix de Azúa, Manuel Vicent, Andrés Trapiello, Arcadi Espada o José María Guelbenzu, el escritor también pasó por el Ateneo. Allí estuvo Sánchez Dragó como conferenciante en noviembre de 1997, tal y como queda plasmado en las memorias de la institución que publicó Mario Crespo. «Además de las convocatorias incluidas en los diferentes ciclos, el estrado del salón de actos ha sido testigo de la presencia de conferenciantes de gran prestigio, cuya palabra se ha seguido con vivo interés por numeroso público», destaca. Esa era la segunda visita del madrileño quien también dejó su marca en el Libro de Honor del centro con el siguiente texto: «Para el Ateneo de Santander, después de una tormentosa travesía del Escudo, pero con la confortabilidad de encontrar aquí amigos, cómplices y compañeros. Con irrevocable amistad, en el día del alquimista San Alberto Magno».
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También se dejó caer por otros lares. En junio de 2008 presentó su libro 'Y si habla mal de España... es español', en una de las salas de Cinesa, donde clausuró el ciclo de actividades organizadas por el Corte Inglés 'Mujer al día'. Y ante un centenar de ellas, asistentes al acto, el escritor hizo de sí mismo. Ofreció una intensa perorata de hecatombes («el mundo se ha terminado»), reflexiones metafísicas («quien no es capaz de apreciarse a sí mismo no será capaz de apreciar a los demás»), muchas confesiones personales («tengo la mayor biblioteca privada del mundo») y crítica feroz («leer de adulto a Ruiz Zafón es patético»). Un infantilismo del que dijo no padecer.
Tres años más tarde, participó en la mesa redonda 'José María de Cossío y los toros' que la Fundación Botín organizó en La Casona de Tudanca. Estuvo acompañado por Andrés Amorós, catedrático de Literatura Española y crítico taurino y el matador alicantino Luis Francisco Esplá.
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