
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Sus intenciones intelectuales, de pensador que traza una radiografía de nuestro tiempo, tienen algo de hoja de ruta. Aún caliente su 'Ciberleviatán', confiesa que le ... gustaría «contribuir a hacer evolucionar el liberalismo hacia un liberalismo crítico». Tal es así que ya anuncia un próximo libro que profundizará en esa dirección. Pero el santanderino José María Lassalle (1966), exsecretario de Estado de Cultura y de Agenda Digital, acaba de diseccionar con incisivo bisturí lo que llama en su nuevo ensayo 'El colapso de la democracia liberal frente a a revolución digital' (Arpa). «Decepcionado y preocupado» de lo que, ya desde fuera, representa la vida política, Lassalle camina entre tormentas de ideas y foros de pensamiento antes de volver de lleno a la docencia. Su 'Ciberleviatán', prologado por el historiador y escritor mexicano Enrique Krauze, es en el fondo un libro-advertencia sobre la pasividad social colectiva ante «el tsunami digital». Ex coordinador del Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos de la Fundación Carolina y exdirector de esa institución, durante catorce años se ha movido entre la práctica política y la actividad académica. Autor de varios estudios, ha emprendido con su nuevo ensayo una carrera que conlleva una llamada de peligro: quien no esté alarmado por el tecnopoder en torno a los datos «es que ya está lobotomizado digitalmente».
-'Ciberleviatán'. Suena a distopía y a temblor apocalíptico...
-Suena a desvelar sin filtros las contradicciones culturales y las desigualdades que acompañan la revolución digital y sobre las que nadie habla. La revolución digital es el origen de los malestares e incertidumbres que alimentan los populismos. Está aboliendo la revolución francesa y la revolución industrial y nos estamos quedando quietecitos.
-¿El suyo es un ensayo advertencia, una anticipación analógica ante una inundación digital?
-Es advertir de que estamos a tiempo de que la democracia controle el tsunami digital y lo someta al imperio de la ley.
-¿La conclusión es que vivimos en una democracia ficticia, quizás virtual? ¿Pero eso ya sucedía en el pasado provocado por otros factores?
-La democracia liberal corre el riesgo de ser abolida en sus fundamentos por aclamación. La técnica cuestiona ya la idea misma de ciudadanía, porque el sujeto político está siendo llevado a una permanente minoría de edad. Se cuestiona a diario la experiencia colectiva del Imperio de la Ley, porque nos gobiernan los algoritmos, que son los verdaderos soberanos. Nos estamos convirtiendo en un proletariado digital que solo tiene el derecho a estar conectado y ser consumidor de contenidos y aplicaciones que nos desapoderan de nuestra capacidad de gobierno sobre la libertad. De hecho, nuestra capacidad de decidir, incluso en el amor, es asistida por el 'big data' y la inteligencia artificial, que nos ayudan a ser más eficientemente nosotros.
-¿Estamos en el umbral de un nuevo totalitarismo?
-Sin duda. Estamos ya alojados dentro de un panóptico que sabe todo de nosotros. Un Leviatán que nos ha acostumbrado, sin rechistar ni preocuparnos, a vivir controlados y vigilados las 24 horas del día.
-Los pesimistas, quizás realistas, concluyen que siempre ha habido 'quien decide por nosotros'. ¿Qué opina?
-La democracia ha sido hasta ahora una activista eficaz del cambio y el progreso. Está dejando de serlo porque la revolución digital está decidiendo sin consultarnos. Entre otras cosas, vamos a tener que explicar a las generaciones más jóvenes educadas en el especialismo universitario, el dominio de idiomas y la experiencia de viajar, que esta inversión formativa no sirve de nada. ¿Por qué? Porque la revolución digital ha introducido la inteligencia artificial y los robots. Hoy en día un bot puede maximizar los beneficios bursátiles en un nanosegundo, haciendo inservible el trabajo de un broker formado en Harvard que da órdenes de compra y venta mediante un clic que tarda más de un segundo. La aplicación Watson de IBM está despidiendo a abogados en los Estados Unidos. Pronto la rabia de los taxistas ante Uber se proyectará también sobre todo al empleo especializado y profesional. Ya lo advirtió Obama en su discurso de despedida presidencial en 2016.
-¿Cuál debe y puede ser la reacción del ciudadano?
-Exigir que la ley y la democracia controlen este proceso de transformación digital. El hombre no será prescindible mientras pueda dar sentido a las máquinas.
-¿El fracaso de la democracia liberal es la falta de diálogo?
-El diálogo es fundamental para que pueda existir la democracia liberal. Sin él no existe el otro ni tampoco la empatía que hace posible su respeto mediante el pluralismo y la tolerancia.
-Dice Enrique Krauze que «la nuestra es una libertad asistida, que no es auténtica, pues no solo auxilia, sino que controla». ¿El poder tecnocrático no deja de ser otra forma de poder, o posee connotaciones más alarmantes y finalistas?
-Estamos sujetos a un tecnopoder que monopoliza los datos que existen sobre nosotros, que los administra a su antojo y que tiene la llave del flujo de las aplicaciones y contenidos que hacen posible la cotidianidad sobre la que hacemos nuestra vida. Quien no esté alarmado por esto es que ya está lobotomizado digitalmente.
-Habla de cibermutación. ¿Qué instrumentos permitirán enfrentarnos a este cambio global?
-La revolución digital es también una revolución ontológica que afecta a la identidad del ser humano. Mutamos dentro de nosotros porque la técnica hace que renunciemos a la experiencia de ser cuerpos con capacidad para sentir y pensar. La retirada del cuerpo, que ha sido el soporte de lo humano, que nos ha recordado al hacernos sufrir y celebrar que somos humanos, demasiado humanos, es la antesala hacia un transhumanismo que cree que la vida humana sólo está en la conciencia y que ésta puede transferirse a un chip y hacernos inmortales. Es muy difícil impedir esta mutación de la identidad si vivimos conectados a la realidad desde la intermediación constante de las pantallas.
-¿Hay que entender que la revolución digital carece de factor humano al que aferrarse?
-La revolución digital todavía necesita el factor humano. Cuando deje de necesitarlo nos pasará como en 2001, una odisea del espacio; Blade Runner o Matrix.
- «Sublevación liberal y pacto entre la técnica y el hombre». ¿Qué condiciones deben darse para lograr tal armonía superestatal?
-La sublevación liberal consiste en devolver al liberalismo su activismo crítico y radical frente al poder. El hombre tiene que pactar con la técnica a partir de un principio de corresponsabilidad mutua que se base en derechos digitales, propiedad sobre los datos y la arquitectura de una república digital que controle los algoritmos e instituya una estructura de igualdad que nazca de un nuevo reconocimiento de lo que Rawls denominaba la posición original de cada hombre en su acceso a la ciudadanía. Tenemos que convertirnos en ciudadanos digitales. No en esclavos digitales.
-La tecnología como objeto de opresión... y ¿hay que augurar que la ciencia lleva camino de idéntico posicionamiento?
-Claro. La nanotecnología o la biotecnología no podrían entenderse sin la revolución digital. Por eso hay que controlarlas legalmente. Estamos jugando a ser dioses sin reglas.
-El poder de las grandes corporaciones ya existía, ¿qué le hace diferente al digital?
-Que no está regulado a pesar de que se han convertido en monopolios. No se aplica la legislación antitrust a corporaciones que desarrollan procesos de cartelización masiva sobre las nuevas 'commodities' del siglo XXI: los datos. Por cierto, hemos desarrollado un capitalismo cognitivo sin propiedad sobre la fuente de riqueza de la economía de plataformas: los datos. No sabemos dónde empieza la propiedad de lo mío y lo tuyo. ¿Soy dueño de las fotos que están en mi teléfono y alojadas en una nube? Si las imprimo, desde luego, pero el día que no pague a Google por el alojamiento de nube, ¿qué sucederá con la vida personal que he grabado en imágenes que no son mías?
-¿Las redes sociales están ejerciendo un efecto contrario?
-Absolutamente. Están creando multitudes digitales que practican una nueva forma de crueldad. La empatía-cero es el sustento habitual de los diálogos a cuchillo en Twitter o los monólogos egocéntricos de Instagram...
-¿Es el 'big data' el nuevo Gran Hermano?
-Es una de sus herramientas. Con los datos se nos hace predecibles y mañana se nos hará sustituibles.
–Desde su gestión como secretario de Estado de Cultura hasta hoy ha pasado el suficiente tiempo como para que puede trazar una síntesis del Santander cultural y sus perspectivas...
–Daría para un ensayo. De hecho, estoy con un proyecto que reflexiona sobre la política cultural de nuestro país. No en balde soy, después de Javier Solana, quien más tiempo ha estado gobernando la cultura de nuestro país. Por eso creo, modestamente, que soy uno de quienes mejor la conocen. Entre otras cosas porque tengo el vicio de cartografíar como un personaje de Borges lo que veo... Eso me permite decir que Santander puede convertirse en un lugar de referencia global en temas culturales. Tiene un ecosistema cultural único. El proyecto está, avanza lento, pero podría materializarse si se despojara –y perdón por lo que voy a decir– de toda la mediocridad que lo gestiona. Falta masa crítica intelectual dentro del corazón del diseño. Eso hace que a ratos parezca una cáscara vacía. Le faltan las conexiones globales al relato y eso no se improvisa. Hay que tener mentalidad poliédrica y ver las cosas desde los ángulos de un mundo y un tiempo que no sabe de provincianismos.
–¿Dejó la política o la política le dejó a usted?
–Abandoné emocionalmente la política el mismo día que Rajoy dejó de ser presidente. Cuando acepté ser secretario de Estado por segunda vez en 2016, lo hice con el compromiso de estar dos años y que después me iría. No se puede estar en política más de ocho o diez años. Y yo he estado catorce. Así que cuando prosperó la moción de censura, se adelantó en seis meses lo que ya era una decisión. Ayudé a mi amiga Soraya Sáenz de Santamaría a que fuera la heredera de Rajoy y tras su derrota en julio de 2018 encontré la excusa perfecta para materializar sin ningún sentimiento de culpa una decisión que había tomado y que venía madurando desde mucho tiempo atrás. Retornaré a la docencia con el curso académico, aunque estaré unos meses con una 'fellowship' en All Souls, en Oxford.
-¿Los escritores, los poetas, los verdaderos relatores tienen posibilidad de enfrentarse a la falta de sustancia del relato de libertad?
-La cultura tendría que ser uno de los reductos en los que la libertad, asociada a un cuerpo que sienta desde las emociones, de la batalla al Ciberleviatán.
-Entre las 'fake news', la demogogia y el populismo, ¿quedan resquicios?
-Sí, todavía hay pensamiento crítico y capacidad de proyectarlo. Si no, ¿qué es esta entrevista sobre mi libro?
-¿Pensaba igual cuando era secretario de Estado de la Agenda Digital? ¿Se muestra impotente o desbordada la gestión política?
-Convencí al Mobile World Congress de que ubicase en Barcelona lo que denominé un Davos digital que reflexionara sobre estos temas y que es el origen del Digital Future Society que arrancó este año. Pusimos en marcha la comisión de derechos digitales que presidió Tomas de la Quadra y que ha dado lugar a una obra colectiva de casi mil paginas publicada por el BOE. Y creamos las comisiones de expertos para elaborar sendos libros blancos que abrieran un debate público sobre algoritmos e inteligencia artificial y sobre brecha general digital. Este es un asunto especialmente sensible porque hoy hay menos mujeres en las carreras STEM que hace diez años. Mi frustración es que él mismo día que prosperaba el 'impeachment' contra Rajoy, se impidió que se constituyera la comisión de expertos que iba a empezar a diseñar el Plan Nacional de Inteligencia Artificial.
-Permítame la nota humana. ¿Frente a los datos datos y algoritmos, solo caben las emociones?
-No, cabe una inteligencia que siga reivindicando sus anclajes corpóreos y sensibles. Así como un relato de libertad que no renuncie al derecho a equivocarse y a desarrollar una vida propia basada en el ensayo y el error.
-¿Es usted ahora Lassalle 3.0?
-Soy, y perdón por la 'boutade', un liberal frankurtiano que está pensando cómo refundar críticamente el liberalismo. Quiero contribuir a lograr la emancipación de un ser humano que está siendo normalizado por la técnica. Eso pasa por limitar el único poder de verdad que existe en el mundo: el Leviatán digital. Y para hacerlo hay que estar dentro, hacerse 3.0... O mejor, 5G.
-¿Qué opina del paisaje político entre comicios?
-Decepcionado y preocupado. Lo reflejo en mis colaboraciones en prensa. No me gusta lo que veo. No me reconozco en ello.
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Ana del Castillo
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