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Carmelo Gómez camina silbando por los pasillos de La Magdalena. Parece un caminar ligero. Se ha quitado, hace tiempo, el cine y la televisión de encima −más bien, matizará luego, una forma de hacer cine y televisión− y ha pregonado en entrevistas y a los ... cuatro vientos cuán liberado se siente. En la UIMPdirige el taller de interpretación 'Ahora en verso' y eso quizá sea lo que le hace silbar. «Da gusto ver a la gente con tantas ganas de aprender. Es lo más valioso», dice de sus alumnos. A Santander llega tras recitar a Lorca en el homenaje que Granada rinde al poeta.
–¿Qué les enseña en este curso a su alumnado, de qué posición parten?
–[Silba] Lo primero es entender el verso desde la normalidad, entender que está en en el cuerpo, igual que la prosa. Nosotros expresamos aquello que el lenguaje ya no puede contar, y en el verso mucho más porque todo está en clave poética: está elevado a metáfora, a un mundo subliminal. Comprensión del texto en sus términos semánticos, en lo que dice, que no es poco en el clásico, y dentro de una bella cobertura de rimas, estrofas, acentos: eso que es bastante complejo ha de quedar claro. Es un punto de arranque y un mundo desconocido para casi todos. Y que sepan que, a partir de eso, hay una vida.
–Apuntaba Alberto Conejero, que recibe el jueves el Premio La Barraca, que algunos males son consecuencia del arrinconamiento de la poesía.
–Esa es la queja de casi todos los poetas. Le ha pasado como a Lorca: está escribiendo teatro, con una identidad muy propia, porque de eso no puede vivir. Es verdad que la poesía no está cercana a nosotros. Él esta viviendo eso con dolor, por un lado está muy premiado, pero, por otro, se pregunta: ¿voy a poder seguir viviendo de esto? Es la pregunta que se hacen todos. Todo el mundo quiere que haya nuevos dramaturgos, que siga habiendo poetas que nos desvelen cosas, que nos ayuden a entender lo bello; una mirada sobre la vida. Pero, no tenemos ninguna capacidad para mantenerlos. Entiendo el dolor que él tiene, un dolor muy antiguo.
–Gira con 'Todas las noches de un día', de Conejero. ¿Qué representa Conejero para el teatro?
––Aporta la palabra y el poder invocador de esa palabra. Es un teatro nuevo, aunque esto es muy antiguo, pero antes sí que había muchos personajes para contar cualquier historia, a través de los conflictos se narraba. Ahora se narra exclusivamente con la palabra. Hay un poder nuevo, y una nueva forma de entender la dramaturgia. Y creo que él es uno de los exponentes en ese sentido: el más valiente, el más renovador, muchos siguen su estela. Es necesario que haya un buen escritor para que la invocación merezca la pena, para que vayamos al teatro a dejarnos llevar por las imágenes que nos proponen. [Añade más adelante:]Hacen falta Conejeros, gente brillante, con capacidad, que tenga la posibilidad de mirar por delante de todos nosotros que somos más pequeñitos.
–Buscar a Carmelo Gómez es encontrarlo en el teatro, en talleres, de nuevo en el teatro. ¿Son estos ya sus lugares fijos para la interpretación?
–Sí, y ya está. Ya no voy salir de este círculo vicioso [ríe]. Estoy a gusto aquí, y de hablarlo sabido antes… Antes estaba pagando demasiadas cosas, y necesitaba el cine todavía. Pero el cine no me hizo tan feliz como está haciendo todo esto. Estuve a gusto e hice cosas bellas e interesantes, películas que ve todo el mundo, y por las que me reconocen. No reniego del cine, pero ahora estoy encontrando una paz que no tenía cuando el cine desapareció y empezó lo audiovisual televisivo: la 'tv movie', y de ahí a la 'superserie' y de ahí al serial. Es un mundo castigador para un trabajador, es picar piedra. Tuve suerte: estaba en un terreno económicamente seguro, y me pude dedicar a algo que me gusta mucho y me hace palpitar. Trabajo como un animal, pero estoy muy satisfecho.
–Al cine, entonces, no vuelve porque no quiere.
–No quiero. Nos hemos entendido muy bien: al nuevo mercando no le gusto, y él a mí tampoco. Estamos todos supercontentos de habernos conocido y de habernos divorciado. De repente, el otro día, me propusieron una cosa en las plataformas…[se detiene un momento].
–¿Netflix o HBO...?
–Netflix, a mí me mola Netflix [ríe]. El problema eran las cadenas ,que ya la palabra lo dice. Las cadenas nos estaban martirizando, nos han convertido en esclavos; nos han humillado, despreciado, han querido cambiarlo todo, cuando realmente todos están politizados. Las cadenas están haciendo un daño tremendo al audiovisual. Pero ahora han aparecido otras plataformas, y me dicen mis compañeros: la forma de trabajo es completamente distinta, esto vuelve a parecerse al cine; es verdad que no se cobra mucho, pero el trato está muy bien; y se rueda un capítulo en un mes y no en una semana; hay decorados reales y volvemos a salir a la calle a hacer series. Entonces, me está picando un poco la curiosidad. Lo que ocurre es que veo este guion, y había un personaje sobre un fracasado que me gustó mucho y lo voy hacer...
–Lleva un tiempo en el que parece haberse desnudado de correcciones políticas para mostrarse rebelde, contradictorio, herido incluso.
–Ha sucedido en el momento en que perdí la fe, y, sin embargo, no perdí la vida. Tuve que continuar. Lo quise dejar todo, pero me di cuenta de que dejarlo todo es precisamente lo que están esperando de mí, de todos nosotros. De repente, no me voy, me quedo. Aunque haya perdido la fe sigo teniendo ganas. No voy a tirar la toalla, tengo ganas, algo pasará, no sé dónde. Todo está en un punto muy delicado: hay un cambio climático implacables, un cambio social implacable. Es muy probable que vuelva el pueblo a tomar posesión de la realidad; se atisba pero no se ve. Y hace falta que haya gente que esté ahí para agarrar eso. Porque, desde luego, no 'podemos', no 'voxemos', no 'pepemos', no 'pesoemos'. No son capaces.
–Usted nació y creció en Sahagún. ¿Cómo asiste al debate sobre la España vaciada, la despoblación?
–El campo siempre fue un núcleo de casi... tradición, pero está tan vapuleado que no sé si queda eso. Era un lugar donde determinados valores no se devaluaban con el paso del tiempo; volver al campo era una idea romántica pero a la vez una necesidad biológica. El problema es que volvemos al campo y lo vemos todo derruido, destruido. Eso tiene que ver con la falta de políticas. El haber abandonado la zona rural parte de una política de caciquismo y de mediocridad que hace a un pueblo más pequeño. Yo creo que hay que tener más miras de futuro, y eso no está solo en la ciudad.
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