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Agustín Pardo de Santaya fue, además de pintor, fue escultor y modelista de miniaturas militares. Andrés Fernández
Retrato de un artista poliédrico

Retrato de un artista poliédrico

Perfil ·

Se cumplen 25 años de la muerte de Agustín Pardo de Santayana, un singular pintor, escultor, dibujante y modelista cántabro

Sábado, 26 de septiembre 2020, 07:45

La de Agustín Pardo de Santayana fue una trayectoria creativa y vital singular, tan variopinta como heterogénea, a medio camino entre el mundo del arte y su faceta de empresario de la hostelería, siempre marcada por su carácter bohemio, curioso y acogedor. Proveniente de una familia natural del valle de Soba, el polifacético artista, de cuya muerte se cumplen ahora 25 años, nació en Santander en 1923 y desde bien joven demostró un gusto y un talento innatos para el dibujo, que con los años y tras formarse en Madrid, donde fue el primero de su promoción, acabarían por convertirse en vocación. No fue, en cualquier caso y pese a la ingente obra que dejó, un artista al uso; si durante décadas se dedicó en cuerpo y alma al arte y logró forjarse una sólida reputación, con los años, aunque nunca dejó de crear, su faceta artística fue quedando en un segundo plano.

A lo largo de su prolífica trayectoria creativa, Agustín Pardo ahondó en géneros y técnicas muy diversos, desde la pintura a la escultura o al modelismo. Inició su faceta creativa por la pintura, llegando a ser un destacado retratista, pero se negó siempre a encasillarse y desarrolló también numerosas obras de carácter paisajístico o marcadas por su enfoque social. Su capacidad para capturar en sus cuadros la esencia de todo tipo de personajes le llevó a firmar retratos tanto de destacadas figuras de la sociedad cántabra, caso del poeta Gerardo Diego, al que retrató en 1953, de Víctor de la Serna o del pintor Antonio Quirós, como de figuras desconocidas a través de las que compuso todo un retrato de su época. Entre ellas, por ejemplo, se cuenta el retrato, realizado años después, de una joven gitana que durante años acudió a su restaurante -el Picos Pardos, ubicado en El Sardinero, el primer italiano que abrió en la capital cántabra- y a la que siempre, según explica Benito Moreno, cocinero del local y gran amigo del artista, ofrecía alimentos y algo de dinero para que pudiera subsistir.

El artista realizó su primera exposición, que se celebró en el Ateneo de Santander, en el año 1945, en plena postguerra civil española, y en la que destacó un retrato de su padre, Arístides Pardo.

«Los niños son los más difíciles y los hombres los más fáciles. Las mujeres ofrecen más obstáculos»

Esa primera etapa marcaría para siempre su personalidad, en especial debido a su viaje a París en 1962, donde residiría cinco años alternando varias estancias en Roma, donde en 1964 expuso en la famosa galería Vía Margutta con su cuadro 'Rapto de Europa', por el que recibiría una medalla de oro. Fue también en Italia donde realizó sus primeros murales, una especialidad de la que también dejó buenas muestras en su ciudad natal. En esos años conocería a la que fuese su esposa, la francesa Marie-Jose Sabiani, con la que contrajo matrimonio en 1966. En una entrevista de aquella época, el propio Pardo afirmó realizar «unos 300 cuadros al año», en los que invertía «dos horas en cada uno». De ellos, destacó los retratos realizados a personalidades como «Eduardo Aunós, Glenn Ford, Inés de Borbón, la Duquesa de Arce o Charín Peñamaría».

EL ARTISTA

  • Trayectoria vital Agustín Pardo de Santayana nació en Santander en 1923 y falleció en esta ciudad en 1995.

  • Pintura Destacó sobre todo como retratista, pero también realizó obras con un enfoque histórico y social.

  • Otras disciplinas También fue escultor, principalmente en barro, y un destacado modelista de miniaturas militares.

Regreso a España

Si en su juventud Agustín Pardo de Santayana demostró su carácter bohemio y apasionado -fue gran amigo y compañero de viajes y aventuras del futbolista cántabro Gento-, tras casarse y regresar a su tierra natal el artista sentó la cabeza. Benito Moreno, quien trabajó con él más de 15 años, destaca el papel fundamental que jugó su esposa tanto en la apertura del mítico restaurante santanderino como en la transición hacia una forma de dedicarse al arte quizás menos intensa, pero más organizada y metódica, algo por lo que siempre la estuvo muy agradecido.

Antes de regresar a Cantabria y abrir su negocio, Agustín Pardo y su esposa pasaron varios años en Madrid, donde el cántabro destacó de nuevo por sus retratos, muy demandados entre la sociedad de la época en la capital española. Tras su época en Francia, los casi diez años que Pardo vivió en Madrid fueron también de los más prolíficos, tanto por la cantidad de obras que realizó como por la diversidad de las mismas. A su juicio, declaró por aquel entonces, «un pintor debe conjugar valores plásticos, sensaciones que se producen en su época y reflejar la actualidad social en toda su integridad».

«No soy partidario si no enriquecen la pintura. La mayoría de la gente no entiende esas obras»

Destacó entre otras la serie de cuadros realizados en el entorno del Rastro, que expuso en Santander en 1977, un año antes de su regreso definitivo. Fue en aquella época en la que el artista quiso sobreponerse a la etiqueta de retratista, adentrándose en una nueva etapa marcada por su interés por los paisajes urbanos y el desarrollo de una paleta cromática mucho más amplia y versátil: «Ahora me centro en una pintura hecha en la calle; escenas del mundo del Rastro, vendedores con sus imágenes típicas rodeados de objetos típicos en la pintura de bodegones: es una marca de la gente», afirmó por aquel entonces. A su entender, aquellas obras se podían «encuadrar dentro de una corriente impresionista que pretende conservar la línea de una pintura española, llena de tipismo, picaresca, castiza».

Evolución pictórica

El uso del color se convirtió durante aquel periodo en una de sus grandes obsesiones: «Me interesan los colores luminosos, intento buscar la luz. La luz me preocupa». Su objetivo no era otro que conseguir que su obra estuviera «llena de espontaneidad, de ligereza». «En muchos casos -afirmaba- el cuadro es solo un apunte». Pese a esa búsqueda y voluntad por innovar, Pardo no comulgó con las nuevas corrientes pictóricas: «No soy partidario de la pintura de vanguardia si no enriquece verdaderamente a la pintura. (...) En mi opinión esto no es pintura, destruyen el oficio», señalaba con rotundidad en otra entrevista de la época. «La belleza estética puede estar en gustos, pero creo que la mayoría de las personas no entienden esta manera de pintar».

Una vez asentado en Santander y con el Picos Pardos a pleno rendimiendo, donde era habitual verle hacer pequeños dibujos que luego regalaba a sus amigos y clientes, Agustín Pardo continuó investigando nuevas disciplinas y géneros. La escultura fue uno de ellos. En aquel periodo realizó un gran número de obras de pequeño formato y exquisita factura, principalmente en barro pero también en otros materiales como el bronce. En ellas volvió a demostrar su habilidad y dominio de la siempre compleja figura humana, que volvió a retratar pero esta vez capturándola desde las tres dimensiones. Bustos y escenas cotidianas fueron sus principales motivos, con las mujeres y los niños como principales protagonistas de sus numerosas obras.

«Un pintor debe conjugar valores plásticos y reflejar la actualidad social en toda su integridad»

Su carácter ecléctico y su versatilidad creativa también le llevaron entonces a desarrollar otra faceta creativa que con los años terminaría convirtiéndose en una de sus señas de identidad, como el modelismo. En aquellos años, el artista cántabro creó una amplísima colección de figuras de soldados de plomo de todo tipo de ejércitos y épocas, con especial predominancia del español. Aunque adquirió muchos de ellos, que se dedicaba a pintar con todo lujo de detalles, también elaboró con sus propias manos muchas de esas figuras. Fruto de esta pasión acabó realizando diferentes exposiciones de estas miniaturas militares, con las que reconstruyó en grandes maquetas destacados momentos históricos. Gracias a su calidad y fidelidad, y también al esfuerzo de amigos y compañeros como Benito Moreno, una parte importante de estas colecciones se conserva y exhibe desde hace años en el Instituto de Historia y Cultura Militar, ubicado en Madrid.

Agustín Pardo de Santayana falleció el 26 de septiembre de 1995 a los 72 años de edad en Santander, dejando tras de sí una obra tan amplia como diversa en la que demostró con creces su condición de artista consumado que, como buen artista, hizo de su dedicación al arte un auténtico arte.

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