Ni 'revolución ni mutación'
Medio siglo de mayo del 68 ·
Carlos Nieto | Filósofo y ensayistaSecciones
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Medio siglo de mayo del 68 ·
Carlos Nieto | Filósofo y ensayistaNo puede ser más gráfico: «A través de mi memoria veo a los» grises «patrullando por los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras –sin contar a la policía política camuflada como estudiantes–, formando parte de su paisaje. Recuerdo que a media mañana nos reuníamos en el hall, acompañados por algunos pocos profesores, entonando el Gaudeamus igitur, lo que alguna prensa de entonces calificaba de canción subversiva en lengua extranjera». Sobre el campo minado de la historia Carlos Nieto pisa fuerte. La observación, el estudio, el análisis, la reflexión y la disección priman sobre la evocación y la experiencia personal.
Entre artículos y conferencias el pensador e historiador de la Filosofía se da una vuelta por el pasado, en plena conmemoración de un tiempo de cambios que, en este cincuenta aniversario, merece revisar. El autor de «Memoria e interpretación. Ensayos sobre el pensamiento moderno y contemporáneo» lo tiene claro: «Mayo del 68 no fue ni una revolución, ni tampoco una mutación», como proclamaba uno de sus grafitis. Lo que queda de ese espíritu, a modo de legado, es un poso cultural que cambió para siempre las relaciones interpersonales».
Nieto (Santander 1947), que en aquellos años cursaba estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense, no duda a la hora de visualizar ese legado que unos desmitifican y otro ensalzan: «El movimiento liberó a la sociedad de jerarquías y falsas autoridades; otorgó un valor a las relaciones sexuales; y democratizó las relaciones interpersonales potenciando los valores de un nuevo individualismo solidario».
Al catedrático de filosofía de Secundaria, ya jubilado, que ha abordado estudios y publicaciones sobre la Historia de la Filosofía Contemporánea y el Pensamiento Español Contemporáneo, orientando su investigación hacia cuestiones ligadas al lenguaje y el sujeto, el 68 le pilló en la capital de España, donde cursaba la citada licenciatura, que compaginaba con estudios de Sociología, a punto de cumplir los 21 años.
Sobre aquel clima comenta: «Nadie podía sospechar entonces que nos encontrábamos ante una fecha que iba a ser mítica con el paso del tiempo, pues el 68 se ha convertido en una seña de identidad generacional en el mundo occidental que nos une e identifica a los jóvenes de entonces». Para aquel chico de provincias la llegada a Madrid resultó todo un descubrimiento y un aprendizaje, pues además de los estudios propiamente dichos, vivir en la gran ciudad representaba acumular nuevas experiencias y resolver diariamente retos inéditos. «La memoria de aquellos años se alimenta no solo del rancho barato de los comedores universitarios a mediodía, y de los bocadillos de calamares por la noche, sino de lecturas, conversaciones, tabaco negro y algún que otro cubata». Su paisaje estaba ya envuelto por las asambleas estudiantiles, las lecturas prohibidas y los sudores fríos que provocaba la dictadura.
«Fundidas quedan en la memoria, como un friso desordenado, pero de colores brillantes, las primeras manifestaciones obreras en Atocha; las carreras delante de la policía junto al miedo a ser detenidos; algún que otro pasquín; los Manuscritos de Marx; discusiones interminables hasta las tantas con ganas de cambiar el mundo; más lecturas de Marcuse; escarceos amorosos; tumultuosas asambleas estudiantiles; los autobuses E y F; la Biblioteca Nacional; noches en vela preparando exámenes»; el Prado; o «Cultart, que nos proveía de las últimas novedades bibliográficas que pasaban la censura, y donde abrí mi primera cuenta de librería».
El también profesor-tutor de la UNED en el Centro Asociado de Cantabria recuerda que de un modo u otro llegaban los ecos de París y hasta «habíamos leído las dos conferencias que Marcuse pronunció el año anterior en Berlín –rápidamente traducidas como el final de la utopía–, pero los intereses de los estudiantes españoles eran diferentes de los de los parisinos».
Carlos Nieto subraya que «lo que aquí queríamos era conseguir un papel representativo en la Universidad, esto es, un Sindicato Democrático de Estudiantes, lo que nos llevaba, inmediatamente, a luchar contra el franquismo».
El autor de «La conciencia lingüística de la filosofía» guarda con mimo, no obstante, la vivencia de un hecho histórico. Uno de esos intransferibles del «yo estuve allí: En la Universidad de Madrid (así llamada entonces) las Facultades donde se concentró la mayor protesta estudiantil, que yo recuerde, fueron las de Políticas y Económicas, Filosofía y Letras, Derecho, y alguna de Ciencias, como Físicas. Precisamente fue en Políticas donde se produjo el acontecimiento más relevante del Mayo del 68 madrileño, tanto en lo contestatario como en lo festivo, y el que yo recuerdo todavía con más emoción. La tarde del 18, que era sábado, nos reunimos unos seis mil estudiantes en el hall para escuchar cantar en catalán a Raimon, el más importante de los cantautores del momento, representando lo que entonces se llamaba canción protesta, y que ya era todo un símbolo de la lucha antifranquista».
Eran estudiantes, pero también obreros, unidos por unas siglas de sindicatos clandestinos, como Comisiones Obreras, «en un espacio en que se podían leer, hechas a mano, pancartas con todas las siglas posibles de grupos de izquierda, todas ellas, naturalmente, ilegales».
Finalista del Premio Internacional de Ensayo Jovellanos con 'La religión contingente', Nieto recuerda también la conmoción que ese mismo año provocó la detención del estudiante de Derecho Enrique Ruano, militante antifranquista, «cuyo asesinato por parte de la policía que lo custodiaba fue presentado por el Régimen como un suicidio, produciéndose una oleada de protestas».
Nieto recuerda que la protesta estudiantil se prolongó a lo largo del curso siguiente, donde se hizo más intensa, al punto de que los centros universitarios fueron ocupados por la policía. Y reflexiona sobre ese tiempo convulso: «Aunque la sociedad española de finales de los 60 había alcanzado un notable grado de desarrollo económico –sobre todo en el medio urbano–, este rasgo representaba una contradicción importante con el régimen político, que seguía actuando como la dictadura que era, lo que se puso de manifiesto con la declaración del Estado de Excepción a comienzos de 1969, confinando al destierro durante los tres meses que duró a algunos de nuestros profesores universitarios que entonces eran considerados como antifranquistas».
Y concluye, «más allá de acabar con la dictadura, la democracia liberal no nos entusiasmaba, no parecía estrecha, burguesa, anhelando una sociedad igualitaria, socialista. Gritábamos: la solución es la revolución. Eso era entonces».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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