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Fermin Muguruza se resume como un hombre emocionado tras llenar la Filmoteca de Santander con su última película, 'Black is Beltza', un filme de animación que recorre grandes hitos revolucionarios del siglo XX, y también situaciones de discriminación y violencia. En la película se viaja ... mucho, aparecen Malcom X, Emory Douglas, el Che. ¿Existen ahora referentes de esa talla? «Existen pero se les desconoce», responde Muguruza, y cita a figuras como Marielle Franco, concejala izquierdista en Río de Janeiro, asesinada en marzo. «Tenía gran carisma, enamoraba a la gente y la han matado».
Muguruza cumple 12 años en el cine y muchos más en la música, −en solitario y en bandas como 'Kortatu' o 'Negu Gorriak'−. La censura se manifiesta, explica, en situaciones como la polémica derivada de su entrevista en el 'Canal 24 horas' (TVE) o también en la 'Ley Mordaza': «Tenía que derogarse ya. Se acabó con esta falacia y ese despropósito. Libertad de expresión ante todo».
–Cuando comenzó a rondarle la historia, ¿ya sabía que sería un cómic, una película animada?
–Cuando empiezo a idear la historia tengo claro que tiene que ser animación, un género que me encanta, que tiene mucho por mostrar.. Y llama mucho la atención, porque estamos reivindicando, además, el método '2 D' tradicional. Hemos vuelto otra vez al dibujo, algo que he visto en el cine francés, en el europeo. Siempre he tenido en mente la animación porque, en primer lugar, te añade más fantasía, puedes añadir de tu imaginación. Y, por supuesto, imaginar una película de este tipo, en la que los gigantes de la comparsa de San Fermín desfilan por la Quinta Avenida de Nueva York era imposible para una película de ficción.
–En la película, la belleza está del lado de los revolucionarios. ¿Ha querido vincular belleza y verdad, al modo platónico?
–Qué interesante. Entre los policías hay quienes tienen también una estética atractiva... Me he enamorado de todos los personajes porque al trabajar y dirigir a quienes les han puesto voz, cada uno se ha elevado, se ha potenciado. Por ejemplo, el personaje del policía español, que es un tipo despreciable, también me parece interesante, y, cada vez que habla Ramón Barea, es como si se detuviera el mundo. Hay un estilo en cada uno, pero sí, toda la gente que quiere cambiar el mundo tiene una belleza implícita.
–¿Qué referencias cinematográficas ha manejado?
–En animación, hemos tenido muchas referencias. Una de ellas es 'Ghost in the Shell', de 1995, una película japonesa increíble. También '5 centímetros por segundo', muy interesante por el modo en que se coloca la cámara, como si el mismo Jim Jarmusch estuviera rodando. Está 'Akira', y una película que me dio el espaldarazo para seguir una línea, 'Vals con Bashir', que mezcla el documental de una manera interensantísima. También 'Chico y Rita'... Hemos tenido referencias de ficción, de películas que beben mucho del cómic, como 'Kill Bill'. Y están las que tienen una música tan marcada como en la nuestra, como 'Apocalypse Now', 'Trainspotting'. En la acción, está la saga de Bourne...
–¿Qué huella han dejado las revoluciones sociopolíticas de los años sesenta y setenta?
–En los años sesenta, se va viendo, aunque sea de manera tangencial, cómo hay una serie de movimientos en los que se reivindica el territorio del cuerpo como una zona, también, de placer. Sería la emancipación de la mujer, pero sería también la reivindicación sexual del cuerpo; la revolución, incluso, del orgasmo. Es defender que tiene que haber una revolución sexual, porque la revolución tiene que ser total, o, si no, no será. Es esa idea reivindicativa de Emma Goldman, quien decía que, si no se puede bailar, no es mi revolución. Las revoluciones tienen que tener también esa parte lúdica, esa parte artística. Y eso es un legado que nos han dejado esos años. En 1967 es un poco una explosión: a nivel musical, está Ottis Redding en el Festival de Monterrey, Joplin y Hendrix; se edita el 'Sgt. Pepper's', de los Beatles. En cine Buñuel edita 'Belle de jour'. Ese año García Márquez edita 'Cien años de soledad'... Son cosas claves que llegan hasta hoy. Aparece, además, el movimiento cultural vasco, representado por el gran artista y tótem de la música vasca Mikel Laboa. Nosotros recogimos el testigo de esa música que durante el franquismo fue censurada, salimos con el rock radical y sufrimos persecución.
–Aparecen en la película Joplin, Ottis Redding, Moondog... ¿Cree en el poder de la música como generadora de comunidades? ¿Lo experimenta así con 'Kortatu', y 'Negu Gorriak'?
–Absolutamente. Lo he experimentado desde el escenario, y desde el público, porque sigo siendo público, voy a muchos conciertos, hay mucha energía allí. A veces, solo estar en ese ambiente de luces, de farándula, de cambio de escenario... me provoca una sensación de pertenencia. Es imprescindible que exista la música, hay un poder transformador ahí, a mí me transformó la música.
–¿Qué significa para usted la disidencia, disidir hoy en día?
–Disidir es decir 'no estoy de acuerdo, no acepto', esa es la primera fase. La segunda es intervenir e intentar, en el campo en el que trabajas, moverte para que eso no exista más. Yo lo hago desde el frente cultural, haga una canción o una película, ese es mi frente para decir 'no estoy de acuerdo'. Esta película es un grito contra el racismo algo que, desgraciada e insoportablemente, seguimos padeciendo.
–¿Confía en el modelo de gestión de la SGAE, hay otra alternativa?
–Qué tema tan peliagudo. Creo que hay que defender los derechos de autor, soy parte de la SGAE... Creo que tendría que haber una intervención del Estado. Es radical decir esto, pero tendría que ser así. La desconfianza y el desprestigio que al final nos implica a los que pertenecemos a la SGAE..., debería de ser una cuestión estatal.
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