No se sabe aún si el coronavirus se tomará unas vacaciones cuando entre el estío
CUADERNO DE EXCEPCIÓN-DÍA 50 ·
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Quito el edredón de invierno. He tenido que morirme de calor en sucesivas noches (con la ventaja de que siempre resucitaba a la mañana siguiente) para animarme a guardarlo en el armario. Cuando se decretó el confinamiento, hace 50 días, la calefacción estaba encendida ... para mantener caldeada la casa. Creo recordar que hubo, ya confinados, algún episodio de lluvias torrenciales y granizo que me empujó incluso a encender la chimenea. Este domingo, en cambio, el día tiene más de verano que de primavera.
Me parece que hemos transitado por tres estaciones a lo largo de este estado. Este sol de mayo aprieta como si fuera de agosto y yo camino, rumbo al quiosco, buscando la sombra. A la sombra se está bien, fuera de ella el paseo se transforma poco a poco en una penitencia. No me extraña que muchos virus descansen en verano. Ojalá que también lo haga este que nos quita el sueño, este que nos ha dejado a todos paralizados, con cara de pasmo. No se sabe aún si el coronavirus se tomará unas vacaciones cuando entre el estío. Los científicos no se atreven a afirmarlo todavía. Me gusta cuando son prudentes y, desde su conocimiento, reconocen que no saben. Esa incertidumbre suya me da más confianza que la de aquellos que se expresan liberados de dudas y alzando sus certezas.
Veo que la gente anda nerviosa, dividida. Unos quieren salir a la calle y salen contentos. Otros quieren salir y salen con miedo, con gesto grave, como si estuvieran enfadados con los que pasean, junto a ellos, con alegría, como si estar alegre fuera una falta de respeto a los casi treinta mil muertos. Los que sonríen miran con menosprecio a los que andan preocupados, como si pensaran: las tragedias siempre han existido y la alegría no ha dejado de vibrar por ello. Exagerados, parecen decir unos. Irresponsables, se adivina en el gesto de los otros. Hay dos bandos, los que andan con mascarilla y los que no. En realidad, son tres los bandos porque están también los que, completamente aterrorizados, se quedan en casa aunque nos hayan dicho que ya podemos salir. A estos últimos los veo asomados a sus ventanas, me parece adivinar en sus ojos algo a medio camino entre la furia y la desesperanza. No me extraña que las cosas sean así y que la sociedad ande un tanto fragmentada en su forma de vivir esta experiencia. Si es difícil que una persona se ponga de acuerdo consigo misma, qué podemos esperar de varias decenas de millones de ciudadanos que se asoman, al mismo tiempo, a un acontecimiento de unas dimensiones que nadie imaginaba.
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