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Los precedentes suelen invitar al pesimismo. O al menos a un escepticismo crítico que, en cualquier caso, alimenta unos cimientos inestables. No es nuevo pero conviene decir con todas las letras que el clientelismo, la burocracia, la mediocridad política, el imperativo categórico de un provincianismo rampante han truncado proyectos, minimizado ambiciosas decisiones con futuro y frustrado iniciativas hasta orillar la ciudad en infografías y maquetas. Lo de Santander y la cultura ha tenido siempre mucho de virtualidad, de fuegos de artificio y calenturas históricas. Y ha pesado más la foto oportunista, el fogonazo fugaz y el vivir de las rentas. Entre lo enquistado y lo aparente, escasea el margen para imaginar ahora mutaciones radicales y todavía resulta más complejo concebir esos frutos propios de una evolución coherente, asentada y sólida.
El legado en bucle de esta mezcla de inercia apática y patología de la desazón es una brecha honda entre lo institucional y lo pequeño, entre lo público y lo privado, entre las programaciones y propuestas insertadas en una especie de limbo y el trabajo cotidiano de los creadores, ajenos o no reconocidos en esas hojas de ruta. El efecto de 2016 hizo visible ideas, personas y colectivos que estaban a la intemperie, pero cualquier estudio con perspectiva confirmaría que han sido más los espejismos que los posos. La fecha de 2025 no responde a ningún juego utópico, tampoco distópico. En ese tiempo se augura la coincidente puesta en marcha de equipamientos culturales de nueva factura y los de renovada fachada ya conocidos. ¿Cabe esperar que estén acompañados de eso que se llama política cultural (a veces eufemismo, otras oxímoron)? ¿Existen documentos 'secretos' que definan un proyecto de ciudad ad hoc?
Tanto el diálogo necesario para construir espacios culturales de convivencia como su gestión de futuro pasa por contar de verdad con las personas que vienen edificando el terreno cultural más fértil. Encender la ciudad, reinventarla –como dicen los viejos modernos– mediante luces de neón, nombres resplandecientes y reflejos deslumbrantes es mera fachada (y Santander lo ha sido en demasiadas ocasiones) si no va acompañado del apoyo y el protagonismo de la cultura más cercana, la de calle y la cotidiana, la cómplice y colectiva. El decorado se augura como mínimo llamativo y, si todo rema al unísono, el horizonte promete una transformación alentadora. Se combatió con éxito la estacionalización pero aún quedan correcciones de descentralización, superar agendas replicantes y priorizar los criterios y decisiones más pragmáticas en lugar de las más aparentes. Encontrar en la cultura la piedra filosofal del turismo, lo que otros han intentado como un mantra de la sociedad presente, se antoja mero comodín. Santander practica aún un funambulismo sobre una cuerda tensa pero frágil: la de abrirse definitivamente a su bahía. Algo mucho más importante que las marcas y los parques museísticos.
Javier Díaz Sociólogo y ensayista
Santander está experimentando una mutación paulatina desde la edificación del Centro Botín. Su forma y función están variando. La materialización de las infraestructuras culturales previstas renovará la economía de la urbe, la estructura social, la configuración del poder, el hábitat, el sistema cultural, la distribución del capital simbólico, la mentalidad colectiva y la vida cotidiana. Este cambio histórico supondrá un paso de gigante en la modernización social y espacial de la ciudad. Las nuevas generaciones desarrollarán sus vidas en un entorno dinámico y cosmopolita que alterará las visiones estáticas y localistas del pasado
El carácter universal de los proyectos culturales de referencia introducirá a la capital de Cantabria en un escenario complejo, aleatorio, desconocido: la competencia internacional. Tal transformación exigirá a los actores políticos y culturales (macro-micro) preexistentes, durante tanto tiempo acostumbrados a las rutinas de la estacionalidad, y al conjunto de la sociedad, una adaptación a la nueva situación. Igualmente, la interrelación entre el talento local retenido y aquel otro, atraído, de carácter foráneo, forjará un tejido profesional especializado, alejado de las prácticas parroquiales y clientelares. Igualmente, la conversión de Santander en un distrito cultural requerirá impulsar un Consorcio de museos, organizaciones y centros culturales con la finalidad de diseñar, entre otras tareas, una estrategia comunicativa común. Este proceso no será lineal. Conllevará desajustes, discontinuidades y fricciones. Sin embargo, será irreversible si las cosas se hacen con una moderada dosis de racionalidad. El desafío se antoja verdaderamente monumental, sino abrumador. Puede producir vértigo, incluso superarnos: la clave radica en seleccionar equipos de excelencia, imaginativos y experimentados. Si se construye una trama integral de esas características en los diversos espacios en construcción y reconstrucción, sean de naturaleza privada o pública, la nave irá. De lo contrario, toda la operación se reducirá a un decorado de cartón piedra de qualité, rentable y espectacular, sí, pero vacuo y redundante. Hay que elegir: O Cecil B. DeMille o John Ford.
La médula de esta modificación estructural debería ser la apuesta por la investigación del hecho artístico y sus marcos cívico-urbanos. A propósito de la ciudad y el arte: pienso en un Instituto transdisciplinar de las artes y la cultura, en un Laboratorio de Estética comparada, el sueño de Jorge Oteiza esbozado en Quousque Tandem …! (1963), un lugar de producción cognitiva y artística, e interacción conversacional, donde los diversos integrantes del mundo de las artes puedan pensar y hacer. Un organismo así sería la caja negra de esta fenomenal transmutación y una ventana reflexiva abierta al mundo del conocimiento, el único recurso que tenemos para guiar la Nave Espacial Tierra, que dijera Buckminster Fuller, hacia un lugar seguro.
Lidia Gil Historiadora del arte y gestora cultural
Frente a la naturaleza salvaje, que se muestra a sí misma en su espontáneo surgimiento, competitiva y dependiente del entorno, se encuentra la naturaleza cultivada, que el agricultor cuida y prepara para optimizar su productividad y recoger los mejores frutos.
Del mismo modo, la civilización occidental, sobre todo desde la ilustración y más popularmente en la contemporaneidad, parece convenir que cuanto más cultivado esté el ser humano y, por extensión, la sociedad, más capacitado estará para gestionar exitosamente su vida, convertirse en un ciudadano comprometido, ser consciente de sí mismo y ser capaz así de alcanzar ciertas cotas de felicidad.
Además, los gobiernos se han dado cuenta de que la cultura es también un motor para el desarrollo integral de la ciudad y una fuente de riqueza económica, así que son muchas las buenas razones para apostar por la cultura.
Lo cierto es que los apasionados del arte y la cultura nos frotamos las manos pensando en todo lo que parece que va a estar a nuestro alcance: fabulosas exposiciones, conciertos y espectáculos, interesantes instalaciones para la investigación, y supongo que también algo de empleo, esperemos que alejado de la precariedad habitual de los trabajos de la cultura.
Resulta raro que en este proceso en el que estamos de alojar importantes maquinarias culturales, parece que nos estemos preparando sobre todo para recibir mucho turismo, 'turismo de calidad'…
Espero que esta política cultural de altos vuelos dedique también sus esfuerzos y nuestros impuestos a potenciar y difundir a nuestros artistas, músicos, actores y bailarines. Quienes pactan y toman las decisiones deberían exigir siempre que cada institución que aterrice en la ciudad –algunas parecen tener esta vocación, otras para nada– dediquen parte de sus recursos y programaciones a los creadores de nuestra región, posibilitando así colaboraciones y sinergias. Las instituciones públicas deben ofrecer ayudas, talleres para crear, espacios de formación y trabajo, porque ellos son verdaderamente el potencial real de la cultura.
Y por supuesto, desarrollar y fortalecer las infraestructuras cercanas a las personas, en los barrios, en los pueblos de toda la región. Desplegar la cultura para lo que de verdad sirve y es necesaria, para generar comunidad, establecer comunicaciones sensibles, limar desigualdades, atajar la soledad no deseada y dar sentido al habitar en común. Esos espacios son los que deberían ser el buque insignia de una política cultural inteligente, ya que son los que de verdad cultivan a la ciudadanía.
Domingo de la Lastra Arquitecto y pintor
No resulta aconsejable tenerlo todo, para dar justo aprecio a lo que se posee. El santanderino se ha de sentir afortunado de vivir en un lugar bendecido por una geografía excepcional al que se le va a sumar un inimaginable despliegue de museos y centros culturales que aportarán un lustre incontestable. Al Santander de 2025 se le ha concedido todo lo que su oferta turística podría desear, y la sociedad estará satisfecha de sentirse la envidia de cualquier otra ciudad.
Somos herederos de una cultura hidalga y ganadera, donde se vigila con recelo que el vecino no corra un dedo la linde, se padece tristeza de bien ajeno y donde el amor propio campa por todo lo alto. Como el licenciado Vidriera de la novela cervantina, la peor de las afrentas es dejar a alguien en evidencia y es preferible morir de hambre que de vergüenza.
Aquí las casonas anteponen un enorme blasón en la portalada, aunque en el interior se viva de manera muy austera. Detrás de ancestrales tapias se esconde una realidad mundana y gris. En este sentido, seguimos siendo una sociedad muy puritana donde la apariencia es más importante que la esencia y lo que los demás piensen de nosotros pasa a ser la imagen que asumimos de nosotros mismos.
Como comentaba Ortega y Gasset en sus notas de viaje por las tierras del norte de España: En esta tierra de hidalgos el pecado capital no es la envidia, si no la soberbia, y eso nos impide aceptar que los demás puedan ser mejores. Por ello a los ciudadanos del 2025 les satisface tanto poseer los grandes museos que tendremos entonces, aunque apenas los visitemos, porque sentimos que si están ahí será porque nos los merecemos. Al mismo tiempo da la impresión de querer olvidar que el resto de la ciudad también es parte de nuestra identidad, aunque no la queramos mostrar, y quizás sea más veraz.
Santander está evolucionando hacia una ciudad exclusivamente de servicios, fundamentalmente de ocio para turistas y findesemanistas. La hostelería lo justifica todo, porque es el único recurso económico que nos ha sido concedido, para beneficio nuestro, aunque para servicio del ajeno.
En realidad, no somos dueños de nuestro destino. El futuro de Santander se dicta desde afuera, seremos la ciudad que a otros les interesa que seamos, y quizás sea mejor así, pues probablemente es lo que impide que cometamos graves equivocaciones, o que se nos ocurra tirar piedras sobre nuestro propio tejado.
En 2025 tendremos una excepcional infraestructura cultural, en gran medida diseñada para formar la imagen que los demás tengan de nosotros, y eso nos satisface y colma nuestras aspiraciones.
Marcos Díez Director de la Torre de Don Borja y poeta
Existen, me parece, dos realidades culturales diferentes en Santander. Por un lado, está el Santander de los grandes proyectos, esos que dependen de instituciones públicas y privadas. Por otro, el Santander de las pequeñas cosas que impulsan personas que viven y trabajan en la ciudad.
En lo referente a los grandes proyectos, tenemos los de siempre (UIMP, FIS, Palacio de Festivales, Filmoteca etc.), los que llegaron antes de ayer (Centro Botín, Gamazo, Santander Creativa o Escenario Santander, entre otros) y los que llegarán pasado mañana (sede asociada del Reina Sofía, Espacio Pereda, nueva sede del Mupac y el museo municipal que, tras el incendio, se está rehabilitando). En teoría, todo en marcha en 2025. No está mal para una ciudad de 171.000 habitantes. Hasta abruma. Me viene a la cabeza la imagen de las ardillas que, al parecer, podían en la antigüedad cruzar la península ibérica saltando de árbol en árbol sin llegar a tocar el suelo. Y pienso que en Santander, en un par de años, podremos cruzar la ciudad saltando de exposición en exposición.
En teoría, todo bien en 2025 por ese frente. O muy bien. Impensable hace dos décadas. Me preocupa, desde mi ignorancia, la derivada del turismo, que se intensificará, y los efectos que eso tendrá en los precios de los alquileres. Algo que ya se adivina. Lo hemos visto en otras ciudades, tiene un nombre (gentrificación) y se traduce en más población efímera y flotante y en menos residentes. Ojalá me equivoque.
Luego, como decía, está el Santander cultural de las pequeñas cosas, que es tan frágil como valioso y que dependerá en buena medida de que la población fija aumente (y se rejuvenezca) y de que no sea imposible vivir en el centro o alquilar un local para desarrollar un proyecto. A mí, como ciudadano, me interesa especialmente. Pienso en las librerías, las galerías, los cines alternativos, las salas de teatro o los bares que dan conciertos. Pienso en las asociaciones culturales y en los clubes de lectura y en cualquier proyecto cercano y de proximidad. De este Santander de las pequeñas cosas se habla menos y es difícil vaticinar cómo estará en 2025. Pero observo, o eso me parece, cierta fatiga en los que llevan remando unos cuantos años. Algunos proyectos emblemáticos (Sol Cultural, por ejemplo) han caído y otros, por la edad de quienes los promueven, lo harán en breve. Algo de renovación hay porque unas cosas desaparecen y otras comienzan, pero tengo la sensación (y espero que mi percepción, que es subjetiva, esté equivocada) de que el ritmo de defunciones superará al de los nacimientos. Así que, en eso, y me apena decirlo, no sé si vamos a mejorar.
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