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Puede hablarse de un déficit estructural, de carencias básicas a la hora de plantear el diseño de un sistema cultural sólido y de irregularidad, cuando ... no abierta y caprichosa aplicación de criterios, al primar programaciones, decisiones y tendencias culturales. En este paisaje sería casi jocoso creer que existe algo parecido a una 'política cultural', eufemismo que además casi nunca ha encontrado un mínimo reflejo en el panorama de la comunidad. Sectores casi abandonados, inexistencia de estructuras fuertes, escasa interrelación con otras comunidades y un gran y cada vez más hondo desfase entre macroproyectos, o aspiraciones ocurrentes, y una cultura de base casi siempre desatendida. Entre las demandas más enquistadas, pese a la obviedad que plantea la vida cultural cada temporada, está la necesidad de un gran espacio público expositivo polivalente, a modo de contenedor y espacio plural para todo tipo de citas y relatos. La paradoja revela que pese a que Cantabria cuenta con una comunidad artística poderosa, con sus referentes nacionales y una densa y creciente oferta de colectivos, proyectos y propuestas con mucho potencial, el objetivo de ese espacio permanece inerte. Su demanda ha sido planteada por todas las asociaciones, incluso fuera del sector de las artes plásticas, y cada año se demuestra que es una grave carencia que limita las posibilidades, cercena muchos proyectos de raíz y ha impedido la integración de Cantabria en los circuitos estables de grandes exposiciones.
Este agujero negro se arrastra desde los noventa, cuando no cuajó ninguna de las iniciativas enunciadas para crear un nuevo museo o centro de arte, y cuya ausencia se ha hecho más evidente con la implosión de la actividad cultural, expositiva en particular, y la falta de competitividad respecto a otras ciudades y comunidades. Desde los síntomas y evidencias que afloraron tras la fallida candidatura 2016, a las directrices y conclusiones del Plan Director, la radiografía cultural siempre ha delatado esta insuficiencia que ha privado a la comunidad de otras posibilidades.
Ni sinergias ni verdadera colaboración institucional. Una de las explicaciones radica en la falta de políticas conjuntas. Ayuntamiento de Santander y Gobierno regional, independientemente de las legislaturas y leves diferencias en las etapas de gestión, han mirado cada una hacia un lado. Al contrario que otras capitales, en Santander ni siquiera se ha llegado a plantear un mínimo de acuerdos para potenciar un espacio de la ciudad -nueva edificación, o bien rehabilitación de alguna ya existente-, que encauzara un proyecto de estas características. Tampoco la cacareada relación puerto-ciudad ha propiciado la reconversión de naves o espacios portuarios de futuro. Ahora, por ejemplo, la Autoridad Portuaria ha iniciado la recuperación de la Nave Sotoliva y el uso de la rehabilitada Estación Marítima para actividades culturales.
1. Paradoja cultural. Una de las claves de estos años reside en el tejido cultural local que ha potenciado su presencia, valor y capacidad. Pese a los proyectos en marcha, paradójicamente, Santander sigue careciendo de un espacio ad hoc, propio, para exposiciones.
2. Objetivos en permanente espera. Definir, organizar, coordinar y diseñar la actividad de los centros culturales y centros cívicos. Y facilitar las manifestaciones artísticas en espacios públicos y privados. Se llegó a plantear un Centro para interpretar y divulgar la historia.
3. Demanda histórica. Tanto en el histórico diagnóstico cultural diseccionado por el sociológo Javier Diaz como en el documento final del Plan Director de Santander se hacía hincapíe en la necesidad de dotara la ciudad de un espacio polivalente y competitivo.
4. Ecosistema estable. Santander cuenta con 12 museos y centros de interpretación, 9 auditorios, 7 teatros y espacios vinculados a las Artes Escénicas, 13 salas de exposiciones, 14 galerías y espacios alternativos vinculados a las artes plásticas y visuales.
5. Debilidades habituales. Falta de planificación; escasa coordinación entre instituciones; falta de protocolos para propiciar la participación; escasa presencia de jóvenes en la vida cultural, más la ausencia de proyectos culturales con repercusión nacional o internacional.
Antes de la gran crisis originada en 2008 y al margen del presente estado insólito de incertidumbre sembrado por la pandemia, la efervescencia cultural de grandes proyectos vividos en otras zonas del Estado no tuvo aquí reflejo debido a las estancadas carencias institucionales públicas, ajenas a toda atrevida iniciativa.
El cierre del antiguo Museo de Bellas Artes, hoy MAS, no ha hecho sino agravar y certificar una situación que queda acotada y reservada a pequeños y diversificados espacios públicos constituidos sin un criterio de verdadera red cultural y que, por supuesto, no pueden responder a proyectos de envergadura. Ello ha obligado a recurrir a improvisaciones, carpas temporales o a la utilización, más o menos funcional, de espacios que no estaban pensados para una actividad expositiva. Es el caso de las diversas salas de la Biblioteca Central de Cantabria y el Archivo, convertidos en la última década en una manida elección que solo ha servido para 'parchear' la falta de otros recursos, a modo de 'zona para todo', desde lo plástico a lo documental. Incluso ahora Cultura se está planteando no volver a programar muestras en el patio central de Los Arenales de la Biblioteca. Cuando Santander se ha integrado en proyectos nacionales, muestras itinerantes, o se ha embarcado en esporádicas iniciativas en exclusiva, festivales estables como el caso de PHotoEspaña, se ha evidenciado la falta de una sede ad hoc para planteamientos locales o foráneos más ambiciosos.
Lo curioso es que esta deuda con el sector se produce en una ciudad que posee cerca de una treintena de centros y espacios culturales, más de una veintena de galerías y espacios alternativos para las artes plásticas y doce salas de exposiciones.
En el primer apartado los espacios corresponden en su mayoría a Centros Cívicos y centros culturales en menor medida, encabezados por el Doctor Madrazo, que tras su rehabilitación ha supuesto una revitalización pese a lo exiguo de su espacio. Y otras sedes que practican en la medida de sus posibilidades una colaboración público-privada.
En el segundo segmento, fuera del galerismo profesional, las proyecciones han venido a través de lugares de nueva creación como fluent, La nave que late, Fraile y Blanco o Ricardo Lorenzo. En general sometidos a vaivenes marcados por la crisis y otros condicionantes a la hora de garantizar una continuidad en su oferta. En el tercer caso la decena de espacios corresponden a entidades municipales, portuarias o universitarias que se alimentan de producciones propias y de acoger otras ajenas.
En este panorama de falta de iniciativas, ausencia de lo cultural en los programas electorales y la práctica de una actividad fundamentada en las apariencias y en lustrar algunos destellos, las carencias se han enquistado. Presupuestos exiguos, menor capacidad de gasto en cultura y un modelo de financiación cultural en entredicho han sido las constantes. Un tiempo en el que solo ha destacado la apuesta de Santander Creativa a la hora de ir forjando un tejido cultural, desde el convencimiento de la necesidad de unir lo público y lo privado.
El Observatorio de la Cultura 2017 de la Fundación Contemporánea situaba a Santander como la octava ciudad cultural de España. Hasta seis proyectos de infraestructuras culturales en Santander, en algunos casos nuevas, en otras pendientes de rehabilitación o reforma, vienen arrastrándose desde hace más de tres años. La nueva Biblioteca Municipal de Gravina, en el entramado cultural de La Florida, la Fábrica de Creación en las instalaciones de Tabacalera, junto al nuevo Centro Cívico de Castilla-Hermida, las obras de rehabilitación de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, el proyecto destinado al Palacete de Cortiguera, el Banco de España como sede del Centro Asociado al Museo Reina Sofía, vinculado al Archivo Lafuente, las Naves de Gamazo para la colección de Enaire y el proyecto de reforma del Museo de Arte Contemporáneo, MAS, edificio centenario dañado por el incendio de 2017, constituyen el mantra de una sucesión de proyectos.
Tras dos años y tres fases, el Plan Director de Cultura (2018-2023) desvelaba diecisiete medidas en un documento que ahora vive su paso del ecuador. El tiempo ha demostrado que las carencias y demandas siguen siendo notorias. En paralelo, la necesidad de un Plan Estratégico de Cultura para Cantabria fue una petición colectiva expresada de manera conjunta hace más de un año por siete asociaciones del mundo de la cultura.
Los criterios de actuación, los objetivos de muchas de las acciones por parte de las administraciones y la adaptación y revisión de los cargos públicos en materia cultural son algunas de las cuestiones que se pusieron sobre la mesa por el sector.
A la pregunta «¿cómo hemos cambiado?», la respuesta se construye con males endémicos prolongados y metas y proyectos postergados y, sobre todo, con una representación de una manera enquistada de entender la cultura, que para las instituciones sigue siendo más objeto ornamental o recurso oportunista. Unos programas que, en general, carecen de calado, de conocimiento claro y real de las demandas y necesidades a la hora de atender las canteras de creadores y las iniciativas de colectivos y asociaciones que protagonizan la cultura cotidiana y crítica. La creación de vínculos con artistas y agentes culturales de otras regiones y el acercamiento de la ciudadanía a una «cultura horizontal», todo el año y en toda la ciudad, así como la vieja aspiración de desestacionalizar la oferta cultural son objetivos aún a la espera de un verdadero corpus de acciones coordinadas.
Santander cuenta con unas dotaciones y una agenda significativas, traducidas en más de 6.000 citas anuales de las cuales casi la mitad son programadas actualmente por «una red de pequeños espacios independientes, empresas culturales, asociaciones y otros colectivos que desarrollan multitud de microproyectos a lo largo de todo el año».
El informe 'Elementos para un diagnóstico del sistema cultural de la ciudad de Santander', encargado por el Ayuntamiento a la Universidad de Cantabria, a través de la Fundación Santander Creativa, fue elaborado al inicio de la pasada década por Javier Díaz, sociólogo y profesor de la UC. En él se proponían cinco espacios que representan otras tantas singularidades nunca atendidas: «Un espacio estable para la poesía visual. Un instituto cinematográfico y audiovisual. Un festival de música creativa actual. Un centro transdisciplinar de la creatividad estética y un laboratorio de pensamiento cultural avanzado». Las carencias reveladas más tarde por el Plan Director de Cultura aún son patentes en su mayoría: «La falta de un equipamiento multidisciplinar» encabeza esta relación, a la que se suma «un tejido cultural no institucional frágil y, en ocasiones, en condiciones de precariedad; recursos económicos muy limitados para la generación de actividad en equipamientos básicos, instituciones públicas y privadas y en el tejido no institucional; y falta de coordinación entre administraciones públicas».
A pesar de una intensa actividad cultural, de que existan numerosos espacios pequeños y una consolidada afluencia de público, permanecen casi intactas o enquistadas una serie de debilidades que hacen referencia «a la necesidad de adaptar la administración a las demandas culturales actuales, por un lado; y a la falta de alianzas permanentes con la sociedad civil y el sector privado, por el otro», tal como subrayó el Plan Director. Probablemente la permanencia de determinados 'gestos' culturales anclados en el pasado, sin apenas innovación, son consecuencia de actuar en la dirección contraria a lo que recomendaba Javier Díaz hace casi ocho años: «Hay que funcionar con criterios cosmopolitas, abiertos y avanzados. El tiempo de esa coletilla 'esto no es para Santander' se ha acabado».
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