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El narrador pudo ir conociendo poco a poco este país que escondía mucho más de lo que parecía a primera vista. AFP
Un santanderino en Bahréin

Un santanderino en Bahréin

Voz con galardón ·

El periodista y editor Emilio Sánchez Mediavilla logró el I Premio Anagrama de Crónica con 'Una dacha en el Golfo'

Viernes, 3 de abril 2020, 07:22

Islam procede de 'salam', que significa paz, pero también sometimiento». En 'Una dacha en el Golfo', el periodista y editor Emilio Sánchez Mediavilla (Santander, 1979) nos relata su estancia de dos años en un país donde los jóvenes se chocan las manos imitando a pandilleros del Bronx, pero «ninguno bebía alcohol. No se hablaba de mujeres. Nunca nos fuimos de cañas. Todos se marchaban antes del anochecer para no perderse el rezo en la mezquita». Un país que ocupa «el puesto 167 (sobre un total de 180 naciones) en la clasificación de libertad de prensa elaborada por Reporteros Sin Fronteras»: Bahréin.

Mediavilla llegó al país árabe por persona interpuesta: Carla, su pareja, recibió una oferta de trabajo y él se anticipó a estos días de teletrabajo instalando su oficina portátil en su nueva casa, una 'dacha' -el término familiar para 'mansión' que utiliza desde descubriera que los altos dirigentes soviéticos tenían una en el Báltico-.

Pronto tuvo que desistir el periodista de su primer impulso, el de convertirse en un reportero clandestino que denunciara la realidad del país por todos los medios a su alcance: la mayor censura sería la barrera que el propio idioma levantaría, casi inexpugnable. A cambio, en lugar de vivir una aventura novelesca, pudo ir conociendo poco a poco un país que escondía mucho más de lo que parecía a primera vista, y fue llenando cuadernos y más cuadernos con notas. El embrión de este libro.

El periodista comienza arrojando datos -el origen del país, su esquizofrenia étnica, una mayoría chií gobernada por una monarquía suní, su destino de patio trasero para la guerra encubierta entre las dos superpotencias de la zona, Arabia Saudí e Irán, pero también sede de la primera lucha obrera en el mundo árabe y un entorno algo más habitable que los países de alrededor a ojos occidentales, con mayor tolerancia religiosa e incluso la despenalización de la homosexualidad-, para comenzar relatando la primera inmersión en el país, la habitual pero en cierto modo ilógica, porque supone no mojarse en absoluto. Se trata de la burbuja de los expatriados, un microuniverso de cartón-piedra, casi idéntico al que existe en todos los países en vías de desarrollo, y que bien podría conformar una nueva categoría de los no-lugares de Marc Augé.

Aunque pronto decidiría dar un paso más y conocer la realidad que ocultaban los tres tabúes del mundo árabe: el sexo, la política y la religión. El drama de una población que siente que su país «es una mierda, pero si viviera en Londres él mismo sería una mierda a ojos de los británicos».

El cronista irá hilvanando el relato autobiográfico -cómo se acomoda, cómo amplía su círculo social, la necesidad de un matrimonio para poder acompañar a su pareja...- con la 'polaroid' que saca a una sociedad exótica y hermética, que exige escarbar más allá de la historia oficial reciente para comprender su deriva actual.

La complejidad social que muestra a partir de entonces Mediavilla es desoladora: además de chiíes, suníes y expatriados, la economía se fundamenta en la explotación de una casta casi invisible: los trabajadores extranjeros, a los que el autor denomina genéricamente 'los esclavos'. Una serie de marginaciones sucesivas, religiosas, étnicas y de edad y género acaban construyendo una asfixiante geografía de la represión, recrudecida tras las protestas de 2011 en la plaza de la Perla, el equivalente bahreiní -forzando mucho la imaginación- de Sol durante la 'Spanish Revolution'. Para empezar, hasta la estatua que daba nombre a la plaza -en realidad, una anodina rotonda en mitad de un descampado- fue derribada por el régimen, para borrar todo tipo de oposición. Nada extraño en un país con el mismo primer ministro desde 1971.

Acomete entonces el cronista varios capítulos negros de la historia reciente del país: secuestros, torturas, desapariciones, asesinatos... Todo por exigencias tan básicas a nuestros ojos como democracia y libertad: una simple reforma política, sin poner siquiera en cuestión la monarquía.

Con gran profusión de datos, pero amparado en un lenguaje directo y la firme vocación de no atosigar ni aburrir ni al lector -véase, por ejemplo, el índice más extraño jamás publicado en un libro-, esta crónica viaja de lo personal a lo sociopolítico y transmite una visión libre de prejuicios pero también descarnada y nada condescenciente. En ese sentido, Mediavilla sí que ha logrado convertirse en el «periodista valiente» que quería ser al principio de su viaje.

Además, el autor también accede a compartir con los lectores algunos secretos, como que un restaurante filipino escondía la cerveza en teteras, para poder servirla durante el ramadán. O incluso curiosidades como las palabras que suenan igual en castellano y en árabe: pantalón, almohada, aceite, zapatos...

Como colofón, un jugoso capítulo de agradecimientos; el amor de Sánchez Mediavilla por el libro hace que cuide detalles como éste, de manera que aporta una valiosa información que ya no alude a lo cuenta en el texto, sino a su intrahistoria.

Así, podemos saber que este libro se gestó entre Berlín, Londres, Viena, Cantabria y Tetuán; cuando el autor rememora y agradece a aquellos que le aportaron información, también desvela que sus compañeros en la editorial tuvieron que redoblar turnos para suplirle. Que si se presentó al premio fue gracias a que Luis Torres le envió la convocatoria y a que otro cántabro, el periodista Javier Lafuente, se encargó de imprimirlo y de que llegase dentro del plazo, pese a estar convencido de que «Emilio no va a ganar». En tan sólo dos páginas cabe un pequeño ejército de amigos, consejeros, conspiradores, animadores y correctores animosos, todos ellos cooperadores necesarios para que esta crónica vívida y vivida pudiera llegar hasta nuestras manos.

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