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Conocidos por su trabajo escultórico, pero también por ser miembros de la Academia de Bellas Artes de San Fernando -ella hizo la laudatio de él- ... con experiencias vitales cimentadas en el extranjero y un regreso a casa, compañeros de galería en su día y, sin embargo, «totalmente distintos». La presentación que Marcos Díez, director de la Torre de Don Borja, hizo de sus últimos invitados, no podía ser más certera. Francisco Leiro (Cambados, 1957) y Blanca Muñoz (Madrid, 1963) compartieron vivencias y planteamientos profesionales en el Encuentro celebrado ayer ante una audiencia poblada por múltiples representantes del sector cultural cántabro.
Para ambos creadores, el estudio es un lugar «sagrado», como dijo Muñoz. «Salvo para coleccionistas y algún fontanero», prefieren la privacidad de esos metros cuadrados en los que dan rienda suelta a la creatividad. «A veces es dedicar más tiempo a pensar que a hacer», dijo la escultora, que apela a la disciplina como método. Leiro, por su parte, que abrió la vida expositiva de Siboney en 1985, tiene en cada uno de sus estudios, en Cambados y Madrid, todo lo necesario para pasar las horas «y pasar la vida». «Es mi medio», afirmó. Lo concibe como un laboratorio donde investigar y desarrollar todas las fases del proceso en «una profesión muy entretenida».
Coinciden también en sentirse privilegiados por poder dedicarse a ella. «A ninguno nos ponen fecha, ni hacemos algo que no queramos -expuso Muñoz- Somos los dueños de nuestros actos». Y también en el esfuerzo físico que representa hacer surgir de los materiales la forma que ven en su cabeza. «Tal y como trabajo, en la talla directa, tienes que enfrentarte al material con espada y escudo», ejemplificó Leiro, que en Galicia se mueve más con granito y de su etapa en Estados Unidos recuerda sobre todo la madera. «Para cada cosa hay un material y para cada material una escultura».
El trabajo de Muñoz, que comenzó en el terreno del grabado, evolucionó como los movimientos del sol. En su etapa en México, conectó con la tradición mesoamericana y su visión del cosmos, a la vez que en sus obras ya incluía perspectivas que más tarde las levantaron de las placas de metal a las esculturas. Eligió el acero inoxidable, que ahora la identifica, por ser un buen transmisor. «La idea que subyace en mi obra es la luz».
Ella dibuja esa obra una vez terminada, mientras que Leiro hace un dibujo previo a partir del cual afronta la materia. «Me interesa la huella que dejas cuando esculpes», explica, ajeno a la perfección del trabajo pulido. «El virtuosismo de antaño ya no es necesario» porque «lo reseñable es crear algo, no tanto el proceso». Un proceso en el que hoy por hoy puede intervenir la Inteligencia Artificial, «una herramienta más... de momento».
Para Muñoz, las nuevas tecnologías han permitido la democratización del arte. «Cada vez hay más interés y eso es bueno, aunque el Bernabéu siempre nos gana... de momento».
Cuando Leiro se instaló en Nueva York, a comienzos de los 80, el sonido metálico de las placas del puente de Williamsburg, con el paso de cada vehículo, le impidió dormir bien durante semanas. Al mudarse a Manhattan, fue el silencio, al que ya estaba habituado el que le quitó el sueño y tuvo que regresar al primer barrio para grabar una cinta con ese sonido. Hoy le acompaña la radial, entre otras herramientas, de forma constante. «El ruido también es música si entra en tu cerebro y creas melodías hasta con una motosierra».
Ambos tienen obra en espacios públicos. «Es un buen y gran compromiso, porque lo compartes con los demás, aunque la gente no respeta nada», expuso la escultora que observa mucho la naturaleza «para crear estructuras fuertes». Leiro cuyas obras han sido objeto de enconados debates afirma que «la gente acaba aceptando lo que pones» y considera que las ciudades «están llenas de horrores». Por eso está a favor de intervenciones temporales, pues «toda estatua nace para que alguien la destruya».
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