Cerca de cuatrocientas personas desafiaron al frío y la lluvia que el pasado domingo arreciaban sobre San Vicente de la Barquera para reencontrarse con Los ... Secretos. Era el tercer concierto de la banda madrileña en tres días en nuestra tierra y si las condiciones meteorológicas echaban por tierra cualquier ensoñación de que tan largo y cálido verano quizá pudiera prolongarse una semana más, el día y la hora elegidos para la última cita del ciclo Luz de Música parecían invitar definitivamente a la melancolía.
Horas antes de que la Consejería de Sanidad comenzase a administrar la cuarta dosis de la vacuna frente al covid a la población más vulnerable, el aspecto que ofrecía la empinada carretera que lleva al Faro de Punta Silla, en cuyos alrededores se celebraría el concierto, tenía algo de romería, de celebración, aunque sobre el ánimo de algunos peregrinos, más que los años o los kilos, parecía pesar la inmediatez del lunes.
Nada de esto, en cambio, percibimos en Álvaro Urquijo (guitarra y voz), Ramón Arroyo (guitarra) y Jesús Redondo (piano y voz), visiblemente contentos, frescos e incansables, como de costumbre, en la defensa de una manera de sentir y vivir la música cuya autenticidad no necesita de marketing ni promoción. Sabido es que para ello cuentan con un repertorio privilegiado, fruto en buena medida de la inspiración del desaparecido Enrique Urquijo e inevitablemente envidiado por grupos de nuevo cuño y corta trayectoria. Y también que es coreado hasta la extenuación por sus seguidores, aunque se presente, como en esta ocasión, en formato de trío acústico sin la base rítmica que aportan habitualmente el bajo de Juanjo Ramos y la batería de Santi Fernández. Esa fue la única renuncia que cabe señalar en una noche de legítima nostalgia, en que sus fieles recibieron el ansiado chute de belleza que habita en todas sus canciones y sobre las que poco puede decirse tantos años después: que están bien hechas, es una evidencia y que sus melodías son limpias, sencillas o directas, una obviedad, como lo es recordar lo que a veces olvidamos: que, más que en géneros o estilos, la música se divide en buena y mala. Y la que hacen Los Secretos es muy buena.
No faltaron muchos de sus grandes éxitos -todos no caben en un único concierto- y, con ellos, esas dosis de recuerdo de los años de juventud, despreocupación y felicidad por más que sus letras nos hablen de desamor y amargura. Desde las insuperables «Quiero beber hasta perder el control» y «Volver a ser un niño» -que deberían enseñarse en los institutos-, pasando por 'No digas que no', 'La calle del olvido' y sus reminiscencias mejicanas, 'Otra tarde' o las sabinianas 'Ojos de gata' y 'Por el bulevar de los sueños rotos' hasta llegar a esa 'summa artis' que son 'Pero a tu lado', 'Aunque tú no lo sepas', 'Buena chica' y la irresistible trinidad formada 'Ojos de perdida', 'Déjame' y 'Sobre un vidrio mojado'.
Tampoco faltaron canciones nuevas como 'Mi paraíso' -del álbum homónimo, maltratado por la pandemia- ni algunas licencias como 'Échame a mí la culpa', 'Volver, volver' o guiños a 'It's raining again' y 'Raíndrops keep falling on my head' en una sucesión de bromas que la intermitente lluvia puso en bandeja.
Fueron varios los chaparrones y, a veces, poca la sonoridad del piano de un Jesús Redondo por lo demás magnífico. Con fina inteligencia, Álvaro Urquijo ahorró al público el paripé que precede a las propinas, pero no esos entrañables chascarrillos con que presenta las canciones y que el público no se cansa de escuchar e incluso demanda si se le escamotean. Ni, por supuesto, la entrega total y contagiosa que cargó las baterías de los presentes, haciéndoles revivir los gozos vividos, olvidar los deberes y preocupaciones por vivir y desear que Los Secretos vuelvan pronto para revelarnos, una vez más, el de la eterna juventud. El secreto de su éxito.
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