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La «semilla» de un cambio social permanente

La «semilla» de un cambio social permanente

Roberto Orallo | Pintor

Guillermo Balbona

Santander

Viernes, 22 de junio 2018

«Olor, luz y color», como buen pintor, fueron los parámetros de un tiempo que, pese al entorno, respiraba ya presagios de «aires nuevos y deseos de renovación». El Mayo de Roberto Orallo (Santander, 1947) fue valenciano, de aprendizaje e iniciación, de búsqueda y protesta. Con apenas 18 años el artista cántabro, uno de los referentes pictóricos del último medio siglo de arte en la comunidad, pasó de dejar la Escuela de Caminos de Valladolid («soy de los alumnos que inauguramos esa Escuela») a ingresar en San Carlos.

«En esos meses del 68 Valencia tuvo bastante que ver en los movimientos estudiantiles. Corríamos delante de los »grises a caballo«, pero el barrio se puede decir que era nuestro. Frente a la Escuela, el artista Toledo, de Equipo Crónica, tenía su taller de impresión. Era un refugio seguro; también Pepe, del bar El Carmen, fue como un padre para gente como yo, con inquietudes sociales y críticas». Los ecos de la revuelta parisina, la necesidad de encontrar y generar lugares donde expresar el ansia de cambio pese a los temores y rigores de la dictadura, se plasmaron en un paisaje universitario, en una isla creativa y en un espacio diferente, según el relato de Orallo.

Sus fotografías de aquella época siempre participan de la amistad; del intento de hacer frente a la monotonía de lo oficial que buscaba tapar los mundos que venían de fuera; de la complicidad creativa; de lo colectivo; de la frescura alternativa de los grupos teatrales como El Biombo, del que formó parte para representar a Bertolt Brecht, y en general un espíritu joven, lúdico e inquieto que trataba de construir un relato de libertad.

En lo personal, cuenta Orallo, «existía una necesidad interior y contrariando a mi entorno personal y familiar, hablé con José Cataluña para cambiar mi rumbo hacia Bellas Artes. Fue una intensa preparación de encaje y mancha. Recuerdo sus palabras: Roberto, si quieres saber lo que es color, tienes que presentarte en Valencia, en la Escuela de San Carlos. Así lo hice. No se equivocó. Aprobamos –él y yo– a la primera».

Orallo, a la izquierda, junto al resto de amigos y colegas que integraron el grupo teatral durante aquel tiempo convulso.

Esta pasada primavera Orallo trazaba su particular elipse. La galería L'Art Bouquine de París exhibió una muestra del pintor santanderino, la tercera de esta nueva etapa emprendida hace un año, con la que logró un gran éxito. Para el artista representó también un viaje en el tiempo entre sus raíces de búsqueda de un estilo, coincidentes con el simbólico territorio de Mayo del 68, a sus 21 años, y su lenguaje consolidado. «Aquella Escuela, situada en el Barrio del Carmen, c/Museo, era algo especial y ahí se vehiculó todo el clima del 68».

«El claustro era el lugar de nuestras reuniones con una vegetación exuberante; entre columnas nos sentábamos o tumbábamos para discutir sobre temas de arte (estaba el Pop Art de moda). Y cerca, un bar de encuentros: 'La Plec'. Allí acudían compañeros de otras universidades, sobre todo de Filosofía e Historia del Arte. La música, con más o menos intensidad, era la que pedía el momento, Beatles, Rollings… también el jazz».

Una época que empapó los temas de la pintura de Orallo, el nomadismo y la hospitalidad, sus preocupaciones sociales. «Hubo encierros en la Escuela, queríamos protestar contra la educación plástica clásica y empapelábamos con papel higiénico las esculturas: Venus de Milo, El Discóbolo… Creo que fueron jornadas muy fructíferas que fortalecieron nuestro yo y la visión del mundo».

También –evoca Orallo–, llegó profesorado nuevo: «Profesionales como Paco Baños que cambiaron el manierismo de las clases de dibujo por un hacer distinto a partir del cubismo: analizar y estructurar la arquitectura de los volúmenes de las formas»; «o un gran historiador, Felipe Garín, que nos enseñó a sentir la Historia buscando raíces, desde el hoy hacia abajo, llegando a la prehistoria. Ambos nos enriquecieron para siempre». Años después cuando ya era director del Museo del Prado, «agradecí a Garín su huella y el valor de ese gran encuentro».

El humanismo de la pintura de Orallo, se muestra convencido, está arraigado en esa época que mostraba señales y que buscaba impregnarse de aquel movimiento que la dictadura tergiversaba y mostraba como lejano. 'Tierra sin Ellos' y 'Desde la Azotea', series pictóricas de Orallo, que se reafirman en el compromiso que late en las figuras de su obra, han revelado la arquitectura simbólica de aquellos años.

Reconstrucción

«Creo que el espíritu de lucha de cambio fue de expansión y repercusión mundial y tuvo sus repercusiones que la Historia no las refleja del todo. Pero visto hoy era una clara semilla y simiente. Así han nacido los movimientos del 15M… y del 8 de marzo; para seguir reconstruyendo social y políticamente nuestro futuro».

Desde su Azotea pictórica, confiesa Orallo, «me siento feliz por haber estado allí»..., entre las tribulaciones creativas, los terrenos pantanosos de una universidad sometida, pero siempre en ese momento buscando un cambio. «El nuestro llegó más tarde pues teníamos un dictador. Mi familia, mientras, estaba enterrada en Francia...» Sólo quisiera, –apunta–, que en este tiempo de revisión sobre significados, huellas y legados, más allá de las reflexiones intelectuales y los análisis históricos, la juventud tomara nota de aquello y exigiera de nuevo muchos cambios que son imprescindibles, siempre confluyendo en la dignidad y en la necesidad del trabajo y la libertad».

Orallo es consciente de que, como entonces, «la vida mancha» y, por ello, su trayectoria ha reflejado un lenguaje en constante evolución fruto de un recuerdo que es hoy uno de sus interminables polípticos o murales reivindicativo.

Y concluye: «Si volviera otro Mayo, me volvería a apuntar».

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