Lo que nos separa está en nuestra imaginación, en los mapas mentales
Cuaderno de excepción | Día 56 ·
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Cuaderno de excepción | Día 56 ·
Tengo ganas de conducir. Me gusta, igual que en aquel anuncio. Casi siempre conduzco en silencio y con la ventanilla abajo, si el tiempo lo permite. Como manía personal, prefiero que los parabrisas estén limpios, para ver mejor, pero los llevo sucios casi siempre y ... cuando ya estoy en marcha lo lamento. Ahora que Cantabria ha entrado en la fase 1 de la 'desescalada' podré, al menos, conducir por la provincia. Llegaré hasta sus límites y allí me detendré a mirar.
Qué extrañas son las fronteras: hasta aquí, una cosa; a partir de ahí, otra. Me doy cuenta cuando conduzco. Bienvenido a Cantabria, me dicen si vuelvo. O bienvenido a Castilla y León o al País Vasco o a Asturias, si es que me voy. Acaba usted de entrar en Francia, ya estamos en Andorra. El pasado verano llegué con mi pequeña furgoneta, en un viaje luminoso, hasta la montaña más alta de Portugal. No supe distinguir desde la altura dónde acababa un distrito y empezaba el siguiente. Cuando uno se eleva, pasan esas cosas. Nunca veo, al conducir, nada que separe unos lugares de los otros. Solo carteles que me informan, pero la tierra es la misma y el cielo que contemplo cuando alzo la cabeza, también. Los animales, que tienen libertad de movimientos, pasan de un lugar a otro sin importarles dónde están. Un pájaro no se siente europeo ni africano, ni aragonés ni vizcaíno. Esas cosas no existen para ellos. Nosotros, en cambio, las necesitamos. Me parece que lo que nos separa está en nuestra imaginación, en los mapas mentales con los que damos forma al mundo. Tal vez también algunas de las cosas que nos unen dependan de lo mismo. Nos esforzamos en ordenar las cosas porque la realidad desprovista de sentido es exuberante y libre pero ingobernable y angustiosa también. Las fronteras son imaginarias. O damos por buena esa ficción o nos rebelamos contra ella. En esa tensión de los límites, públicos o privados, vivimos. Con las normas de distanciamiento social de estos días pasa algo similar. Hoy domingo no podemos hacer unas cosas que mañana lunes sí podremos hacer. Los límites están siempre llenos de niebla. Ahora, con este virus real pero invisible, esa niebla es más espesa todavía. Cuesta ver. ¿Dónde acaba la prudencia y empieza la exageración? ¿Dónde termina la responsabilidad y se entra en el terreno de la imprudencia? ¿Qué hacer cuando veamos en la intimidad, sin más ojos que nos contemplen que los nuestros, a las personas que apreciamos y queremos? ¿Mantendremos la distancia dolorosa y aséptica? ¿Nos abrazaremos? ¿Cómo actuaremos? ¿Hasta cuándo?
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