Siento que un lumbago puede ser fatal
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 33 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 33 ·
Día 33 de confinamiento. Me inclino para echar unas mondas de naranja al cubo de la basura. Siento, al hacerlo, un dolor agudo en la zona lumbar. Algo como una corriente eléctrica. Me quedo quieto, sin atreverme a realizar ningún movimiento. Casi ni respiro. Me ... quedo observando el eco de ese dolor, analizándolo para ver si se va o se queda. Un aviso, un único latigazo, ha bastado para que haya desarrollado un miedo inmediato a moverme ¿De dónde viene ese miedo? Me parece que emerge de lo más hondo de mi cerebro reptiliano.
Nos ha pasado igual, pienso mientras me agarro con fuerza a la encimera, con el coronavirus. Un miedo antiguo ha facilitado que millones de personas nos hayamos quedado quietos de forma pacífica en nuestras casas y hayamos renunciado, sin apenas cuestionarlo, a tantas libertades. Cuando el miedo a una consecuencia negativa va por delante, se impone eso que llamamos prudencia. Me ha pasado. La espalda me sigue doliendo. Siento que un lumbago en medio de este confinamiento puede ser fatal, me imagino arrastrándome por la casa en busca de alimentos. Me suena fatal decir fatal, siento que la broma se puede malinterpretar en estos tiempos difíciles. Así que corrijo sobre la marcha y escribo que un lumbago en medio de este confinamiento puede ser molesto.
Todavía inclinado, como si fuese el jorobado de Notre Dame, alcanzo la butaca de la galería. Me quedo allí, mientras lanzo bengalas de auxilio al espacio virtual. Responde mi madre, que siempre está atenta a las señales que yo lanzo. Me explica qué hace ella cuando le da el lumbago. Me dice que me esté quieto. ¿Más aún?, me pregunto. Cuelgo y pienso que ya tengo una razón más para entregarme a la pereza. Así que me quedo inmóvil mirando la hierba, que no para de crecer, que me mira mientras se contonea movida por el viento, tal vez aliviada porque yo no me meta en sus asuntos.
Parece que cuido a la naturaleza pero en realidad la maltrato para adaptarla a mis necesidades, a mis gustos estéticos. Fuera la zarza, no merece vivir. El salce silvestre que se empeña en crecer entre los laureles, mejor lo arranco de cuajo. Qué molestos los topos, a ver qué hago para que se vayan. Y el hongo aquel, el que afea las hojas del roble, ese tengo que exterminarlo. Muerte a la cochinilla. Cuánto más agradable es la hierba sin la ortiga o el cardo. Me quedo quieto, por este lumbago o por este coronavirus, y la naturaleza comienza a recuperar el espacio perdido, a mostrarse como es. Y empieza a parecerme que el mundo sin mí es más hermoso todavía.
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