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José Ibarrola
Siento ternura y compasión ante el declive que ya comienza a adivinarse

Siento ternura y compasión ante el declive que ya comienza a adivinarse

Cuaderno de excepción - Día 36 ·

Lunes, 20 de abril 2020, 07:26

El confinamiento no solo me deja a solas con mis pensamientos. Me encuentro también a solas con mi cuerpo. Lo miro más que antes y lo miro distinto. Ahora que comienza a decaer, empiezo a darme cuenta de todos los prodigios que encierra. Siento gratitud por mis vísceras, por mis arterias, por la solidez de mis huesos, por la iluminación secreta de mis neuronas, por mi estómago, por mi intestino grueso, por los músculos que me impulsan. Ahora más que nunca, por mis pulmones.

Si tuviese que elegir una palabra para definir mi cuerpo, sería milagro. Lo contemplo, me asomo a sus imperfecciones, a la piel reseca, a las pequeñas heridas de las puntas de mis dedos, las que se abren en el perímetro de las uñas y que me resultan, a veces, tan molestas; me asomo a las arrugas que bordean mis ojos, a las canas que se abren paso, como un anticipo del invierno. Lo miro todo con una vista que comienzo a sentir cansada. Esta mañana, leyendo el periódico, me pareció sentir que las letras no estaban tan nítidas como antes. Llevo un tiempo con esa sensación de que las cosas que veo de cerca comienzan lentamente a emborronarse. Siento ternura y compasión ante el declive que ya comienza a adivinarse en este cuerpo en el que vivo, en esta carne que soy. Siento fascinación por esa inteligencia natural que hace que cada órgano funcione, esa inteligencia que está en mí sin que yo lo sepa. Doy las gracias por su sofisticación y su eficiencia.

Rafael Cadenas, poeta al que admiro, acaba de cumplir 90 años. Su cuerpo ha tenido suerte y ha funcionado con sabiduría. Su corazón no ha fallado ni una sola vez a lo largo de casi un siglo, ha trabajado de forma precisa latiendo sin descanso. Leo una entrevista que le hacen a Cadenas por esta razón. Me gusta y la comparto con un amigo, que lamenta que no le hayan reconocido con el Cervantes, ni a él ni a Francisco Brines, que se acerca a los noventa años también. Imagino que a cierta edad un premio no sea ya algo que a alguien le importe demasiado. Mario Camus me dijo una vez que a partir de los ochenta años la vanidad se desvanece. Cadenas, en la entrevista, dice que le debe absolutamente todo a la naturaleza, empezando por la propia duración de su cuerpo. Denomina a la naturaleza «lo divino, lo desconocido, lo innombrable, Tao, Ser, ello, lo dador, eso». Lo leo y en un chispazo de lucidez, por un instante, dejo de creerme un ser que vive en un escenario poblado de montañas, mares o bosques y me siento, por vez primera en mis cuarenta y tres años de vida, la mismísima naturaleza.

Lea la serie completa pinchando aquí.

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