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Silencio, hablan las palabras
SOTILEZA

Silencio, hablan las palabras

La reivindicación del artefacto más singular de la historia. El sentido de la lectura. Los cambios. La persistencia.

Jueves, 20 de abril 2023

Nieves Álvarez

Leer rima con placer

Literatura debería escribirse siempre con mayúsculas, sobre todo cuando se trata de libros capaces de conquistar el tiempo y el espacio, abrir las ventanas de la emoción y comprometerse con la belleza, la honestidad y la alegría. Son muchos los que consiguen tales galardones: escritos por hombre, por mujeres, antes y ahora, ensalzados y olvidados, exitosos o condenados al ostracismo. La calidad no reside en los premios alcanzados, las veces que les mencionan los medios de comunicación o el número de ocasiones en las que se cita su autoría. La calidad debe medirse en función del poder que tengan de conmocionar, hacer pensar, activar la memoria, devolver la ilusión por la vida o acercar a la muerte desde un lugar distinto.

Leer es uno de esos regalos que está a nuestro alcance. Los libros no son caros, cuesta más tomarse una copa que comprarse un libro de poesía, por ejemplo. Poesía, prosa poética, novela, relatos, investigación, cómic. Tantos géneros, tantos manjares para cada paladar. Leer es maravilloso.

Cada vez que entro en una librería, voy a una presentación o a una feria, salgo llena de libros. Mi casa crece para albergarlos. Me gusta acariciarlos, aspirar su aroma, pensar en los momentos únicos que habrá dedicado su autor o autora. Leo, entrando dentro de cada verso, de cada estrofa, de cada itinerario. Si son poemarios los leo más de una vez, incluso disfruto recitando en voz alta. La emoción me transporta a esos lugares en los que SIEMPRE soy feliz. Y es que, al menos para mí, la felicidad tiene mucho que ver con momentos como esos.

Jesús Marchamalo

Tener que conformarse con la vida

Me preguntan a menudo últimamente –debe ser cosa de la edad– por mis primeras lecturas. Y más allá de los tebeos –el DDT el Pumby y los Héroes de Marvel–, mi primer recuerdo de lectura tiene que ver con aquella colección de Bruguera, Clásicos Infantiles, que alternaban texto e ilustraciones y en los que, las más de las veces, llevados por la impaciencia de la historia, nos saltábamos la letra y avanzábamos viendo los dibujos.

Así leímos a Dumas, a Salgari, a Stevenson. Así leímos Tom Sawyer, Ben Hur, Oliver Twist, leímos Guillermo Tell, Ivanhoe o Los viajes de Gulliver. Eran libros que nos regalaban en Reyes y cumpleaños o para entretener las mañanas ociosas de enfermedades infantiles: catarros, anginas, fiebres, toses o sarampión; te ponían un esquijama, te daban una aspirina disuelta en agua con azúcar, y te compraban un libro.

Eran libros, aquellos, que leíamos una y otra vez y que prestábamos a cambio de los suyos a nuestros amigos.

Y recuerdo aquellas tardes lacias de verano, en el pueblo, en las que, sentados en el patio de la casa, a la sombra, viajábamos a islas lejanas, éramos espadachines o piratas, caballeros medievales, aventureros… Leí hace tiempo una frase de Houllebecq, el escritor francés, que decía que la maldición de quien no lee es que tiene que conformarse con la vida, y es verdad.

Pienso en los libros, en la lectura y en todas esas vidas que hemos vivido leyendo, todos los personajes que hemos sido, todos de los que nos hemos, perdidamente, enamorado, todos los viajes, todas las emociones, la pasión y las lágrimas. ¡Quién sabiendo donde llevan los libros se conforma nada más con la vida!

Germán Gullón

Buscar la verdad en la literatura

Necesitamos la literatura más que nunca, porque la política infectada de populismo exige que los ciudadanos se alineen con ellos. De hecho, podríamos hablar de coerción, mientras la literatura busca precisamente lo contrario, persuadir. Anima a entender lo difícilmente comprensible, la riqueza y variedad de lo humano. Nada iguala un texto literario atravesado por la precariedad del ser para que comprendamos que estamos hechos de barro sensible. Pienso en Lázaro de Torres, el genial personaje que termina por conminarnos, diciendo que no hablemos mal de su mujer, aunque las voces públicas digan que se acuesta con el Arcipreste, favorecedor de nuestro pícaro.

No olvido nunca que la inhumanidad del hombre contra el hombre llega a alcanzar límites insospechados, no ya en los tiempos del nazismo, sino en el presente, cuando el Tribunal Supremo de EE UU niega a las mujeres el derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Excesos basados en la opinión de una mayoría. Por eso precisamente necesitamos la literatura, porque su característica es que sabe ir en contra de la opinión de la mayoría. Los autores saben traspasar con galanura las líneas rojas del consenso. Lo fácil actualmente resulta plegarse a la masa, ensalzar el gusto de los que gustan de los libros fáciles, los promocionados por la mercadotecnia.

Un texto de ficción, un poema, un ensayo sugerente, te presta las armas para enfrentarte a los lectores embobados por la propaganda. Ellos son más que los mejores lectores, pero no les podemos dejar que nos quiten el tesoro literario: ese impulso que da la lectura para buscar la verdad.

Rafael Manrique

Hay que leer más (…) libros

El cerebro es un órgano cerrado al exterior. Los estímulos exteriores hacen que se desencadenen potenciales de acción (actividad eléctrica) en las neuronas, que responden con más potenciales de acción. Da igual que veas al amor de tu vida o un bocadillo de chorizo. Para poder estar al ambiente en el que vivimos esa dinámica cerebral ha de estar acoplada a lo que sea que esté pasando en el exterior. De lo contrario no se produciría interacción alguna (a pesar que algunas personas afirman que el exterior no existe). Esa dinámica se logra gracias a diversas interfaces. El ojo es una de las más importantes y útiles. Un libro es otra de ellas: es una forma material hecha de lenguaje, información y que puede comunicar. Situado entre el ambiente y el ser humano está muy pegado a la realidad sensorial y cognitiva de las personas, pero también al entorno. Contiene intangibles como conocimiento y materialidad antigua como el papel y la tinta. Esa dualidad le hace tan grato. Su tecnología humana y artificial es casi insuperable. En el libro electrónico también las encontramos, pero de forma diferente, aunque igual de útil.

Recordemos que, aunque el pensamiento y la conciencia preceden al lenguaje, este se ha convertido en el principal creador de conciencia y lenguaje. Mágica recursión. El libro nos resulta tan íntimo y ajeno, tan interior y exterior, que se ha convertido en nuestro medio ambiente. En él vivimos. Nos transforma y lo transformamos. Tanto es así que quien no esté en ese contexto, esto es, a quien no lee, le resulta muy difícil escapar de la determinación cruel de la naturaleza. Y a quien lee demasiado le cuesta escapar del idealismo y la locura, como a Don Quijote.

El título de este artículo esta tomado de la última carta que Jesús Quintero escribió. Lo expresaba así: «¡Hay que leer más putos libros!» Pues eso.

Maru Bernal

EX LIBRIS

Sin orden ni concierto vamos amontonando libros sobre la mesa. Lo que antes devorábamos sin mesura, aprendemos con el paso de los años a saborearlo con codicia.

El exquisito cuidado con el que escogemos un libro, el demorado placer de recorrer con los ojos los tesoros de una librería o una biblioteca, la determinación con la que desechamos muchos otros con firmeza, el tiempo apremia y no conseguiremos leer todo lo que deseamos.

El ajado adiós a viejos amigos, capítulo siete del beso de 'Rayuela', el «aquí no vive nadie» del desconcertante Comala, las delicadas cavilaciones del príncipe Mishkin y su entregada devoción a Nastasia Filippovna, el exuberante calidoscopio de aquel cuarteto magistral en torno a la ciudad de Alejandría: «Me he refugiado en esta isla con algunos libros y la niña, la hija de Melissa».

La fatiga al caer de la tarde, el sosiego del rincón más tranquilo, dulce apremio el de la lectura, ansiado reencuentro.

Liber significa libro en latín, pero también libre, sin límites ni frenos, sin censura ni puertas cerradas, no es casualidad que uno de los sobrenombres del dios Baco fuera precisamente este, Liber.

Cuando elegimos un libro o un libro nos elige a nosotros, sostenemos entre las manos un testigo, un amuleto protector contra el desaliento, un espejo certero que nos cuestiona, fascinante ojo de buey con vistas a universos infinitos, inusitados horizontes, ancla y vela que nos marca el rumbo, de faro en faro, de volumen en volumen, ex libris, los nuestros, los que nos acompañan y llevamos a cuestas a lo largo de nuestra vida, esa otra familia del alma.

Marcos Díez

Libros de los que no hablaré aquí

Los libros que leemos hablan de quiénes somos. No se trata de una vulgar biografía de hechos (nació, trabajó, tuvo descendencia, vivió dos o tres amores, enfermó y murió) sino una mucho más sugerente que da cuenta de los más profundos y recónditos intereses vitales. Los títulos que se acumulan en nuestras casas, los que descansan en nuestras mesillas de noche, aquellos que cargamos en nuestras mochilas… todos ellos hablan de nosotros, de nuestra curiosidad intelectual, de nuestras pasiones, de nuestros miedos, de nuestras obsesiones, de nuestra sensibilidad, de nuestra ideología, de nuestras preferencias estéticas, de nuestros deseos, de nuestra identidad más allá de las inevitables máscaras.

Una biblioteca personal encierra más secretos que el rastro de búsquedas que dejamos en Google. Sin quieres conocer a una persona, husmea en su biblioteca.

Lo dijo Lorca, citando un dicho francés, en el discurso de Fuentevaqueros: «dime qué lees y te diré quién eres». Quizás por eso, un amigo me confiesa que, premeditadamente, suele dejar a la vista, en su salón, libros que no lee y oculta los que le apasionan. «Solo por generar confusión -me explica-, no vaya ser que invite a alguien a tomar un café y acabe sabiendo más cosas de mí de las que yo quiero que sepa». Lo de mi amigo me parece un poco extremo, un poco paranoico, un poco delirante. Y se lo digo. Y él se ríe y yo le digo que está mal de la cabeza pero luego, cuando regreso a casa, miro muy despacio mi biblioteca y comienzo a guardar en lugares que no están a la vista una serie de libros de los que no hablaré aquí.

Jesús Herrán

El libro como bálsamo

He contado en algún lugar que mi primer encuentro con los libros ilustrados se produjo en la escuela unitaria de Villanueva de Villaescusa. Había días mágicos en que el maestro, cuando terminábamos las tareas escolares, los sacaba de un armario como premio. Eran distintos a los escolares, tanto en su forma literaria como en las ilustraciones, pioneras del color en un tiempo editorialmente gris. Los devorábamos en voz alta y en grupo, unidos en una colectividad diversa en cuanto a género y edades. Aprendimos a amarlos.

Años más tarde, en aquel pueblo tan pequeño que no tenía biblioteca ni librería, comprábamos los libros en la farmacia, gracias a que el boticario, que tenía aficiones lectoras, consideró que podía dedicar un local anexo, vacío, a ofrecer en las estanterías bálsamos para el espíritu.

Cuando las tardes se alargaban, sin las obligaciones actuales de los agobios extraescolares, no solo yo, sino gran parte de mis compañeros, leíamos para luego intercambiar con pasión opiniones sobre nuestras lecturas, pues considerábamos las ficciones como nuestra mejor realidad (sucedía lo mismo con las películas del cinema Castan: todos pretendíamos ser «el chico» o la «chica» en los juegos de la semana siguiente).

El amor a los libros de aquellos niños apenas ha decaído en la actualidad. El bálsamo (o veneno) de aquel boticario ejemplar nos inmunizó contra el abandono lector.

Hoy todo es distinto. El libro, que nunca sintió la amenaza de los soportes electrónicos, tiene el riesgo real del abandono de los hábitos lectores. Más que nunca es necesario otro tipo de farmacia –la casa, la escuela, la sociedad– para inocular de nuevo aquel veneno.

Javier Menéndez Llamazares

La era de las 'novelas literarias'

Hace una década, Umberto Eco zanjaba el debate sobre el futuro del libro, el de papel, con un zarpazo cruel: «Si ciertos libros desechables –los bestsellers para leer en el tren, horarios de ferrocarriles o colecciones de chistes– desaparecen de las librerías y viven sólo en los lectores electrónicos, es mejor así. Piense en todo el papel que se ahorraría». Por supuesto que los memes y demás están mejor en las pantallas, pero la profecía respecto a las novelas no resultó demasiado atinada: los grandes éxitos comerciales siguen copando las librerías, y se leen en papel.

En pantalla o en formato libro, por fortuna seguimos leyendo, aunque de manera muy distinta a como imaginaba Eco, que parecía mirar por encima del hombro a todo un género como ya eran entonces los bestsellers.

Lo que sin embargo sí está en riesgo de extinción es ese otro libro, el de clase media. El de los escritores de prestigio, pero que no encajan en esa etiqueta de superventas. Esos autores que hace un cuarto de siglo vendían veinte mil ejemplares y podían vivir de sus obras, en el siglo XXI apenas llegan a una quinta parte, y eso con muchísima fortuna. Así, la novela, o lo que hasta hace dos décadas entendíamos bajo ese nombre, se ha desdibujado tanto que las grandes editoriales han inventado una nueva categoría para sus catálogos, la de «novela literaria».

Es de suponer que hayan llegado a la etiqueta por descarte, para definir todo aquello que no es ni novela histórica, ni novela romántica, ni novela negra, ni novela de no ficción. Pero si estas son «literarias», ¿quiere decir que las demás no lo son?

Fotografías:

Kristina Flour y Scott Umstattd / Unsplash

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