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«Que aprecien lo suyo y lo pongan en valor» y no crean que «lo que se escucha en los pueblos es español mal hablado» es una de las metas de Jaime Peña Arce (1989), madrileño de nacimiento, con raíces cántabras, que estudia y divulga ... las particularidades del español en nuestra comunidad. Su tesis, de hecho, la dedicó al 'Léxico de Cantabria en los diccionarios de la Academia', contando con un referente como Manuel Alvar como codirector. En el Parlamento ofreció una conferencia sobre la materia, organizada por el Aula de Patrimonio de la Universidad de Cantabria.
–¿Hay equilibrio entre la parte académica de las palabras montañesas y su distribución territorial?
–Son dos dimensiones diferentes. El léxico incorporado a los diccionarios lo está porque alguien se ha ocupado de llevarlo a la academia y ha tenido que pasar por una comisión y ser aceptado. Y la distribución dialectal del léxico se conoce también gracias a estudios. Son aspectos complementarios y enriquecedores.
–¿Y en qué estado están respecto al vocabulario propio de Cantabria?
–Hay que tener en cuenta que la mayor parte de este léxico está unida al entorno rural. Eso poco a poco va desapareciendo, tanto aquí como en el resto de lugares. La lengua tiende a la convergencia y el léxico de Cantabria no escapa de este proceso. Sin embargo sí hay que resaltar que se conserva. Es una región pequeña, pero por su disposición, por lo abrupto de su territorio, se conservan rincones donde este léxico tiene plena vigencia.
–¿Por ejemplo?
–Las zonas donde más se conserva son las más remotas, las cabeceras de los valles como Polaciones, Iguña, la zona de Soba, la Vega de Pas, por supuesto.
«El momento de estandarizar el cántabro ha pasado, es una variedad muy erosionada»
«Cantabria no tiene una facultad de filología y eso supone un retraso en el conocimiento»
–¿Que haya mayor homogeneidad es importante para poder crear un sistema lingüístico completo?
–Es difícil de responder. Hablamos de un proceso de estandarización que tienen todas las lenguas cuando tienden a la madurez. Ese estándar normativo siempre está por encima de las variedades regionales. El estándar del español no es exactamente igual que ninguna variedad del español, ni siquiera la de Madrid. Cuanta más homogeneidad, más fácil crear ese estándar y menos polémica es la cuestión.
–Es una palabra acertada, porque muchas veces este patrimonio se utiliza con fines políticos
–Hay que decir que es legítimo y ningún proceso de estandarización está al margen de las causas externas, siempre tiene que haber un impulso histórico o político. Si hoy se quisiera coger el andaluz y convertirlo en una lengua porque alguien tuviera interés, se podría hacer. En Valencia se hizo; se cogió un dialecto del catalán y se le dio rango de lengua. Al final, la lengua también es de los políticos y un mecanismo de identificación y se puede jugar con ella.
–¿Es el equivalente de lo que se hizo con el euskera?
–Claro y con el castellano en su momento. Para permitir la preservación de las lenguas hace falta crear un estándar con unas normas. Se hizo con el castellano en el siglo XVIII, con el gallego, con el catalán en el XIX y en el XX con el vasco. Y ahora se está haciendo con el aragonés y el asturiano. Son dos dialectos que no tienen rango de lengua porque no se les ha dado.
–En el caso del cántabro, ¿en qué punto se sitúa ese rango?
–Pues muy atrás. Con el cántabro no hubo interés. Es una de las variedades más parecidas al castellano central. Siempre se ha interpretado que sus particularidades lingüísticas eran español mal hablado, cuando realmente, el origen no es el mismo. El momento de estandarizar el cántabro ya ha pasado, porque es una variedad que está muy erosionada. Pero hay asociaciones que lo defienden, sin mucho apoyo institucional.
–¿Cuál es el proceso para recuperarlo?
–Al final, tienes que crear un dialecto artificial. Se puede tomar como modelo el de un valle, por ejemplo Cabuérniga. Se estandariza y a partir de ahí se crea una gramática, una ortografía, un diccionario y si hubiera medios de comunicación y escuelas que lo utilizaran sería una variedad dialectal. Otra opción sería fusionarlas todas y crear una super variedad que tomara elementos de diversas variantes.
–Es como una carrera de resistencia en torno a un patrimonio común?
–También luchamos contra el tiempo y eso es inevitable. Los referentes a los que aluden estas palabras en el medio rural, desaparecen y la palabra también decae. Es un proceso lógico, lo podemos lamentar, pero todas las lenguas han ido evolucionando en función de los cambios sociales. Es verdad que en el caso del cántabro hablo sobre todo del léxico, pero también tiene sus particularidades en otros campos.
–¿Qué opina de los estudios que dicen que el castellano nació en Cantabria?
–Eso es un error muy extendido. El castellano como lengua nació en la ciudad de Burgos, en el momento en que se convierte en capital de la corona de Castilla, a partir del año 900. A esa ciudad llega población de los entornos cercanos; Cantabria, La Rioja, País Vasco… Ahí se da un proceso de simplificación de todas esas lenguas llamado koiné, una mezcla por nivelación y surge el español o castellano. Y a medida que Castilla se va reconquistando, se extiende hacia el sur y Cantabria queda fuera. Cantabria no es el origen del castellano. Se habla de un castellano septentrional o la variedad más oriental de asturleonés. Hay discrepancias en la etiqueta, pero sí está diferenciado del castellano de Burgos que dará origen al español.
–¿Siente que está trabajando con algo que se escapa como arena entre los dedos?
–Creo que el problema del español de Cantabria es que como comunidad no tiene una facultad de filología, eso ha supuesto un retraso enorme en el conocimiento de los hechos lingüísticos. No obstante, creo que hay fuentes, bancos de datos y es un trabajo que se puede hacer.
–¿Quién debería hacerlo?
–Supongo que la Universidad de Cantabria se podría implicar un poco más.
–¿Qué le lleva a investigar este campo?
–Me hice filólogo para intentar describir mejor el español de Cantabria, porque aunque no soy cántabro, mi madre sí lo era y me siento parte de esta tierra. El problema con el que me encontré al llegar a la investigación es que no había prácticamente nada y he intentado aportar mi grano de arena. Es lo que me mueve.
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