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Sus estancias colgantes sorprenden al visitante que accede a la gran sala del Centro Botín convertida en un escenario múltiple. En sus espacios-metáforas habitan ... imágenes antiguas y nuevas, pero niega que sea una retrospectiva. Thomas Demand (Múnich, 1964) vincula su exposición 'Mundo de papel' en Santander con el edificio de Renzo Piano, el entorno y la situación en la que nos encontramos hoy. Comisariada por Udo Kittelmann la muestra, que podrá visitarse hasta marzo de 2022, destaca por su original escenografía, concebida ad hoc para el espacio y configurada por pabellones suspendidos cubiertos con papel pintado, en los que habitan sus fotografías hiperrealistas y películas. Antes de Santander inauguró en Moscú, trabaja en Dinamarca en su primer edificio, junto a un equipo de arquitectos, y en diciembre regresa a Madrid para exponer en la galería Helga de Alvear. Entre todo ello, impartirá el taller de artes plásticas de la Fundación Botín.
–¿Qué circunstancias se han dado ahora para hacer su mayor muestra en España?
–Es mi exposición más ambiciosa. Me invitaron a hacerla hace tres años y encuentro que el edificio es una gran fuente de inspiración, así como la propia ciudad de Santander. Es una exposición compleja que está muy inspirada donde se ubica. He buscado que el espectador se sienta dentro de los volúmenes.
–Dado que hay una escenografía ad hoc para el Centro Botín, ¿qué opina del edificio de Renzo Piano? y, ¿en qué medida le ha condicionado el montaje?
–Lo primero es que el edificio se encuentra suspendido sobre pilares, salvo la sección acristalada de abajo básicamente, y eso lo traslado a la exposición que responde a esa idea. Lo segundo es el techo, debido a la estructura del edificio, puede soportar mucho peso, algo que es muy poco habitual. Normalmente los techos de los museos son muy finos y no puedes colgar nada de ellos. Así que, cuando vi el edificio y la estructura, con las vigas desnudas, me pareció muy interesante y quise aprovecharlo. Y esto te lo permite el edificio, que es la estructura óptima para probar cosas poco convencionales.
–¿Por qué prescinde de la presencia humana en las fotos?
–Los espacios que imagino son básicamente metáforas, invito al espectador a que se los imagine. Si incluyo a personas, la obra se convierte en la historia de esas personas, no en la del propio espacio. Hay, por ejemplo, una foto de la policía de Canadá. Desde hace unos 15 años, este tipo de imágenes no incluyen personas porque los investigadores se dieron cuenta de que los testigos recuerdan mejor cuando no hay personas en las escenas. Lo que pretendo es que imaginemos el espacio y cómo nos sentiríamos en él, algo que no sería posible incluyendo a personas.
–¿Puede hablarse de un paralelismo con el concepto de 'no lugar'?
–Sí que tiene un poco que ver. Lo que sucede es que las asociaciones son arriesgadas porque todos tenemos las mismas cosas. Sadam Husein, por ejemplo, cuando le encontraron en Tikrit, entre sus pertenencias había un túper, pues yo tengo ese mismo túper en casa. En la sala de control de Fukushima tenían unos archivadores que son parecidos a los que puede tener uno en casa. La producción de objetos es tan global hoy en día que compartimos muchas. Todo lo que hay en una casa de Alemania lo encuentras en una casa de Nueva Delhi. Las experiencias ya no están ligadas a la ubicación, son tan ubicuas que llegan a volverse invisibles. Los ascensores y las escaleras son elementos tan genéricos que no son concretos, pero cuando se produce un suceso particular en alguno de estos sitios parece que adquieren un aura especial: pasan a contar una historia cuando antes solo te servían para subir y bajar. La idea de que lo cotidiano es siempre igual no me resulta muy evocadora.
–¿En qué medida la pandemia como suceso global ha trastocado su manera de ver el mundo?
–Bueno, en realidad han seguido produciéndose hechos importantes en este periodo, como las elecciones de Estados Unidos, por ejemplo. La pandemia lo que sí ha hecho ha sido cambiar el foco de la política a la salud. En esta exposición incluyo tres elementos relacionados directamente con la pandemia: el primero es el Ferry Diamond Princess. Los pasajeros que estaban de crucero tuvieron que quedarse confinados. Así que este barco que tendría que hacernos pensar en ocio, lujo y placer ahora nos hace pensar en confinamiento, división y aislamiento. También está el póster del edificio de apartamentos con los toldos. Se me ocurrió que el toldo amarillo completamente bajado era una forma de recordarnos que nos hemos pasado un año sentados en nuestro apartamento. Hay elementos visuales que se pueden utilizar sin expresar directamente que algo es bueno o malo. El tercer elemento es el de la realidad suspendida. Todo ha estado en suspenso y tenemos que volver a poner los pies en la tierra.
–¿Le interesa el componente de denuncia o solo quiere narrar?
–Las exposiciones deberían ser algo más que las obras que se muestran en ellas. Si todo funciona como espero, los visitantes no se olvidarán de la exposición, porque he creado una experiencia. Quiero conseguir algo parecido a lo que sucede con la arquitectura. Intento que las exposiciones sean fáciles, accesibles tanto para un niño o para una persona mayor.
–Pintor, escultor, fotógrafo y narrador, ¿se considera un renacentista del siglo XXI?
–Bueno, no. Primero fui pintor, no sabía muy bien qué pintar así que empecé a hacer esculturas. Pensé que no sería muy buen escultor, así que utilizaba materiales baratos. Una vez terminaba las esculturas no tenía dónde guardarlas, así que les hacía fotos y las tiraba. Pero el problema con las fotografías es que nunca llegaban a ser tan bonitas como la realidad. Luego, con la primera exposición, me di cuenta de que si colocas una foto junto a otra te cuentan una historia que no te contaban por separado… y así he ido pasando de una cosa a otra, de un problema a otro y los problemas te hacen ser creativo porque tienes que encontrar una solución. Y empecé a comisariar exposiciones porque me di cuenta de que yo no quería exponer en ninguna.… Son todo problemas que han ido apareciendo a lo largo de los años y que es divertido resolver. En esta exposición llevábamos trabajando tres años y tengo un montón de maquetas y de dibujos y ahora es como si estuviese caminando por mis propios dibujos, ¡es estupendo! Las maquetas las destruyo después porque no tengo espacio para guardarlas.
–¿El arte ha cedido al mercado y ha perdido su identidad fundacional?
–El arte todavía nos puede conmocionar, pero esto es una convención: la gente sabe diferenciar el que pretende conmocionar y esto hace que la capacidad de conmoción se diluya. En cuanto al mercado, no creo que ningún artista haga obras que no le gusten. Si solo haces arte que vende es algo bastante cínico que acabará haciéndote infeliz. Yo creo que incluso los artistas que más venden lo hacen porque les gusta. También hay una diferencia muy grande entre los coleccionistas actuales y los de hace 30 años. Antiguamente los grandes industriales, los banqueros compraban arte porque les gustaba y les hacia felices, les inspiraba. Quizás no todos comprasen arte, pero los que lo hacían se sentían orgullosos de sus adquisiciones. Hoy en día son los inversores los que compran arte y quieren saber que no va a valer menos dentro de unos años. Esta idea del arte como inversión es un poco tóxica. El mercado es en realidad es un porcentaje muy pequeño de todo el arte que existe. Es como el clickbait (cebo de clics) en internet, que oculta todo lo demás. El que hace más ruido es el más popular, pero el mundo del arte es mucho mayor que el mercado. También influyen los medios de comunicación cuando anuncian el precio por el que se venden algunas obras. Pero no debemos olvidar que el arte tiene muchos matices y es mucho más que el valor de mercado.
–¿No tiene miedo a que la fuerza de un paisaje como el de la bahía se apropie de la muestra?
–No, esto es como cuando botas un barco. Una vez que terminas una exposición la dejas ir y dejar que hablé por sí misma. Lo que sí es verdad es que esta exposición no la puedes llevar a otro sitio, no funcionaría.
–¿Por qué Vargas Llosa para el catálogo?¿Qué le parecen sus últimas declaraciones sobre el voto?
–Siempre trabajo con escritores. Cuando Vargas Llosa escribe sobre su infancia y cambia el nombre de su tío no pensamos que está mintiendo. La verdad literaria es muy diferente a la verdad periodística. En mis espacios, yo busco la verdad literaria. No quiero contarte nada de Sadam Husein. Yo intento hablarte de la idea que tenemos de la comunicación a través de imágenes, de los espacios que no deberían ser triviales. En el caso de Vargas Llosa es un sueño de mi juventud. Soy un gran admirador. Creo que no hay ningún otro escritor vivo comparable. No conozco sus últimas declaraciones pero el texto lo escribió hace dos años y no es un político. Es un tema complejo porque la obra de arte debería trascender y ser autónoma e independiente del artista una vez terminada. De no ser así habría que eliminar muchísimas obras que son importantísimas para nosotros. Que sucedería entonces con las iglesias teniendo en cuenta los casos de pedofilia que se van conociendo, ¿habría que cerrarlas todas?
–¿Considera fundamental la faceta didáctica del arte, quizás cada vez más olvidada?
–Bueno, soy profesor de arte en Hamburgo. La faceta didáctica es más importante ahora que nunca, porque durante la pandemia muchos jóvenes artistas han perdido dos años cruciales.
¿Nunca ha pensado que podría eludir todos los pasos creativos y directamente escribir una narración?
–Sí, pero ahora estoy dedicado a la arquitectura porque las cosas han evolucionado así. Estoy construyendo un edificio en Dinamarca. Es mi primera casa. Trabajo con arquitectos ayudándoles en sus maquetas y en permanente evolución. Pero bueno, ya habrá tiempo para la escritura que todavía no soy tan mayor.
–Ha habido una democratización de las imágenes que, al tiempo, ha conllevado una banalización. ¿Hace falta educar la mirada?
–Soy optimista. Cuando empecé en los 90 el debate se centraba en photoshop y en el paso de la fotografía analógica a la digital, que es manipulable. Muchos dijeron que la fotografía había muerto, pero en realidad ha sucedido lo contrario: está en todas partes. Ahora, además, lo primero que recibes son imágenes, y todos llevamos una cámara en el bolsillo, podemos hacer fotos, compartirlas y comentarlas. No solo las recibimos, también las enviamos. Hoy en día entendemos la fotografía de una manera mucho más compleja. Antiguamente había fotógrafos de guerra como James Nachtwey, pero esa profesión está desapareciendo, porque las fotos que vemos ahora son más auténticas porque las hacen los protagonistas del suceso: las fotos de los prisioneros de Abu Ghraib nos impresionan aún más porque las tomaron los propios soldados. Confiamos más en las fotos de un desastre cuando proceden de alguien que lo ha padecido. En el presente nos importa mucho más quién manda la foto y por qué. Como fotógrafo, creo que la situación actual es mejor que antes, y el espectador es más sofisticado porque sabe que las fotos se pueden manipular y sabe identificarlas.
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