Juan Antonio González Fuentes
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Juan Antonio González Fuentes
Aunque la responsabilidad institucional administrativa es nueva en su diversificada e intensa trayectoria, no lo es del todo la coordinación, gestión e investigación del hecho cultural en muy diferentes terrenos. El poeta e historiador Juan Antonio González Fuentes (Santander, 1964) ha estado al frente de ... actividades, programas y entidades vinculadas a la Universidad de Cantabria, el Centro de Estudios Montañeses y el Archivo Lafuente. Tras medio año en la Dirección General de Cultura y Patrimonio Histórico del Gobierno cántabro, se muestra convencido de que «sin la colaboración público privada, hoy es inviable poner encima de la mesa proyectos culturales con garantías de futuro». El también consejero delegado de la Sociedad Regional de Cultura y Deporte, licenciado en Filosofía y Letras por la UC, cuenta con una larga trayectoria como escritor y poeta. Premio de las Letras 'Ciudad de Santander', cree que es prematuro atreverse con balances sobre la experiencia de su cargo, pero advierte de que la burocracia «no es solo un temor, sencillamente es un hecho y no debemos ni engañarnos ni engañar».
–¿Qué hace un poeta de los de toda la vida, investigador literario y coordinador de archivos, metido a gestor de la administración cultural regional?
–Dar un paso al frente ante la propuesta –nacida de la confianza, el entendimiento y la amistad– que puso sobre mi mesa la consejera Eva Guillermina Fernández el pasado verano. Es una mujer a la que respeto intelectualmente y con la que ya colaboré en el pasado. Posee una sólida formación, tiene una aquilatada experiencia en la gestión cultural, es brillante, inteligente, y también compartimos ideas y valores. Además, creo que la propuesta me llegó en un punto de verdadera madurez personal e intelectual. Un momento en el que ya no tengo que demostrar nada, en el que profesionalmente tengo una vida cumplida y en el que me encuentro con las fuerzas y la confianza suficientes para afrontar el reto. No podía dar un no por respuesta, hubiera sido una cobardía.
–Su experiencia sobre el terreno es de sobra conocida. ¿Cree que puede ser clave a la hora de aportar determinadas visiones o entender mejor las demandas?n
–Sinceramente creo que sí, y en modo alguno me tengo por un tipo presuntuoso. Estoy convencido de que quienes acuden a mi despacho encuentran a alguien que, al menos, habla su mismo idioma y en más de una ocasión ha estado en su lugar. Alguien que, como diría el protagonista de 'Matar a un ruiseñor', Atticus Finch, es capaz de ponerse los zapatos del otro. Ahora bien, tengo claro que esta capacidad de «empatizar» no garantiza por sí misma ni la eficacia ni una buena gestión.
–¿Qué balance hace de estos primeros meses al frente de la dirección general?
–Creo que es muy pronto aún para pasar ningún examen o sacar conclusiones definitivas. Eso sí, tengo ya un detallado mapa mental de cómo funcionan las cosas desde un punto de vista jurídico y administrativo, y he comprobado de primera mano que el equipo que me rodea es de un altísimo nivel y está muy involucrado en el esfuerzo. En este sentido, he tenido una gran suerte. También he tomado conciencia del ingente trabajo que se desarrolla en los centros, museos e instituciones culturales de nuestra región (Palacio de Festivales, Museo Marítimo, Biblioteca Central, Mupac, cuevas prehistóricas...), un trabajo que en ocasiones se desarrolla en condiciones que no son las óptimas. Y, por último, he corroborado la importancia esencial que hoy por hoy tiene la consejería en el latir de la vida cultural regional, y he certificado, casi con asombro, el casi inimaginable contingente de grupos e individuos que están involucrados, de una manera u otra, mejor o peor, en la vida creativa e intelectual de nuestra región.
–¿Teme, como le ha sucedido a otros gestores, que sus decisiones, aplicadas de acuerdo a su conocimiento del mundo de la cultura, queden enquistadas por la maquinaria de la burocracia?
–No es solo un temor, sencillamente es un hecho. Las ideas, los proyectos, las iniciativas... deben ponerse en marcha en el marco de una construcción jurídico-administrativa que establece y define una realidad. No debemos ni engañarnos ni engañar. Hay que trabajar dentro de ese engranaje y saber leer sus posibilidades, teniendo en cuenta los pros y los contras. Punto.
–¿Supongo que desde que asumió el cargo ya le habrán pedido más de un imposible o le habrán exigido cosas sobredimensionadas?
–Una de las ventajas de ir a cumplir sesenta años es que, si uno no ha sido a lo largo de todo ese tiempo un perfecto majadero, ha tenido la oportunidad de entrenarse en el asombro y la perplejidad, aunque también en la tolerancia y la compresión. No sé si me he hecho entender. Digamos que, hasta la fecha, quizá lo que más me ha sorprendido en el puesto de director general es el número de personas que estiman lógico y necesario que sus «deseos» creativos y artísticos sean convenientemente apoyados y financiados con el dinero de los impuestos de sus conciudadanos.
–El González Fuentes (Tono) creador y activista cultural, ¿qué le pide al González Fuentes director general de la cosa pública?
–Que sea leal a sí mismo, a lo que piensa, a los valores en los que cree y le conforman. Le pido también que sea honesto y decente, trabajador, paciente, posibilista y a la vez soñador, comprensivo, responsable, consecuente, tolerante, abierto de miras, sensato, cosmopolita, y que sepa en todo momento que ejerce un puesto en el que su deber es servir a los ciudadanos. Le pido que cuando deje de ser director pueda mirarse al espejo y, desde la honestidad, pueda y sepa asumir los logros y los fracasos, pues sin duda habrá de todo un poco en el futuro inmediato.
–¿Comparte la denuncia del sociólogo Javier Díaz de que «las inercias acumuladas durante la autonomía: el grillete clientelar, lo parroquial, el modelo cultural vigente desde la posguerra...», han ralentizado una estructura cultural sólida y de futuro?
–No se trata de una denuncia, sino de un diagnóstico realizado por un especialista de la Academia que ha dedicado algunos de los mejores esfuerzos de su vida intelectual a estudiar la vida cultural en España y en Cantabria desde la posguerra hasta la posmodernidad. He tenido la fortuna de aprender mucho junto a Javier Díaz, conversando con él, leyéndolo. Y sinceramente creo que el diagnóstico es acertado. Es indispensable conocer de dónde venimos, cuáles fueron las circunstancias políticas, económicas, sociales, culturales..., que hasta aquí nos han traído. Y en este sentido los esfuerzos de Javier Díaz están ahí y forman parte ya de la historiografía que es imprescindible conocer. Pero el propio Díaz subraya en sus escritos que el salto cualitativo y cuantitativo que se ha producido en materia cultural en nuestra región a lo largo de los últimos años es más que significativo. El futuro está en nuestras manos y depende de nosotros. Lo que es evidente es que cada vez se hace más deseable la presencia, empuje, desarrollo, incremento y trabajo de eso que se llama «masa crítica». La fortaleza de esa masa es esencial en la conformación de una sociedad sana, abierta y con capacidad de mejora.
–¿La desestacionalización cultural pide otra vuelta de tuerca?
–Me centro en la capital de Cantabria, porque es el contexto en el que tiene más sentido. Cualquiera que tenga una mínima experiencia en el ámbito de la programación cultural en Santander sabe que el tópico de la estacionalización es sencillamente eso, un tópico que se repite desde hace demasiado tiempo. Teniendo en cuenta sus dimensiones y circunstancias, Santander es una ciudad con un pulso cultural sobresaliente, pulso que se desarrolla a lo largo de todo el año. Sí es cierto que el verano supone una mayor concentración de hitos, algo que tiene que ver sin duda con dos cuestiones: la tradición heredada y el incremento más que significativo de un público. posible
–¿Está convencido de que en unos años el patrimonio puede convertirse en un verdadero motor de la comunidad?
–Ya lo es. Lo que ocurre es que, siguiendo el ejemplo del «motor», éste puede ser más o menos potente, precisar de un mayor o menor mantenimiento, ser más o menos fiable... Tenemos una región con un patrimonio material e inmaterial riquísimo, muy diverso, heterogéneo, con una cronología dilatadísima que va desde la prehistoria hasta nuestros días. El cuidado, protección y desarrollo de este «motor» debe ser una prioridad esencial en nuestra región, y en ese esfuerzo estamos involucrados todos: administraciones públicas, particulares, asociaciones.
–Haga un esfuerzo de síntesis y enuncie su radiografía de la Cantabria cultural...
–No me hace falta, lo tengo claro: sorprendentemente rica, variada, potente e intensa con relación a su tamaño y situación periférica. Es casi inverosímil que, siendo una región tan pequeña y poco poblada, y teniendo una situación geográfica alejada de los núcleos de proyección política, económica y cultural de España y Europa, nuestra región haya dado a lo largo de los dos últimos siglos tantos nombres significativos en la creación y reflexión artística e intelectual dentro del contexto nacional e internacional. Vivimos en una ciudad, Santander, en una región, Cantabria, en las que, en campos como la literatura, la pintura, el coleccionismo, el cine, el periodismo, la música, la historia, la reflexión..., una generación tras otra se ha pasado un testigo con peso específico propio en el devenir de estos campos en la España de las últimas décadas.
–¿Intensificar los vasos comunicantes entre lo privado y lo público es una garantía para abordar proyectos más ambiciosos?
–Es una necesidad ineludible. Sin esa colaboración hoy es inviable poner encima de la mesa proyectos culturales con garantías de futuro y la necesaria proyección y entidad. Ejemplos tan significativos como el de la futura sede asociada Museo Reina Sofía-Archivo Lafuente son perfectos para señalar el camino por el que hay que avanzar.
–Como en otros tantos territorios, ¿existe una desigualdad cultural que necesita urgentes medidas de corrección?
–La «desigualdad» entre la vida cultural en Santander y el resto de la región es evidente que estamos ante un hecho verificable. Pero una vez verificado, solo caben dos posturas realistas y sensatas. Asumir que en los núcleos urbanos con mayor población la vida en términos generales ofrece más posibilidades de todo tipo, incluyendo las culturales. Procurar mejorar y enriquecer, con respecto a las posibilidades existentes, la vida cultural en los núcleos menos poblados y con menos recursos.
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