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¿Los estudios literarios, tal como se practican en la universidad española, ayudan a acercar la literatura a los lectores o son solo una ocupación gremial, autosuficiente y de consumo interno? En 'El infinito en pie', ocho de los más destacados especialistas en la poesía de Góngora comentan otros tantos poemas suyos (el título, algo rebuscado, alude a la relación entre el número 8 y el símbolo del infinito). Se trata de poemas por lo general breves, algunos muy conocidos y apreciados, como el romance 'Es un pastoril albergue' (el único que no se reproduce en el libro) o los sonetos 'La dulce boca que a gustar convida' o el dedicado a Córdoba. Junto a ellos, alguno que no pasa de prescindible curiosidad.
Los diferentes estudios, aunque no todos igualmente, abundan en los defectos de la crítica académica, más interesada en la acumulación de datos eruditos y en ... la acumulación de referencias bibliográficas que en acercar el poema al lector.
Titulo El infinito en pie. 8 poemas de Góngora comentados
Autor Varios autores
Editorial Joaquín Roses. Editorial: Renacimiento. Sevilla. 2024.
Páginas y precio 49 pag. 20,90 euros
A veces, esa erudición no solo sobra, también engaña, como afirma el tan citado verso gongorino: «No es sordo el mar, la erudición engaña». Nadine Ly Aguila, catedrática jubilada de la Universidad de Burdeos, antes de comentar un soneto en que aparece un «dulce arroyuelo de corriente plata», nos habla de todos los ríos y arroyos que aparecen en los versos de Góngora (buen ejemplo de erudición no pertinente), para luego afirmar que a «la representación perfecta del arroyo ideal» que encontramos en los cuartetos contribuiría el homoioteleuton que acerca las rimas «por medio de la declinación masculina o femenina de la sílaba tolta». Pasemos, como presunta errata, que 'tolta' no es una sílaba, sino dos y no aparece en el soneto. ¿Pero desde cuándo hay declinación masculina o femenina en español? ¿'Dilata', un verbo, se corresponde con la «declinación femenina» y 'elemento' con la masculina? ¿Y, por otra parte, qué 'homoioteleuton' –finales iguales que no incluyen la última vocal tónica y por eso se distinguen de la rima– hay entre 'elemento' y 'plata', 'dilata' y 'lento'?
No es el único disparate que encontramos en esta colaboración inicial. Comenta la puntuación, que se debe al editor contemporáneo, como si fuera del autor: «El cuarto verso se cierra con dos puntos que, después de la perfecta y placentera evocación inicial, anuncian que algo se ha de comentar o explicar». Pero esos dos puntos, de acuerdo con el sentido y con el uso contemporáneo, deberían ser una coma.
Tampoco parece tener muy claro el organizador de este volumen, Joaquín Roses, el valor de las comas. Señala que el soneto que comenta plantea un problema en el recitado: «o se respetan las pausas o se respetan las sinalefas». Las comas, en la grafía española, no siempre indican pausa: «me dijo que, ayer por la tarde, vino a visitarnos». Tras el átono 'que' no hay pausa, aunque la hagan tantos lectores supuestamente cultos.
Las colaboraciones que se reúnen en este libro fueron en un principio intervenciones orales objeto de debate entre especialistas. Algunos de esas observaciones serían tenidas en cuenta y comentadas en nota, pero todas se refirieron a cuestiones menores, no a lo esencial. Nadie señaló, por ejemplo, que la corrección textual que Pedro Ruiz Pérez hace al texto de 'La dulce boca que a gustar convida' respecto de las «ediciones más canónicas» no debería tenerse en cuenta, aunque mejore la eufonía del verso, puesto que solo aparece en una edición del siglo XIX y ni remotamente puede atribuirse al autor.
La cortesía académica impide debatir lo esencial. No ocurre lo mismo cuando los investigadores son ajenos al grupo. Joaquín Roses afirma a propósito de R. P. Calcraft que «ningunea a sus antecesores» o bien porque «cucharea» de ellos o porque los «desconoce absolutamente». En contraste con otros colaboradores –especialmente Pedro Ruiz Pérez–, Roses no escribe en rebuscada jerga académica, sino que pretende ser entendido por cualquier lector interesado en estas cuestiones. El riesgo de ser claro es que queden patentes la nimiedad de la aportación o ciertas ideas recibidas que no son de recibo, como la identificación de la situación descrita en el poema con la situación del autor en el momento de escribirlo. A nadie se le ocurriría pensar que el poema 'Gorrión' de Claudio Rodríguez se escribió mientras veía a un gorrión picoteando a sus pies, pero todavía hay quien piensa que el soneto 'Oh excelso muro, oh torres coronadas' tuvo que escribirse en el mismo momento en que regresa Góngora de un viaje a Granada y vuelve a contemplar las torres de Córdoba. Y seguramente habrá quien piense que detuvo el caballo para escribirlo antes de entrar en ella.
No quiere esto decir que el paciente lector no pueda encontrar iluminadoras reflexiones sobre la poesía de Góngora en estas páginas. Muy ilustrativo resulta el capítulo que Martha Lilia Tenorio dedica a 'En un pastoral albergue', la recreación de uno de los pasajes más conmovedores –los amores de Angélica y Medoro– del Orlando furioso.
Hay contribuciones de mayor interés histórico que literario, como la de Amelia de Paz sobre una letrilla de Góngora cantada en la festividad del Corpus. Nos enteramos, gracias a ella, no solo del nombre del obispo de entonces, sino incluso de los del perrero y el pertiguero de la catedral, Miguel Martínez y Andrés Martínez, y de los ducados que ganaba uno y los maravedís que ganaba el otro. Entre tantas minucias eruditas, se olvida de decirnos si el peculiar lenguaje de esta 'letrilla guinea' trata de reproducir el habla de los esclavos de la época o es solo una deformación caricaturesca para hacer gracia. El poema, que parece que se cantaba o se escenificaba, no pasa de ser una curiosidad.
Como una curiosidad es la décima que se comenta en último lugar. A propósito de ella, David Huerta encuentra que Góngora es «un clásico futuro, no un poeta del pasado». Pero si es un clásico (lo de «clásico futuro» no se entiende muy bien lo que quiere decir), no es por esa décima en elogio de la 'Fábula de Faetón' que escribió el conde de Villamediana, que se lee con la curiosidad con que se descifra una adivinanza, sino por tantos poemas memorables, tres o cuatro de los cuales se comentan en 'El infinito en pie', un libro que quiere ilustrar bien los riesgos de la crítica académica, a veces solo académica palanca para el escalafón profesional.
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Ana del Castillo
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