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Retrato del Padre Rábago, promotor de la nueva diócesis montañesa Francisco Gutiérrez Cossío
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Acontecimientos episcopales

En una sociedad con fuerte impronta de la estructura eclesial, las vicisitudes de Cantabria, su nombre y su mentalidad dependieron mucho del mapa de diócesis del norte de España

Viernes, 24 de enero 2025, 07:18

En nuestras meditaciones sobre la historia de Cantabria, hoy conviene reparar en la trascendencia que para ella tuvo ella, durante un milenio al menos, el mapa de diócesis hispanas. Tanto la conquista de la 'provincia' de Cantabria por el arriano Leovigildo, como el relato sobre la influencia del taumaturgo ibérico San Millán, nos sugieren el limitado alcance de la fe cristiana, en el siglo VI, sobre la zona cántabra. Esta era más bien tierra para misioneros; algunos pudieron encuevarse en Valderredible. Acaso el siglo VII presenció mayor arraigo, cuando Sisebuto conquistó la cornisa cantábrica.

Pero a comienzos del VIII llegan los islámicos y se desbarata la situación previa. La llegada de refugiados, la resistencia contra los invasores y la configuración del reino astur-cántabro con Alfonso I obligaron a reformulaciones de la estructura eclesiástica acoplada al reino gótico. Los monasterios desempeñarán ahora un importante papel económico y cultural.

Desaparecido el ducado godo de Cantabria, se pierde la costumbre de identificar el territorio venido de la Cantabria romana. Al aparecer corónimos parciales como Liébana y Trasmiera (Campoo se cita por primera vez en 987), y denominarse luego 'Asturias' (de Santillana) la mitad occidental de la región, se ofrecía un incentivo para la pugna entre sedes episcopales a fin de adjudicarse el antiguo espacio cántabro (que en su mayor parte habría caído en la diócesis de Oca, 'Auca'). Ello no solo por poder, sino también por economía. En el siglo VIII existía la diócesis de Amaya, aunque sin virtualidad, pues Amaya no fue repoblada, por el primer conde de Castilla, Rodrigo, hasta el 860. En este siglo IX, las Asturias de Santillana caen bajo la autoridad de la diócesis de Oviedo (creada a finales del VIII, tras el ataque de Beato de Liébana a Elipando y para contrarrestar a Toledo). En el siglo X, el área cántabra aparece distribuida entre el obispado ovetense y los de León, Oca y Valpuesta.

Solo la constitución del obispado de Santander al cabo de un milenio pudo superar la fragmentación altomedieval

Oca, restaurada al principio de la Reconquista, extendió su sombra mitral sobre Campoo y Valderredible. León, sobre Liébana y Polaciones. Y Valpuesta, sobre Trasmiera, la tierra a oriente del Asón y Soba. Esto último tiene su importancia, ya que la sede de Valpuesta será absorbida por la de Nájera en 1052. Es decir, la parte oriental de Cantabria quedó bajo un obispado navarro. Pero la victoria militar de los castellanos sobre los pamploneses en Atapuerca determinará que todos estos espacios pasen a Oca, cuya autoridad será finalmente transferida a Burgos. A su vez, al restaurarse la diócesis de Palencia en 1035, esta le había arrebatado Polaciones al obispo leonés.

El siglo XII se cierra, casi en sincronía con los fueros de Alfonso VIII a las villas litorales, con una unificación de territorio eclesial bajo la autoridad del prelado burgalés, excepto Liébana y Polaciones. El pleito entre Oviedo y Burgos, que lo era entre los reinos de León y Castilla, había durado más de un siglo, pero se pacificó con la cesión asturiana a cambio de compensación económica. Castilla impone su filosofía. La nueva situación dura seis siglos, hasta que en 1754 Benedicto XIV crea la Diócesis de Santander. Aún quedaron Reinosa y su entorno bajo Burgos; en Palencia, los purriegos (como el propio padre Rábago, de Tresabuela y promotor máximo de la nueva diócesis montañesa); en León, los lebaniegos.

Ese movimiento coincide, no por casualidad, con otros signos de afirmación: Camino Real de Reinosa (1753); título de ciudad de Santander (1755); 'La Cantabria' de Enrique Flórez (1768); el derecho a comerciar con Indias (1778); la solicitud de Puente San Miguel para formar una provincia de nombre 'Cantabria' (1778); aprobación real (sin efecto práctico) de dicha provincia (1779); Real Consulado de Santander (1785); Real Sociedad Cantábrica de Amigos del País (1791); primera imprenta local (1792); la provincia marítima santanderina (1799). Aunque la reivindicación de obispado propio se remontaba al Renacimiento, en esta corriente de la segunda mitad del XVIII vemos un territorio eclesiástico y estatal más coordinado en administración y comunicación.

Así aquella remota unidad que Cantabria pudo tener bajo un duque visigodo empezó a recobrarla bajo su primer obispo, Francisco Javier de Arriaza y Sepúlveda, último abad de la colegiata de los Santos Mártires e hijo de estadista madrileño. Algo hubo de alta política. El agente del rey español ante la curia pontificia era un clérigo de Liendo, Miguel Antonio de la Gándara, que sería autor de ensayos reformistas, como sus 'Apuntes sobre el bien y el mal de España' (1762). Ya desde época de Felipe II los propios obispos burgaleses solicitaban la desagregación de su diócesis y la erección de la santanderina, por operatividad, pero la ciudad y el cabildo castellanos eran menos entusiastas: temían perder dignidades y dineros. Esta resistencia se fortaleció cuando algunos arzobispos burgaleses cambiaron de idea a finales del XVII y sabotearon la desmembración. Al final, además de la defensa diplomática en Roma contra estas quejas, el rey hubo de garantizar una compensación económica a Burgos. Recurrieron contra la nueva diócesis, y pidieron seguir en Burgos, sin éxito, los párrocos de Castro-Urdiales, Parbayón-Cianca e Iruz, así como Mena.

Una de las más astutas razones del memorial planteado en el Vaticano fue que, como el excelente puerto de Santander daba ocasión a comerciar y comunicar con «ingleses, holandeses y escoceses, herejes y protestantes de todas sectas, ateístas, deístas, naturalistas, luteranos y calvinistas», se necesitaba la vigilancia in situ de un obispo, para que no peligrasen las almas de los montañeses.

En el largo plazo, parece claro que uno de los motivos de la evanescencia y desplazamiento del corónimo 'Cantabria' tal como se identificaba en época romana fue que, en la Reconquista, no surgió una diócesis propia, sino que en ciudades importantes de este proceso (Oviedo, León, Nájera, Palencia, Oca-Burgos) se erigieron sedes que pudieron controlar partes del antiguo territorio cántabro. La historia eclesiástica fraccionaria es, aquí, uno de los factores explicativos de la fraccionaria evolución política. Cabe inferir que los deseos de obispado propio ya en torno a 1600 suponían una incipiente toma de conciencia montañesa. La entrada sobre el obispo Arriaza en el segundo volumen de 'Hijos de Madrid' de José Antonio Álvarez Baena (1790) se refiere al espacio de su diócesis como aquel «llamado vulgarmente Partido de las peñas abajo». Lejos estaba aún la renormalización del uso de 'Cantabria'

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