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La gran sala está vacía. Los cuerpos de unos bailarines aparecen posados sobre el suelo. Al otro lado, muy lejos, empequeñecido por el gran espacio, vemos el cuadro de El Greco, 'Adoración de los pastores'. Empieza a haber movimientos casi imperceptibles de las manos, un baile mínimo, hasta que surge el canto, un salmo, notas prolongadas en un espacio indiferenciado, mezclado. Llevan vestidos de calle, similares a los de los espectadores a los que se acercan para mirarlos a los ojos.
Se destaca entre los espectadores una mujer con un niño, una madre que se sienta en el suelo, que posa al niño a su lado, que empieza a bailar y a cantar, de modo que se produce una escena, una situación en la que hay una conexión rítmica: el arrullo. Y el niño se mueve, golpea el suelo rítmicamente, da gritos agudísimos de placer que los adultos que lo acompañan intentan imitar, dialogan, baila con su madre y con los pastores que lo rodean una danza lenta en el suelo.
Remarcando el sentido del tacto, regresa el movimiento de las manos que siguen una coreografía renovada. El canto es primitivo, gutural, rítmico, una mezcla entre música africana, música sacra y treno, que nos recuerda el viaje por el Orinoco en busca de «Los pasos perdidos» y del origen de la música y de la palabra. El neurocientífico Lawrence Parsons demostró que los bebés, de fábrica, son sensibles a los ritmos complejos de todas las culturas, hasta que, por el contacto con la propia, olvidan los de las demás.
La obra de Tino Sehgal (Londres, 1976), 'This youiiyou', en la que no es banal que tenga un título rítmico, está planteada como un diálogo con el lienzo de 'La adoración de los pastores', como una transducción construida sobre un puente histórico que se basa en lo universal profundo, en el cuidado, en la adoración de los bebés, en la relación de apego con la madre, en el esmero frente a lo frágil, frente a la libertad inocente y vulnerable, en la empatía sobre la que se construye la ética del cuidado (Gilligan) frente a la ética de la justicia.
La obra da un giro, cobra una energía especial en el momento de la aparición de los bebés, frágiles, pero poderosos emisores de energía. Hay una potente luz que irradia desde el foco diminuto del niño que ilumina la gran sala de exposiciones, exactamente igual que, en el cuadro de El Greco, la luz parte del recién nacido para alumbrar a todos los demás personajes.
Es una obra que transmite una gran variedad de sugerencias. El espectador ve la conexión del ritmo, de la voz de la madre, de los golpes sonoros y las respiraciones de los adoradores. Una de las características que nos hacen humanos, capaces de construir un universo simbólico basado en la palabra, es el ritmo. El ser humano es el único animal que baila (exceptuando a algunas aves parlanchinas, como la cacatúa, que, casualmente, también puede hablar). La estructura lineal del ritmo es un ingrediente fundamental a la hora de construir la línea del pensamiento y del tiempo.
No es una acción, es una situación que, además, va a evolucionar a lo largo del tiempo de exposición ya que los bebés crecerán. Por ejemplo, el bebé que ahora tiene 3 meses tendrá 7 cuando se clausure la muestra y, a esa edad, esto supone un cambio importante. La obra se estructura sobre una comunicación sencilla, analógica, profunda, que une a los niños con los bailarines y con el público en un espacio que incluye a las fuerzas de la naturaleza presentes en todo un lateral abierto a la vista de la bahía.
La obra de Tino Sehgal se inscribe en la amplia tendencia que apunta hacia la desaparición del objeto artístico. Más que antimaterialismo, lo que hay es un cambio de la mirada desde el objeto hacia el sujeto implicado en la experiencia. Nada más rabiosamente material, sensitivo, apasionado que un bebé en acción compartiendo una experiencia sonora, táctil, cinética, rica en estímulos, con un grupo de personas abiertas al diálogo, pendientes de sus reacciones.
Un factor que remarca la coherencia de la obra es que los protagonistas, los bebés, están en una etapa en la que todavía no han construido la estructura del objeto permanente, sino solo únicamente situaciones transitorias, no ancladas en la estabilidad de un tiempo uniforme. Es una obra situacionista porque no está basada en la banalidad del espectáculo, sino en la reflexión contenida, construida sobre la paradoja.
La obra de Tino Sehgal le da una nueva vuelta de tuerca a lo que llamamos arte conceptual ya que es una obra que ha abandonado todo concepto preestablecido, incluso toda palabra, para ofrecernos las sensaciones materializadas del apego, el cuidado, la expresión rítmica, la situación que, tras el desarrollo de muchos escalones constructivos, muchos momentos de intercambio, como los que ofrece esta obra, tú y yo, yo y tú, va a acabar llevando a la construcción de los que son los conceptos.
Es una obra limítrofe que se ha instalado, más que en un campo expandido, en un territorio que ha asaltado todos los puestos de frontera cercanos, que recorre, partiendo de la pintura, la escultura en movimiento, la acción, el canto, el baile, la integración en el espacio, el teatro, para dejar abierto un espacio para la reflexión sobre lo que nos hace humanos, sobre nuestra forma de conocimiento, sobre el apoyo mutuo y el soporte de cuidado que están en la base que sustenta todo nuestro desarrollo social.
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José A. González y Álex Sánchez
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