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Dos figuras se posan en la portada de 'Tinta Salvaje', el cuaderno de campo del artista Nacho Zubelzu. En esas pinceladas, quería plasmar referencias a Altamira, un guiño picassiano, una pizca de Barceló. Nada inusual en la muñeca de un creador pictórico. Ahora bien; tomaron forma en Nepal, a más de 3.000 metros de altura, de noche, en un pueblo en el que ni siquiera había luz, alumbrados por el tenue brillo de un frontal. Un ejemplo de la rutina en movimiento que define la vida del autor.
'Tinta salvaje' (editorial cántabra Contenidos, de Esteban Ruiz) recopila los últimos seis años de trabajo, con una labor de selección de sus amplios fondos. No en vano, Zubelzu dibuja prácticamente todos los días «y cuando viajo, todavía más», dice. Para recorrer el mundo y nutrir una mirada singular, no carga con una gran maleta. Lo que nunca faltan son unos prismáticos, las plumillas y sus pinceles. «Con cuatro recursos se pueden hacer cosas». Muestra de ello es que muchos de los dibujos que se pueden ver en el libro, están hechos con café.
Esos trazos resultantes se alimentan también de tiempo. De preparación, de observación, de espera para que se produzca el encuentro. «Vas aprendiendo de técnicas y de las especies a observar, porque gusta». Con el tiempo, ha ido más a tiro hecho; un animal concreto del que conoce su hábitat, sus horarios, los mejores lugares para convertirse en espía amigable.
Los textos que acompañan las ilustraciones son obra de amigos conservacionistas «de trinchera». Sol de la Quadra Salcedo, José Luis Gallego y Beltrán de Ceballos. Una de las metas de la escuadra que se puso manos a la obra es «aportar cosas a la divulgación». E incluso un aprendizaje para el público más infantil. «Conocer un poco la fauna para quererla», defiende.
Que le gustase a un especialista y a un neófito. A un amante de los animales y a un aficionado al arte. Para todos. Esa es la meta. Y además, alertar de la grandiosidad del mundo que nos rodea y a veces no percibimos. «¿Todos estos animales hay aquí? –le preguntan al autor– Todos estos y tres veces más», responde. Añade además, «la suerte que tenemos de vivir donde vivimos». Se puede viajar mucho, como es su caso, pero en cuarenta kilómetros en línea recta, Cantabria tiene ecosistemas que se asemejan a la estepa, alta montaña, bosques, valles y costa. «Eso pasa en pocos lugares del mundo. En Finlandia puedes recorrer dos mil kilómetros impresionantes, pero no dejas de ver abedules», argumenta. Así, este libro, que no es una guía al uso, sino más bien un objeto de deseo que enseña, funciona como un guión altitudinal, en el que Zubelzu va descendiendo y viendo diferentes especies del entorno que nos rodea con sus peculiaridades. «La Cordillera es un lugar especial».
Inma Hinojal, muy vinculada al proyecto, quería que todos esos dibujos vieran la luz y fue la precursora del libro. No llegó a verlo publicado, pues falleció tras una repentina enfermedad. El libro es, en cierto modo, «un homenaje a ella y a Jesús Garzón, que también nos dejó hace poco y en las trashumancias, él escribía y yo dibujaba». Mer Guevara, Pilar Lorenzo o Raquel Martín son personas que han colaborado en este equipo que ha dado forma al resultado cargado de anécdotas.
Zubelzu se define como un voyeur y un coleccionista de imágenes. Dos roles que han sido parte de una época de su vida. «Llevaba gente a hacer lo mismo, observar. Íbamos a África, por ejemplo, a ver especies nuevas». Aquí, en casa, plasmó al principio con sus herramientas y paciencia a las especies «más emblemáticas». El oso o el lobo. «Cuando ves una mirada como la suya, te impresiona», afirma, encuentros a distancia segura que ha disfrutado mucho «y sigo disfrutando», dice. Sin embargo, su progresión como espectador de la naturaleza ha ido de las especies más grandes a las más pequeñas. «Los insectos me parecen un mundo apasionante». También ha abierto puertas a la botánica. A través de una lupa binocular, va descubriendo sus secretos, con la curiosidad como otra de sus puntas de lanza creativas.
En paralelo, su «otro trabajo» es el arte contemporáneo. Fijándose con detalle en el ala de una mariposa «han surgido muchas cosas». Ideas que han dado lugar a la abstracción y a formatos muy grandes. Las series de ovejas trashumantes también han sido origen de composiciones que se pueden ver en ARCO o ArtMadrid. El origen, como en tantas cosas, está en la naturaleza. Zubelzu se mueve tanto en el naturalismo más realista o figurativo como en la abstracción. «Uno podría pensar que no son obras del mismo tío –razona– pero todo parte de lo que está ahí; observar de muy lejos o muy cerca». Hay quien se ha fijado en el resultado y ya le ha planteado que «eche un vistazo» a la vida que se mueve en otras latitudes. Es el caso de Doñana.
El volumen, del que se van realizando presentaciones, dará inicio a la colección Nómada, que le va a Zubelzu como anillo al dedo. «Y el título también –añade– porque he estado en los sitios más salvajes». Esta actividad, que supone un gran disfrute, pero riqueza poca, bromea, es para el creador, vivir. Aporta todo. «Es un bicho que nos ha picado, una actividad de la que ya no puedes huir y que terminas relacionando con todo lo que te gusta».
En la lista de pendientes, el reinosano apunta «muchísimas cosas que ver en este planeta espectacular», pero una de sus ilusiones, por lo mucho que le gustan los gatos, es el leopardo de las nieves. «Somos cazadores, lo llevamos en la sangre, aunque por suerte sea solo de imágenes». Si cumple su meta, sin duda quedará para la posteridad, quizá pintado con café.
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