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Alfonso Peña Cardona, mi primer poeta admirado y perdido
Plazuela de Pombo

Alfonso Peña Cardona, mi primer poeta admirado y perdido

Mi compañero de pupitre de los Escolapios, cuyo fantasma vuelve hoy a esta plazuela, frágil como yo mismo, a darse un voltio y comerse unos churros en Calderón

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 14 de febrero 2025, 07:18

A esta plazuela vuelven esta mañana dos ligeros fantasmas, el mío y el de mi amigo y compañero de pupitre de los Escolapios de 1953-1955, el laureado poeta Alfonso Peña Cardona, que nunca he olvidado y que siempre menciono. Y de quien ayer noche de pronto aparecieron cuatro cartas suyas. Vale la pena recordar que nuestro famoso poeta era famoso de verdad en el colegio. Además del colegio trabajaba en Radio Santander haciendo teatro radiofónico y era un poeta muy popular de la calle Madrid, 5, Ultramarinos Finos Casa Peña. Yo le admiraba. Y lo curioso es que, sin yo darme cuenta, él me admiraba aún más a mí a juzgar por sus cartas recién descubiertas ayer tarde por Mario Crespo. El 10 de julio de 1953 me escribía: «Gracias de todo corazón por tus sentidos consejos; jamás olvidaré tus hermosas palabras, que creo férvidamente me encaminarán al triunfo. Pocos amigos poseo yo en el mundo de tu valor y dignidad». Alfonso Peña pasaba días de verano en un pueblo de la provincia. No le gustaba la playa. Pero sí montaba en bicicleta y practicaba el fútbol y el alpinismo. Leía más que escribía y no acababa de terminar un romancerillo titulado 'La fragancia del Rosario'. Y decía que me tenía que devolver una novela de Julio Verne que le había dejado.

Aparecieron de pronto cuatro cartas del amigo que siempre menciono

«Eres como un juez que me obliga a rasgar, con el solo mirar, la cuartilla»

Alfonso Peña tenía escoliosis y muchos dolores de cabeza ya en aquellos tiempos y murió muy joven. Es un poeta santanderino perdido para Santander, que ahora vuelve frágil como yo mismo, a la plazuela de Pombo a darse un voltio y comerse unos churros en Calderón y unas patatas fritas envueltas en un cucurucho de papel de estraza, bien saladas, las mías por lo menos. Como decía el poeta mexicano Octavio Paz, Nobel de Literatura, «un lugar no es un lugar, es una aparición, nos quemaría este instante si durara otro instante». Para que no nos queme la maravillosa instantaneidad mexicana de Paz, Alfonso Peña y yo nos refugiamos en la esquina de los soportales de la plaza de Pombo donde estaba la librería Hispanoargentina. Esos soportales con su suelo de grandes losas. Y ahora, con el café Pombo, una novedad al otro extremo y del mismo lado, son inconfundibles para que mi conciencia confunda irrealidad con irrealidad en mi última mente provinciana y tranquilizada conciencia narrativa. Está resultando ser un gran lujo poético tener esta oportunidad que El Diario Montañés, e Íñigo Noriega, me da para hacer memoria santanderina.

«Santander 18 de julio de 1955.

Querido Álvaro:

Perdona que te escriba. Sé que, no habiéndome invitado al cruce de epístolas, me expongo a ser inoportuno y molesto. Nada más lejos. No presumo conocerte, pero sí, honrarte con mi amistad. Acéptala como amigo de vocación, con la fraternidad de unos compañeros de arte.

No quisiera obstaculizar tus estudios ni mucho menos, causarte una tristeza al decirte que he aprobado la Reválida. Hablar de mí sería pecar de ególatra. Si quieres saber algo de mis estudios háblale a [Juan Víctor] Navarro [Baldeweg]. No me hagas decírmelo a mí. Contigo quisiera ser un paréntesis de tus ocupaciones estivales. Un cicerone de Santander, en su colorida actualidad, si es que no piensas visitarlo.

Aún tengo en mis labios el sabor de la grata e íntima merienda del invierno, y en mi mente, el recuerdo de tu presencia y compañía. Siempre fuiste para mí, no puedo negarlo, un gran estímulo, un algo que hacía bailotear con estrépito mis Musas, algo que hace arder lo barroco de mi prosa.

Eres como un juez que me obliga a rasgar, con el solo mirar, la tentadora cuartilla. Si crees que mi pluma puede servirte de alguna utilidad, contéstame. Conoces mi físico y casi mi espíritu, sabes mis señas: escríbeme. Discúlpame esta expresión de telegrama. Busca entre las líneas de esta carta el tópico abrazo.

Te prometo unos versos».

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