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Sotileza

Álvaro Pombo desde el Muelle

El Premio Cervantes y Santander están entrelazados de manera única y, en sus novelas, la ciudad es más que un escenario; es un lugar donde confluyen la memoria, la emoción, la crítica, la identidad y la instrospección

Rosa M. Ruiz

Santander

Jueves, 21 de noviembre 2024

Hay un recuerdo común de todos aquellos que trataron a Álvaro Pombo en su infancia; el de un niño rubio, guapo, inquieto y curioso que daba largos paseos en bicicleta alrededor de la bahía de Santander, un lugar que para el escritor, recién elegido Premio Cervantes, el máximo galardón de las letras en español, era mucho más que un paisaje: «La bahía era mi lugar de escape. Iba en bicicleta como si huyera de algo, pero al final siempre acababa volviendo al mismo lugar», tal y como él mismo recordó en una de las muchas entrevistas que ha concedido a El Diario Montañés. Esta imagen, la de aquel joven recorriendo la ciudad con una mezcla de nostalgia y rebeldía, refleja su conexión emocional con el paisaje santanderino. Una ciudad que ha marcado profundamente su vida personal y literaria configurándose como un escenario recurrente en sus novelas y como una fuente de inspiración tanto nostálgica como crítica.

Su vínculo con la ciudad nace hace 85 años en el Paseo de Pereda 35, en el Muelle 35 cómo él sigue llamando a la casa familiar. En ella descubrió esa bahía que tanto le fascina y que no solo recorrió en bicicleta, pues otra de sus grandes aficiones por entonces era pescar a bordo de La corza, la motora en la que su tío, Pedro Escalante, le llevaba junto a sus primos durante las tardes de verano, tal y como recuerda uno de estos, el periodista Federico Lucendo Pombo.

Mucho tiempo después esa bahía de la infancia aparece en casi todas sus novelas. En 'Donde las mujeres', que publicó en 1996, cuando ya era un reconocido y premiado autor, la retrata como un símbolo de apertura, pero también de límites al tiempo que entrelaza los personajes con ese paisaje marítimo, creando una sensación de aislamiento que subraya en su narrativa.

La sensación que percibe en la ciudad también aparece en 'El cielo raso' (2001) en la que la ciudad se convierte en un espacio de evocación donde pasado y presente se abrazan para reflejar el poder de la memoria en la construcción de la identidad. En esta novela, Pombo describe sus calles, el Paseo Pereda, las casas señoriales y las playas con tal precisión que transmite no solo la geografía física del lugar, sino también su atmósfera emocional. De nuevo en 'Virginia o el interior del mundo' (2009), el Santander de los años veinte aparece como eje principal de la historia.

Aunque es en 'El héroe de la mansardas de Mansard', con la que ganó el Premio Herralde en el año 1983, donde la ciudad como espacio simbólico se convierte en un reflejo de los sentimientos de los personajes y en un lugar cargado de historia personal y colectiva en la que aflora la identidad.

Sus 'teatrillos familiares'

La suya propia, la que comenzó a fraguarse en ese piso del Muelle 35, que tan bien describe en 'El héroe de la mansardas de Mansard', tiene además como escenario el colegio de Los Escolapios donde sitúa el primero de los artículos que desde esta semana escribirá en la serie 'Plazuela de Pombo' para este mismo suplemento. De su paso por aquellas aulas, en las que compartió pupitre con el ilustrador José Ramón Sánchez y el arquitecto Juan Navarro Baldeweg, atesora un buen número de anécdotas que estos días de felicitaciones por su premio recuerda porque su curiosidad por lo que le rodeaba podía a las horas de estudio. «Le gustaba mucho ir al cine. Al que proyectaban en el colegio y al desaparecido Kostka, pero lo que de verdad le encantaba era escribir obras de teatro que luego nos representaba en casa. Eso sí, por mucho que mis primas se lo pidiesen, él tenía que hacer todos los personajes», recuerda divertido Lucendo Pombo quien asegura que ya en aquellos 'pequeños teatrillos' destacaba la brillantez del futuro escritor.

Álvaro Pombo, en el Paseo de Pereda, el Muelle, como él lo llama. Celedonio

Sus frases sobre Santander

Nostalgia

«La maravillosa bahía es uno de esos paisajes basales que nunca me abandonan»

Sus vecinos

«El carácter de sus gentes puede ser un poco hostil para quien quiere salirse de la norma»

En su obra

«Tiene una mezcla de belleza y asfixia que llevo conmigo y aparece en mis libros»

La Playa de El Sardinero, con su belleza y relación con su infancia también tiene un lugar especial en su memoria. La Biblioteca Menéndez Pelayo, el Ateneo que fundó uno de sus tíos, Gabriel Pombo, la península de La Magdalena y los aledaños del Palacio, por entonces cerrado al público y donde se colaba para jugar a piratas.

Aunque a los quince años abandonó Santander para instalarse en Palencia, donde fue internado en un colegio en Valladolid, y posteriormente se desplazó a Madrid y Londres donde curso estudios universitarios, su conexión con la ciudad nunca se ha roto del todo. En sus entrevistas y ensayos reflexiona cómo ha cambiado a lo largo de las décadas y cómo ha evolucionado desde aquel espacio burgués de su infancia hasta la urbe que es hoy. «El paisaje de Santander está en mi memoria, pero también su carácter social, que a veces puede ser un poco hostil para quien quiere salirse de la norma», reconoció en aquella entrevista con El Diario.

Esa reflexión le ha sumido en una relación ambivalente marcada por una mezcla de amor y crítica. La idealización de la ciudad de su niñez contrasta con su mirada más irónica y analítica que no siempre ha sido entendida por los santanderinos. Durante la Feria del Libro del año 2006, Pombo, que acababa de ganar el Planeta con 'La fortuna de Matilda Turpin', calificó a Santander como una ciudad de mentalidad conservadora y aislada, «la bahía es maravillosa, pero en esta ciudad no todo el mundo puede respirar libremente» afirmó, lo que provocó un gran malestar en ciertos sectores de la audiencia, mientras que otros aplaudieron su honestidad. Porque si algo destaca el Premio Cervantes de la capital cántabra es esa «mezcla de belleza y asfixia», tal y como él mismo ha declarado, de un lugar que ama profundamente, pero que considera lleno de secretos «que todos conocen pero que nadie confiesa».

La mirada crítica y profunda de aquel niño también está marcada por la presencia femenina. Hijo único de un matrimonio separado –con lo que aquello significaba por entonces y más en una familia burguesa– su madre y sus tías no solo fueron su primer referente sino que con el tiempo se convirtieron en modelos. Unas mujeres fuertes que representa como guardianas de las tradiciones impregnadas de los valores y contradicciones propias de aquella época en Santander. En su narrativa observa y retrata con detalle los pequeños dramas cotidianos, el peso de las expectativas sociales y los conflictos generacionales que marcaron la capital cántabra, con su entorno familiar más cercano entrelazado con la atmósfera de una ciudad en la que las apariencias y el que dirán jugaban un papel fundamental.

Sus frases sobre Santander

La cultura

«Ha dado buenos escritores, pero una especie de silencio marca nuestra literatura»

Su personalidad

«Como toda ciudad pequeña guarda secretos que todos conocen, pero nadie confiesa»

No fue hasta 2023 cuando por fin puso el nombre de su ciudad a uno de sus libros: 'Santander, 1936', una obra en la que vuelve a novelar a su familia y en la que de nuevo la burguesía acomodada decadente, la religión y el catolicismo, los debates doctrinales o el ambiente santanderino pilotan en las páginas y en la que pone el foco en Álvaro Pombo Celler, tío carnal, para contar el choque entre un padre republicano y su hijo falangista.

En una de sus últimas visitas públicas a Santander, cuando la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) le concedió su principal premio, Pombo volvió a enamorarse de la bahía. «Me he quedado absorto con la belleza del paisaje y la juventud de las personas que han sido jóvenes conmigo», reconoció en su discurso de agradecimiento. También compartió su concepto de la ciudad. «Tengo muchos conceptos de ella en realidad porque creo que los sitios hay que verlos y últimamente he decidido no ver nada, estar como un topo encerrado en un piso y creer que todo sale de mi memoria».

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