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No nos equivocaremos mucho si afirmamos que, para una considerable porción de los cántabros actuales, Amaya es solo el nombre de una cantante, de Mocedades (si el ciudadano en cuestión es un 'boomer' y recuerda aquella exitosa composición del músico santanderino Juan Carlos Calderón para el cuarteto vasco en Eurovisión) o de La Oreja de Van Gogh (si es milénial o generación X). La gran ciudad fortificada de la Cantabria antigua en la que quiere arraigarse históricamente la Cantabria contemporánea es mayormente desconocida. Pocos han estado allí y no muchos más podrían señalarla, así de primeras, en un mapa. (Haga la prueba empírica con las personas de su entorno). Un mapa de la provincia de Burgos, por cierto, que, teniendo cides, catedrales, atapuercas y cartujas, se ha ocupado relativamente poco, y esto es un eufemismo, de Amaya, aunque algo más que nosotros, los formalmente cántabros.
Sin embargo, Amaya constituye un nombre clave para uno de los grandes episodios de la historia de Cantabria: el desplazamiento del nombre hacia el este y su desaparición durante siglos en territorios que como tales se identificaban durante el imperio de los romanos y luego en los reinos germánicos, hasta el 'dux' Pedro de Cantabria, padre de Alfonso I, yerno de Don Pelayo. Amaya nos permite acotar en el tiempo ese episodio sensacional de evanescencia geográfica. Tariq ben Zyad conquista la alta peña en 712, al año siguiente de la derrota del rey godo Rodrigo cerca de Cádiz. Con ello, las tropas islámicas controlan la llanada del Pisuerga, los accesos hacia el litoral cantábrico y, lo que es más importante, desarrollan su poder sobre la cuenca del Duero en el recorrido de la vieja calzada entre Burdeos y Astorga por Pamplona. De Amaya, Tariq corre hacia el oeste para completar su dominio de ese espacio articulado por Roma, y toma León y Astorga. Volverá a Amaya con motivo de una sublevación, por lo que se supone un lugar despoblado a partir de 714.
Como los bereberes se retiran del norte para luchar contra los árabes en el sur de España, y tras Covadonga (722) el reino astur-cántabro-galaico-alavés se pone recio en toda esa franja, reduciendo la demografía meseteña para reforzar la de la cornisa cantábrica, Amaya quedó en una zona que, rarificada, servía para disuadir a los musulmanes de intentar una ocupación. (Si ahora es 'España vaciada', lo es por segunda vez, o por tercera si consideramos que los romanos prohibieron a los cántabros volver a vivir allá arriba y sentir de nuevo la tentación insumisa).
La siguiente fecha que nos aparece es el año 860. Es el momento en que Amaya es repoblada, bajo instrucciones del rey asturiano Ordoño I, por el primer conde de la historia que es mencionado como de Castilla: Rodrigo. Con un mismo impulso en esos años, Ordoño repuebla León, Astorga y Tuy. Siglo y medio después, se ha deshecho el impacto de la campaña inicial de Tariq. Pero en ese notable lapso de tiempo, Amaya ha dejado de ser la magna acrópolis de Cantabria para convertirse en una localidad estratégica del conde castellano. Ahora Amaya es 'Castilla'.
Del Ducado de Cantabria al Condado de Castilla median unas siete generaciones, en ese promontorio meridional de las Loras que ya Augusto y Leovigildo conquistaron con medio milenio de diferencia; promontorio que mereció una fugaz sede episcopal, posiblemente solo nominal, entre los siglos VIII y IX. Era más un eco simbólico del viejo ducado que realidad humana y social del camino que la cristiandad septentrional había emprendido hacia el sur. (El conde Rodrigo llegó a pasar Somosierra y efectuar alguna correría en la meseta sur. Su hijo Diego Rodríguez Porcelos funda Burgos, 24 años después de la repoblación de Amaya).
En esas valientes ondas repobladoras de los siglos IX y X se fundará también Villadiego (por el conde Diego mencionado), lugar natal que habrá de ser del agustino Enrique Flórez, verdadero rescatador erudito, en la segunda mitad del siglo XVIII, del nombre de 'Cantabria' para su emplazamiento en la geografía clásica, iniciando de manera determinante la corrección de una cultura legendaria en otras partes del norte presuntamente 'cántabras', tradiciones que lógicamente fueron posibles por este fenómeno de desestructuración-reestructuración entre 712 y 860. Podemos calificar este periodo como 'Amaya desierta', por simplicidad evocadora y para fijar el criterio de este episodio disruptivo.
Amaya volverá a quedar desierta más tarde, al menos en la zona de acrópolis. A medida que los reinos de León y Castilla controlan la meseta norte y, después, avanzan seriamente hacia el sur (Toledo cae en 1086, Sevilla en 1248), Amaya pierde su sentido milenario: un alto mirador con castillo y barrios medievales dominando estratégicamente sobre la Tierra de Campos, a resguardo de los movimientos en las llanuras y más bien apto para controlarlos. Queda el pueblo al pie de la peña, una pequeña localidad agraria, desde 1973 incluida en el ayuntamiento de Sotresgudo. Nada en ella hace sospechar, si no fuese por el promontorio natural que tiene sobre sí, su antigua importancia.
Amaya gozaba en la antigüedad de buenas comunicaciones con Briviesca, camino de Pancorbo y su acceso al ensanchamiento del valle del Ebro y la conexión hacia Galia por Pirineos y hacia el Mediterráneo en Tarraco. Evidentemente está muy cerca de Pisoraca, la Herrera de Pisuerga de los legionarios romanos asentados allí, y en la calzada que iría hacia Julióbriga. Igualmente, al oeste hilaba con la aún hoy recordada por algunos autores como la 'Cantabria leonesa', la de los vadinienses de la vertical Sella-Esla, hacia los actuales lugares de Aguilar, Cervera y Riaño. 'Leonesa' es una manera de expresarlo, claro, porque los vadinienses eran anteriores a cualquier leonesismo.
Que con tales trastornos sobreviviese, de la que manera que fuera y con la transmisión literaria grecorromana muy quebrada, el nombre de 'Cantabria' hay que considerarlo como pseudo-milagroso, ya que las probabilidades en contra de la perduración eran altas. Sigue siendo un reto de investigación establecer con precisión cómo pudo ocurrir esa improbabilidad, a la vez 'Amaya desierta' y 'Cantabria extraviada'.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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