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Un amor imposible en la Conchinchina
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Un amor imposible en la Conchinchina

El éxito literario, y uno verdaderamente arrollador, le llegó a la francesa Marguerite Duras en la edad madura: tenía ya setenta años y una veintena de novelas publicadas cuando el gran público la descubrió con 'El amante', donde rememora un recuerdo de su adolescencia en el Extremo Oriente

Viernes, 25 de octubre 2024, 07:56

«Me dice que toda mi vida recordaré esa tarde, incluso cuando haya olvidado su rostro, su nombre», relata la escritora ficticia Hélène Lagonelle, recordando la primera noche que pasó con 'El amante'. Ha pasado más de medio siglo, pero la escritora ya anciana no ha olvidado ni su nombre ni su rostro. El rostro del hombre rico que conoció navegando por el río Mekong, camino de Saigón, cuando no sabía hasta qué punto iba a cambiar su vida ese amor mitad imposible, mitad prohibido. Ella tiene quince años y es una criolla atípica: ha nacido en una colonia que su país ocupa militarmente, pero pertenece al sector más denostado de la sociedad, el de los pobres. A él le conoceremos simplemente como 'el hombre rico', aunque es también un desplazado: un comerciante chino de veintiséis cuyo padre es inmensamente rico. Dos mundos que, en los años veinte del pasado siglo, no es que no se tocaran: es que ni se miraban.

Si a la ecuación le añadimos, por el lado de ella, una familia sin padre –con lo que significaba en aquella época–, un hermano mayor opiómano que la maltrata sin piedad y una madre agresiva que solo tiene ojos para su primogénito, y por el lado de él un matrimonio en ciernes –por supuesto, concertado–, y además tenemos en cuenta que la liberación de la mujer o, al menos, la de su toma de conciencia, arranca precisamente en esos años, nos encontramos con el caldo de cultivo para cocinar una de esas novelas inolvidables y conmovedoras, que lo mismo se vale de una sensualidad sin reparos que de la introspección psicológica o de la memoria como caja más mágica que negra.Pero la verdadera fascinación que esta novela causó en 1984 se debía a un dato todavía más sorprendente: mucho antes de que la autoficción se impusiera como género europeo por antonomasia, la escritora no se molestó demasiado en esconder que Hélène Lagonelle, su protagonista, era en realidad un alter ego, y sencillamente se había limitado a convertir en literatura su propia biografía. Claro que por entonces Marguerite Duras, que acababa de cumplir setenta años, tenía a sus espaldas una larguísima trayectoria como escritora, con una veintena de libros publicados. Libros que, hasta entonces, nadie leía. Hasta que 'El amante' vino a cambiarlo todo, descubriendo para el gran público y la crítica a una escritora fascinante, libérrima y personalísima.

El amante

  • Autora Marguerite Duras

  • Editorial Tusquets (Maxi)

  • Páginas 128

  • Edición de 2010 con traducción de Ana María Moix.

Persona y personaje

Marguerite Duras nació en un país que ya no existe, la Indochina francesa o antes Cochinchina, «Conchinchina» para el caprichoso oído español. Allí, en el fin del mundo, su madre, viuda, era maestra colonial, uno de los oficios peor remunerados de la época. Y la propia Duras, de hecho, tampoco existió nunca, pues detrás de ese pseudónimo –tomó su apellido del pueblo francés del que procedía su familia paterna– se escondía Marguerite Donnadieu y la triste historia de los que nadie habla, aquellos emigrantes de ida y vuelta a los que, en lugar de la fortuna, les sonrió la pobreza. Hasta tal punto que, como se deja traslucir en la novela, lo que verdaderamente la atrajo del 'hombre rico' era eso: su riqueza. Años más tarde, en un cuaderno de memorias, desvelaría que su propia familia la impulsaba a 'mercantilizar' y 'monetizar' su relación con el comerciante chino, como vía de escape a la miseria que sufrían.

De todo ello habla en su novela, que a partir de una historia aparentemente sencilla huye del folletín romántico para centrarse en el proceso psicológico –es la memoria la que habla, no lo olvidemos–, además de reconstruir un mundo ya extinto pero que en buena medida explica y condiciona el actual, por muy orgullosos que estemos de nuestras sociedades avanzadas y poscoloniales.

Con una estructura innovadora para la época, que sustituye la linealidad por lo fragmentario, en la novela conviven la evocación y lo explícito, gracias a la mentalidad libertaria que destila la muchacha, que más que una víctima –«Nunca he escrito, creyendo hacerlo, nunca he amado, creyendo amar, nunca he hecho nada más que esperar delante de la puerta cerrada», confiesa en un pasaje emocionante– termina por resultarnos una superviviente.

La casera

Sin embargo, la inmortalidad literaria de esta escritora, al menos en las letras hispánicas, no pasa por la calidad de su obra, de sus adaptaciones a la gran pantalla o la alargada sombra de su figura social, sino por algo mucho más inesperado: una buhardilla parisina que puso en alquiler en los años setenta.Y es que para cientos de miles de lectores españoles, siempre será «la casera de Enrique Vila-Matas». Resulta que el entonces aspirante a escritor fue su inquilino entre 1974 y 1976, mientras escribía su primera novela.

Y años más tarde lo contaría en 'París no se acaba nunca', donde desvelaba, entre otras lindezas, que a la Duras «bebía mucho, en un constante estado de amargura». Seguramente, tenía motivos para ello.El descubrimiento en 1990 de que su 'hombre rico' había fallecido, y sus discrepancias con la versión cinematográfica de todo un peso pesado, Jean-Jacques Annaud, la llevarían a reescribir su propio libro, titulado en la segunda versión 'El amante de la China del norte'. Lo que ya no le daría tiempo a reescribir sería su vida, que se apagó poco después, en 1996.

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