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Carlos Nieto Blanco
Jueves, 25 de abril 2024
La invitación kantiana a saber, o a pensar, es la 'Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?', como se titula uno de sus escritos más celebrados, publicado en 1784. Ese lema recuerda al ser humano el poder de su razón para pensar por sí mismo sin someterse a la tutela de nadie.
La contribución teórica de Kant representó una auténtica revolución intelectual que cambió para siempre el destino del pensamiento filosófico al transformar la razón humana desde dentro. El filósofo prusiano asimiló a fondo la aportación científica y filosófica de su época, pero cuando trató de entender cómo funcionaba el conocimiento humano se encontró con el problema de que los modelos epistemológicos racionalista y empirista se habían quedado obsoletos a la hora de explicar el papel de la ciencia moderna, al representar un tipo de filosofía dogmática. Había que superarla para poner en marcha una crítica de la razón, verdadero centro de gravedad de la propuesta kantiana.
Someter a crítica la razón humana en su uso teórico supone un ejercicio intelectual que consiste en examinarla desde la propia razón, por medio de un complejo trabajo analítico, para determinar cuáles son sus posibilidades y sus límites en el orden epistémico. La conclusión más importante a la que llega Kant es que el conocimiento humano es una síntesis de lo que percibimos por los sentidos, llamado la experiencia, y de lo que aporta la propia facultad de conocer, la cual está dotada de unas estructuras innatas que Kant denomina formas a priori del conocimiento. Todo lo que se salga de estos límites quedará fuera del ámbito del saber, como la metafísica, un discurso propio de la filosofía dogmática. A ello responde la primera de las tres preguntas del programa kantiano, al que él denomina 'los intereses de la razón', esto es, ¿Qué puedo saber?
La segunda pregunta se presenta bajo la fórmula ¿Qué debo hacer?, y obedece al uso práctico de la razón, a su utilización cuando obramos, con lo que ya tenemos los dos sintagmas que mejor sirven para identificar la nomenclatura kantiana, la razón teórica, o su epistemología, y la razón práctica, su ética, lo que responde a los títulos de las dos obras más conocidas de Kant, la 'Crítica de la razón pura', del año 1781 y la 'Crítica de la razón práctica', de 1788, en cuyo epílogo su autor confiesa que las dos cosas que mayor admiración le han producido han sido «el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí».
De acuerdo con Kant, actuar según el dictado de la razón, desde la autonomía propia del ser humano, es estar condicionado exclusivamente por el deber, la mejor divisa de la libertad humana –querer lo que se debe hacer–, que se expresa mediante el imperativo categórico, dos de cuyas cláusulas más significativas prescriben someter nuestra decisión de actuar al escrutinio de lo que todos puedan hacer (universalidad), o no tomar nunca a los demás como un medio, sino solo como un fin (dignidad humana).
Pero como actuar por deber solo nos hace «dignos de ser felices», la razón práctica precisa de un nuevo orden metafísico garantizado por un ser sapientísimo que articule la bondad con la felicidad, de manera que la ética kantiana llama a la puerta de la religión, consecuencia de la moral, de ahí la tercera pregunta «¿Qué puedo esperar?»
Immanuel Kant, desde Königsberg, capital de la Prusia Oriental, estuvo al tanto de los descubrimientos científicos más importantes de su tiempo, y recibió con entusiasmo la noticia de la Independencia de los Estados Unidos de América y de la Revolución francesa.
No es extraño que, además de sus obras de filosofía moral como la 'Fundamentación de la metafísica de las costumbres', de 1785, o de sus escritos sobre estética, filosofía de la historia, religión, antropología y pedagogía, Kant manifestara un vivo interés por la filosofía política, como la que lleva por título 'Hacia la paz perpetua', del año 1795.
En ella, el pensador alemán plantea, más allá que lo que hoy podríamos llamar una utopía, un ideal de convivencia mundial, que la crítica ha estimado como un conjunto principios relevantes del Derecho internacional para garantizar la paz en el mundo, un precedente que ha podido influir en la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, la ONU. En efecto, su propuesta exige un orden fundado en una federación mundial de estados libres, cada uno de los cuales debiera estar dotado de una «constitución civil republicana». El republicanismo kantiano se caracteriza, como una modalidad de Estado de Derecho representativo, por la libertad, la igualdad ante la ley, y la separación de poderes, fundamentos todos ellos de las democracias liberales. A ello hay que agregar lo que ya había anticipado, también en 1784, en el opúsculo 'Idea de una historia universal en sentido cosmopolita', el célebre oxímoron de la 'insociable sociabilidad humana', un concepto que permite comprender la tensión dialéctica de la vida social.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Kant ya no se llama Königsberg, sino Kaliningrado, siendo en la actualidad un territorio de soberanía rusa, que la ha convertido en una poderosa base militar, pensada más para objetivos bélicos que pacíficos, si nos atenemos a uno de los seis artículos provisionales que Kant propuso para el establecimiento de una paz duradera en el mundo en la obra comentada, cual es la desaparición de los ejércitos permanentes.
El legado de Kant permanece vigente trescientos años después en la medida en que los ideales de la Ilustración, propuestos por el más ilustre de los filósofos ilustrados, no han caducado. Como también lo está su apuesta incondicional por la dignidad humana, cuna de los derechos humanos. Pero si salimos de la razón práctica para entrar en la razón teórica, la tesis de que nuestra mente interpreta el mundo cuando lo conoce podría transformar el mentalismo kantiano en una racionalidad estructurada gracias a la mediación del lenguaje. Por suerte, Immanuel Kant sigue vivo.
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