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«Fui la hija y ahora no sé qué soy». Es ensayo pero no lo parece. Hay un estruendo del tiempo que se fue y una serie de puentes en la pérdida, quizá en lo que se adeuda y lo que se incorpora imaginativamente. Es un libro de libros, sí, una biblioteca de duelo, un relato híbrido, camaleónico, construido en la complicidad y en la distancia. «Empiezo esta investigación con la esperanza de recorrer su vida de libro cerrado para, una vez pagada la deuda, iniciar un capítulo nuevo». Lo dicta, lo escribe, lo confiesa Aura García-Junco y ya no hay necesidad de etiquetas ni de interpretar caminos inanes y hojas de ruta solo aptas para quienes practican el noble arte de catalogar todo. La narradora, ensayista y traductora mexicana ahonda en su padre, tras su muerte, en el hombre, en la vida que es un libro abierto y otras cerrado.
Ensalzada en su día por la revista Granta como una de las escritoras más destacadas de la escritura en español, la autora regresa con 'Dios fulmine a la que escriba sobre mí', (Sexto Piso), que se define por la complejidad de la intención, el deseo de ambición, la forma de viaje al pasado, el deseo de ser una equilibrista entre el homenaje y la redención. A vueltas con la autoficción, vuelta de tuerca de lo autobiográfico, la entraña y la extrañeza coinciden en sumergirse en la figura paterna: H. Pascal (Juan Manuel García Junco), «maestro excéntrico, escritor en el margen y promotor cultural, que murió abruptamente en julio de 2019, acompañado de diez mil libros y un arrollador olor a tabaco». La hija escritora «intenta contestar las preguntas que la carcomen: ¿por qué el «ángel gandalla», como él se nombraba, se volvió tan lejano para ella? ¿Cuándo se rompió su relación? ¿Existe la reconciliación luego de la muerte?». La definición luminosa como llamada de atención, pero no menos cierta, apunta que 'Dios fulmine a la que escriba sobre mí' es «una sesión espiritista en la que revives literariamente lo que la vida te obligó a sepultar. Una biblioteca heredada sirve como detonante para el naufragio voluntario dentro de la arqueología familiar». Y ahí queda a la intemperie lo incomprendido, lo olvidado, la inevitable colisión generacional, el feminismo y los libros, siempre los libros, las bibliotecas personales que son las verdaderas edificaciones levantadas con el ruido y la furia, la querencia y el miedo.
Autora: Aura García-Junco.
Editorial: Sexto Piso, 2024.
Páginas: 216.
Precio: 19.85 euros.
En sus puestas de largo, Aura García-Junco dijo de esta obra que la idea de la biblioteca era muy central: «Los libros siempre fueron el eje que me iba a permitir hablar de otras cosas y me iba a dar un poco de tierra. En alguna parte digo que toco libros como quien dice: toco tierra. Todo tiene que ver con el hecho de que la literatura fue lo que siempre nos unió y que los libros eran el gran puente entre nosotros».
La güija son los libros que invocan, evocan, de Tolkien a Calvino (Las cosmicómicas) y la escritura, la literatura va modelando el duelo, la mirada sobre las cosas, los contrastes, las contradicciones y ese juego de emociones cuando confluyen padre y personaje, la personalidad pública y la indagación en la intimidad. Hay una declaración que podría servir de mantra y de punto de luz y fuga de lo que es su libro: «El regalo más grande fue aprender que las palabras no solo transmiten ideas, sino que se transmiten a sí mismas». Es como si la autora se leyera a sí misma a través del legado de los libros, del libro objeto, de la materialidad, de sus ediciones, de sus lecturas y de cómo cambia el acto de leer y sus efectos. Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) es autora de cuentos y minificciones, columnas y ensayos, y en su cuaderno de notas en la web, 'pesimisma', refiere de su trayectoria: «Mi segunda novela, 'Mar de piedra', está publicada en Seix Barral (2022). 'El día que aprendí que no sé amar', un ensayo, se publicó en octubre del 2021. Publiqué 'Anticitera, artefacto dentado' en 2019 y se reeditó en 2021», además de guiones para televisión y cine. En su encuentro y desencuentro con el padre confiesa tener nostalgia de aquella inocencia de las primeras lecturas «y simplemente apropiarme de la poética del libro como si fuera una entidad cerrada que no me perturba y no me compete, que no dialoga con la política del mundo». Y en su definición describe su vínculo con lo que ahora ha visto la luz: «El libro tiene un poco de este diálogo tan complejo que hay entre ideología, poética, presente, pasado, anacronismo y realidad».
Lo conciliador y el homenaje, el ajuste de cuentas inevitable y el involuntario, la desazón y el rencor, la voz y el silencio. Hay fantasmas, también los propios libros. La conversación, los sentimientos, una idea de supervivencia en el otro y el dolor.
«Papá: me heredaste una biblioteca y un enigma. En presencia de tus miles de libros, entre el derrumbe de lo construido (...), Yo que nunca juro, te hago un juramento: voy a tratar de entenderte, te voy a inventar para darte el entierro que no tuviste. (...) Marguerite Yourcenar decía que una de las mejores maneras de conocer a alguien es a través de sus libros. Algo de verdad debe haber ahí».
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