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La familia Gutiérrez Cueto alumbró una extraordinaria generación de talento entre sus descendientes femeninas: las primas Matilde de la Torre, Consuelo Berges y María Blanchard criadas en una misma biblioteca, en el entorno rural de Cabezón de la Sal. Otra de las mujeres de ese círculo, menos reivindicada, fue Aurelia Gutiérrez Blanchard, hermana de la pintora cubista. Una pedagoga con gran influencia renovadora e intelectual que concebía la educación como motor para combatir el atraso del país y la desigualdad social.
Hija del periodista Enrique Gutiérrez Cueto y de Concha Blanchard nació en Santander en 1877. Veraneaban entre Cabezón y Comillas, donde su abuela paterna tenía una casona en la que pasaron el aciago invierno de 1893 tras la explosión del Machichaco. Fue la mayor de cuatro hermanos –Fernando, Carmen, María y Ana– criados en un ambiente culto e intelectualidad estimulado por las amistades de sus padres como José María Pereda, Augusto González Linares, Amós de Escalante, Ramón Gómez de la Serna o incluso Federico García Lorca. Aurelia fue educada en casa, como sus hermanas, y tras fallecer su padre se traslada con su familia a Madrid, donde se relacionaban con Concha Espina, casada con su primo Ramón de la Serna.
Ese mismo año, en 1904, ella contrae matrimonio con el abogado granadino Manuel Barahona. Tras nacer sus dos primeros hijos, Regina y Manuel, empieza a estudiar en la Escuela Normal de Madrid. Iba a clase embarazada de su tercer hijo, Enrique, lo cual era una estampa totalmente transgresora en aquellos años. No se conformó con eso. Había oído hablar de la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio, una institución mixta inspirada por los principios de la Institución Libre de Enseñanza, y superó el examen de ingreso.
Los obispos llamaban desvergonzadas a las mujeres que se atrevían a pisar esas aulas con compañeros y profesores masculinos y consideraban la institución una 'herejía' y una 'indecencia'. Dos años después, en 1912, Gutiérrez Blanchard se licenció como número uno de su promoción en la sección de letras. Tenía 32 años y tres hijos. Tuvo varios destinos profesionales en escuelas de magisterio: Jaén, Melilla –donde la nombraron directora–, Granada –donde alcanzó la cátedra– y Córdoba. Mujer culta, muy amiga de María de Maeztu, que disfrutaba con la música, el teatro y la literatura, encontró muchas dificultades para imponer un modelo educativo basado en una pedagogía moderna, una escuela laica en un país donde la educación estaba en manos de la iglesia católica y unos contenidos rigurosos y científicos. A todo ello se unía la dificultad de ser mujer y de reclamar que todas las féminas accediesen a una educación de calidad.
Los testimonios familiares describen a una mujer comprometida, generosa, con una fuerte conciencia social, que organizaba jornadas literarias y teatrales para sus alumnas y que escribía en los periódicos sobre cuestiones vinculadas con la cultura y la educación. «Hay que ponerse fervientemente de parte de la exigencia de una enseñanza digna: escuelas donde se formen seres libres, fuertes y conscientes, no borregos para el matadero, no criaturas inermes, carne propicia a toda explotación», publicó en 1931.
En otros artículos en 'Crisol', donde también escribía Ortega y Gasset, reclamaba derechos laborales para los mineros del Rif tras haber visitado el lugar y el voto femenino, inspirada por carta del juez Kingmann en un diario de Chicago en 1872 sobre lo que significó ese derecho para las mujeres. Aurelia fue una de las primeras mujeres en divorciarse cuando lo permitió la llegada de la República y, así, se quedó a cargo de sus cuatro hijos.
A su vez, creía firmemente en la necesaria educación de las maestras para que a su vez formasen a los niños. «Me he convencido de que los buenos maestros hay que empezar a hacerlos, no desde la Normal, sino [desde] que en la más tierna infancia pisan la escuela primera, base fundamental y piedra angular de toda la formación humana», dejó escrito. En ese afán, realizó estancias en el extranjero –Aurelia hablaba francés, inglés e italiano– para investigar métodos educativos vanguardistas en Ginebra y Milán. En el curso 1933-34 empezó a impartir docencia en la Escuela Normal de Valladolid donde había un clima de violencia político muy elevado y una batalla entre la Iglesia y la República por el control de la educación. Aurelia no perteneció nunca a ningún partido político, solo fue una mujer independiente y muy comprometida con su profesión. Pero su actividad social, su relación con miembros del sindicato estudiantil de izquierdas y el hecho de que frecuentase la Casa del Pueblo, la colocó en la diana de los fascistas. Sabía que estaba en la lista negra e intentó sin éxito trasladarse a Madrid.
El 24 de agosto de 1936 la sacaron por la fuerza de su domicilio y la llevaron junto a otras seis personas a un descampado cerca del Pisuerga. Un disparo en la cabeza apagó su vida a los 58 años.
Después, los verdugos volvieron a su casa y destruyeron libros, cuadernos, archivos y hasta los álbumes de fotografías familiares. A Aurelia Gutiérrez Blanchard la recuerdan una plaza en su honor en la Universidad de Valladolid y una calle en Melilla que lleva su nombre.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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