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El barco de bronce de José Cobo Calderón
Marc González Sala
Plazuela de Pombo

El barco de bronce de José Cobo Calderón

Cuando ves en Santander navegar bahía adelante una embarcación a vela, intuyes de golpe las dos obras, la viva y la muerta a la vez

Álvaro Pombo

Santander

Viernes, 7 de febrero 2025, 07:34

Cuando me contaron que José Cobo Calderón había instalado cuatro raqueros frente al Marítimo pensé que era una gran idea escultórica y que estarían a la vez mal instalados. ¿Y por qué pensé esto? Porque me acordé de los raqueros de Puertochico cuando el barrio pesquero estaba en Puertochico. Mis coetáneos desnudos que buceaban a por las perras que tiraban los paseantes del muelle o alrededor de la dársena y que buceaban azul verdosos como repentinos mules y guardaban las monedas en la boca hasta emerger y escupirlas en las escalerillas. ¿Cómo toda esta vida vivísima, esta instantánea sorollesca de cuerpos desnudos buceando y nadando en las densas aguas del malecón oleaginosas, podían ser tratadas escultóricamente? Una cosa es sacar al aire un pesado cabezón de guerrero romano o el esqueleto de un navío, y otra sacar al aire a la luz de Puertochico el movimiento pisciforme, nervioso, de los chavales, los peces, los mules, los panchos, las porredanas de ojos saltones. Una vez más tuve la sensación de que la realidad depasaría la ficción. El arte artificiaría la vida marítima portuaria de aquel tiempo.

Pasado un tiempo, en una visita a Santander, fui lo primero a ver estas estatuas. Son cuatro estatuas de tamaño natural de vivo bronce verdiblanco. Una se zambulle, otra está de pie a punto de zambullirse, otra está encogida en la posición de darse un cole y otra está sentada en el amarre (el noray) y recordé que bañarse ahí y así, en pelotas, estaba prohibido en nuestro tiempo. Había siempre, para cumplir esta ordenanza prohibitiva, un carabinero al caer. Había, pues, que vigilar que el carabinero surgiese siempre un poco demasiado tarde. Los espectadores éramos cómplice en esto de los buceadores. ¡Que viene el carabinero!, gritábamos. Y los buceadores desaparecían en la machina, creo recordar, o en los botes. ¿Ha quedado todo este trajín, todo este maravilloso quehacer entre monetario y lúdico, congelado en el grupo escultórico de José Cobo Calderón, o no? Hay que pensar, además, en la repentina y copiosa lluvia santanderina, la siempre intempestiva, que vaciaba el muelle entero. Ahora los cuatro raqueros están a la intemperie de las suradas, de los anocheceres y de la noche y de la soledad del muelle con su frecuente mal tiempo. En esta circunstancia meteorológica particular, creo yo, es cuando recobran la vitalidad escultórica, impresionística, juvenil que el escultor José Cobo quiso y consiguió conferirles. De la misma manera que las velas de los botes cuentan con el viento y odian la calma chicha, los raqueros contaban con los carabineros enfusilados y con la lluvia. Los remojones del oleaje los días de viento sur. En este conjunto escultórico los cuatro chavales son el yo y la meteorología es su circunstancia. Si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo, como declaró el autor de esa célebre frase.

Con ocasión del premio de cántabro del año 2023 de El Diario Montañés me regalaron una pieza de José Cobo que representa una embarcación, que por cierto recuerda a las pateras marroquíes de estos últimos años, tripulada por una chiquilla desnuda que sostiene virtualmente una vela triangular de aguzada punta. La aguzada punta de bronce tiene el filo de un arma de la Edad del Bronce. Viene a ser un arma arrojadiza transformada en vela broncínea. ¿No nos distrae de lo acuático de la dársena santanderina lo broncíneo del bronce? ¿Se sumerge uno en el bronce? El bronce es un medio de representación sumamente eficaz. Y José Cobo ha tenido el acierto de dar a su vela el aire de una punta de flecha o de lanza. Eso significa que la ha aligerado perceptivamente hasta hacerla parecer todo lo leve y espiritual que es una vela de una embarcación inflamada por el viento. Sucede que se entrelazan en esta composición dos fascinantes conceptos náuticos, el de obra viva y obra muerta. Obra muerta se entiende lo que queda por encima de la superficie del agua y obra viva la parte del casco que se sumerge en el agua. Cuando ves en Santander navegar bahía adelante una embarcación a vela intuyes de golpe las dos obras, la viva y la muerta a la vez. Y de alguna manera en la escultura de la embarcación de José Cobo todo el bronce, incluida la vela, es obra muerta y todo el bronce, a la vez, es obra viva. Por este motivo una obra que a simple vista, tomada al peso, resulta pesada, resulta en la contemplación, ligera, airosa, marítima, raquera.

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