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Aunque los pintores paleolíticos de Altamira y otras cuevas nos han legado su arte, no ha ocurrido así con sus genes. Por ejemplo, un estudio publicado en 'Science' en 2019 analizó genéticamente los restos de decenas de antiguos pobladores de nuestra península. Su conclusión fue sensacional: unos 20 siglos antes de las guerras cántabras, se produjo el reemplazo del 40% del legado genético de Iberia y casi el 100% del linaje masculino por gente que descendía de la estepa euroasiática, en la ancha zona al norte de Negro y Caspio, en Ucrania, Rusia y Kazajistán. Esto sugiere que, incluso si nuestras 'arqueoabuelas' genéticas (las madres de las madres de las madres de las madres…) fueron las mujeres magdalenienses de El Pendo o Puente Viesgo, no podemos decir lo mismo de nuestras líneas paternas. Definitivamente, el Gauguin de Santillana no es nuestro antepasado biológico (lo es cultural); sus hijas, puede que sí (eso ya se lo mira usted por lo particular con una muestra de ADN).
Los investigadores mostraron que en la Edad de Hierro, del siglo XII al V antes de nuestra era aproximadamente, esa genética esteparia, constituida previamente en el paso de la Edad de Cobre a la de Bronce, se había difundido no solo en las regiones de idiomas indoeuropeos, sino también en las de hablas no indoeuropeas, de modo que los antecesores de los vascoparlantes actuales pueden ser descritos sencillamente como una población típica de la Edad de Hierro, aunque sin algunas influencias que se dieron posteriormente en Iberia. A partir de la conquista romana, habrá un claro, esperable, flujo genético desde el norte de África y el Mediterráneo oriental.
Así pues, este reemplazo de arqueoabuelos (o paleoabuelos, que el griego da para todo), que al parecer duró unos cuatro siglos, fue un gran episodio regional, acaso el mayor tras la sustitución de los neandertales cantábricos por nuestra especie pictórica quince siglos antes. Un informe en 'Nature' en 2017 (donde participó el británico Mark Jobling, único genetista al que he osado entrevistar) concluyó que en Europa las historias de los linajes femenino y masculino son muy diferentes: el ADN de transmisión fiel madre-hija (el de las mitocondrias de las células) muestra expansiones paleolíticas dependiendo del clima (después del último 'gran frío' de hace doscientos siglos); en cambio, el de comunicación de padres a hijos varones (cromosoma Y) indica expansión en la Edad de Bronce. Esto se ha observado también en India, donde la línea materna refleja expansiones incluso anteriores al siglo 100 antes de Cristo, mientras que la paterna es bastante posterior.
Mancha aún la tinta de un artículo en 'Nature' el pasado 11 de enero, que señala a esos 'pastores Yamnaya' como fruto de la mezcla esteparia de dos grupos distintos de cazadores-recolectores, uno del Don y otro del Cáucaso. Esta barrida hacia el oeste de seminómadas con armas de bronce, ganado, carros de dos ruedas y carretas de cuatro tiradas por bueyes, así como dominadores del caballo, fue tecno-militarmente irresistible para la variable síntesis que se había dado entre los cazadores paleolíticos y los granjeros neolíticos emigrados a Europa desde Anatolia (sin mucha mezcla en Europa central, algo más en Iberia).
Aquí los lectores podrán objetar que el segundo gran episodio regional tuvo que ser, más bien, el paso de la piedra vieja a la nueva, es decir, de la caza y recolección de frutos a la siembra de plantas y la gestión de animales domésticos. Esta influencia (y gente) procedía del Mediterráneo y la llegada natural a Cantabria era remontando el Ebro, o desde asentamientos de la meseta norte ligados al Duero. Como aún hoy trabajamos huertas, ordeñamos vacas y esquilamos ovejas, se trata de un argumento de peso. Aquel primer granjero…
Evidentemente, fue un episodio cultural monumental, que mora en las espesas nieblas de la paleo cronología (los expertos creen que pudo ocurrir sobre el siglo 30 antes de Cristo, un poco antes de nuestros menhires, túmulos y demás pedruscos interrogantes). Y sin embargo, tampoco de aquellos granjeros, fuesen cazadores cantábricos reciclados o agro pastores emigrantes, descendemos. Sí de 'ellas', pero no de 'ellos'. Porque vino con su espada de bronce y su caballo de Espartero nuestro arqueoabuelo genético. Y si se reemplazó casi el 100% de la paternidad, ello significa que los preexistentes varones de Cantabria no pudieron reproducirse: o los exterminaron o los convirtieron en célibes a efectos prácticos y, en todo caso, quienes formaron harenes o parejas con las féminas preexistentes fueron solamente los invasores esteparios.
Esta gran migración sustitutoria rompió una frontera europea que había durado milenios. Una imaginaria línea entre el Báltico y el Negro: a oriente, cazadores-recolectores que no habían integrado los hallazgos agrarios de Oriente Medio; a poniente, cazadores-recolectores y granjeros, más juntos que revueltos. El movimiento Yamnaya desde la estepa afectó a toda Europa. En números redondos estadísticos (pueden no valer para usted o para mí a título individual), los cántabros actuales provenimos, como una mayoría de europeos, de aquellos mil años de traslación de gentes refundidas entre el Don y el Cáucaso. Con ellas, guiados por el atardecer, vinieron acaso a la región los primeros lenguajes 'indoeuropeos'. Y esa influencia del idioma determinó (aún lo haría más con celtas y romanos siglos después), por léxico y gramática, nuestra manera de interpretar la realidad, aunque por vía materna se conservasen otros diccionarios (hoy subrepticios en el nuestro, y más aparentes en el núcleo de las hablas vascas).
La técnica agraria mediterránea se hubiese acabado transmitiendo en un siglo u otro. Pero la sustitución demográfica de todos los linajes masculinos por una Völkerwanderung desde la otra punta del continente sí que fue un episodio macro histórico totalmente singular, determinante. Entre otras cosas, influye en nuestro cuerpo actual y su propensión a determinadas enfermedades; en el color de piel y ojos; en la altura. Aún somos hoy programados desde episodios históricos remotísimos: aquel himeneo primigenio entre el 'abu' invasor y la 'yaya' invadida. Paleo genéticamente, el cántabro es, a fuer de europeo occidental, estepario oriental, y como ibérico un hijo de cromañonas viudas o raptadas como las sabinas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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