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Michi, mi gato pelirrojo, duerme hecho una rosca a los pies de mi cama impidiéndome así acomodar mis propios pies en mi propia cama. ¡Los gatos son difíciles de torear, lo digo en serio! Así que acabo de salir al interior de mi propia calle en busca de Ian Gibson, en compañía de Mario Crespo, que acaba justo ahora de consumir una pintoresca cena china instalado en mi secreter. ¡Sin duda todo esto puede considerarse como una muestra de la intensa globalización de mi vida! Ahí, justo ahí, en esta globalización, nos sitúa a los españoles Ian Gibson. Nadie nos ha querido tanto ni dedicado tantísimo tiempo internacional a explicarnos, a entendernos. Me consta que Gibson piensa que ha valido la pena rebuscarnos. Miles de páginas sobre Lorca, Machado, José Antonio Primo de Rivera, Buñuel, Dalí. Nos ha amado y rebuscado en nuestras contradicciones siniestras, tantas veces, sin embargo, brillantes y valiosas. Este es, pues, un artículo de alguien que se ha sentido bien amado leyendo los libros de Ian Gibson, a quien aún no conozco personalmente. Aunque pronto le conoceré, mañana mismo: tal y como estoy, destartalado, estomagante y calvo, almorzaré con él mañana para decirle lo esencial. Que su último libro, 'Un Carmen en Granada', me ha parecido, una vez más, brillantísimo. Documentadísimo. Son las memorias de un hispanista dublinés. «Gerald Brenan evoca cariñosamente, en 'Al sur de Granada', a la pequeña y no poco excéntrica colonia inglesa que allá por 1920 vivía en los alrededores de la Alhambra, siguiendo una tradición establecida por paisanos suyos durante el siglo XIX. Por desgracia, cuando llegamos nosotros en 1965, casi todos ellos, entre los que se contaban unos personajes realmente pintorescos, habían desparecido. Con la sola excepción de William Davenhill (…) Los Davenhill llevaban toda la vida en Granada. Al declinar el día solían acomodarse en la terraza delante de la propiedad y ahí recibían a sus amigos a quienes Maravillas (la hermana de William) ofrecía un cóctel de potencia explosiva. Una tarde me tomé la libertad, sin que nadie nos presentara, de acercarme a saludarles». ¿No es esto un modélico texto de prosa narrativa española? ¿No se siente el lector o lectora de este artículo, sólo con este texto, interesado en saber qué pasa a lo largo de todo el libro, unas trescientas veintitantas páginas? Pues lo que pasa es que Gibson nos cuenta aquí cómo, entre los años sesenta y setenta, descubrió en la historia y la literatura españolas su vocación de hispanista y biógrafo, comprometido con la democracia y el antifranquismo. Comprometerse intelectualmente con la democracia española –dejaré, de momento, a Franco en paz–, ya son ganas de meterse en líos. La democracia española no se ha visto nunca en otra ni volverá a verse en otra cuando Gibson deje de escribir sobre nosotros.
Hay un amargor en nuestra tumultuosa vida hispana, una como necedad batalladora, vocinglera. Como un Mío Cid criado en las cocinas. Un Don Quijote vapuleado por los molinos de viento que creyó gigantes. Somos los españoles una gente impetuosa y confusa con más grandezas de España sobre los hombros de las que quizá corresponden a gente tan primitiva como nosotros. Yo mismo soy muy español. Por eso hablo aquí, como un voceras español que se ama y se detesta a la vez y bajo el mismo aspecto. El simple amor a España y lo español que leo, fascinado, en los libros de Ian Gibson, no está al alcance de los españoles, no amamos con simple amor, sino con un amor entelerido, desafiante y cohibido al mismo tiempo. «¡Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario, miente!» ¡Españolismo puro en esta exclamación! ¡Quien diga lo contrario de lo que yo digo, no dice la verdad! ¡Los españoles llevamos nuestras verdades absolutas, católicos a machamartillo en nuestras albardas mentales! Una verdadera lástima porque, a cambio de eso, podemos morir por quien nos ama.
Como se dice en el himno de Infantería: «Por verte temida y honrada contentos tus hijos irán a la muerte». No hay España más honradamente y más profundamente reflejada que la que Ian Gibson nos muestra en sus libros. Libres gracias a Gibson de nuestra mala potra, nuestra negra envidia, nuestro achicamiento nacional, a los limpios ojos de este hispanista irlandés, Ian Gibson, a través de sus monumentales libros sobre nuestros grandes poetas, nuestras grandes hazañas, nos sentimos embellecidos y más tranquilos, menos estirados que de costumbre. Ian Gibson nos ha sacado a los españoles, con su entusiasmo historiográfico, con su amor, del ensimismamiento endiablado del español y su sombra.
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