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Noelia Palacio
Jueves, 27 de marzo 2025, 19:54
De un tiempo a esta parte tengo la percepción de que desde diferentes disciplinas el tema de la muerte está más presente que nunca, se está haciendo más visible más allá de los ámbitos en los que se trabaja con ella directamente. Cada vez son más las películas que hablan de la muerte o del proceso de morir; los libros que abordan las experiencias del duelo o la enfermedad; los ensayos dedicados a la contextualización de la noción de muerte en la sociedad occidental; los centros educativos que incluyen la pedagogías de la muerte en sus aulas; los espacios de diálogo en los que se abordan estos temas sin tratar de edulcorarlos. No debería verlo con asombro porque la muerte late continuamente bajo la membrana de la vida palpitando con fuerza sobre nuestra experiencia, nuestra percepción del mundo y nuestros vínculos; sin embargo, hay un hecho muy doloroso en el mirarla de frente y nuestras actitudes hacia ella influyen sobre nuestra manera de vivir.
Tardamos toda una vida en interiorizar la respuesta a la pregunta esencial: que la muerte es un hecho de la vida y que la existencia se desvanece, que la muerte nos iguala a todos y que nuestra vida es un ente cuyos extremos – la nada del antes y la nada del después – no nos pertenecen. Ante la pérdida o frente a eventos vitales que puedan poner en riesgo nuestro viaje –como por ejemplo la enfermedad– la sociedad actual ha tratado de apartarla del camino de la manera más compleja posible: evitándola.
Disciplinas como la Filosofía, la Antropología, la Psicología o ramas de la Medicina llevan mucho tiempo intentando avisarnos de que la muerte es un tabú que aún resiste, o que incluso se acentúa en nuestra sociedad Occidental a diferencia de en otras culturas.
Claro que todos sabemos que vamos a morir porque en los límites básicos de la existencia todos los seres humanos somos iguales. A nivel consciente nadie niega este hecho, pero en lo más profundo del ser, creemos que la mortalidad es para los demás y no para nosotros hasta que precisamente los otros nos lo ponen delante. Entonces, miramos a un ser querido en su proceso de morir y no sabemos qué decir, qué hacer, qué nos pasa. Y si quien se muere es un niño, la paralización es absoluta.
Entonces, sí, en estos momentos, la muerte es un tema sobre el que cuesta conversar. Podríamos decir, paradójicamente, que para pensar la muerte no hay palabras pero que son las palabras las que nos pueden salvar de la larga agonía prolongada por el miedo a la muerte. Por ello, es necesario crear lugares de diálogo sobre ella a través de las artes o la ciencia en los espacios comunitarios de la sociedad.
Y ¿por qué nos da tanto miedo la muerte? ¿Qué es exactamente lo que nos produce miedo? ¿Qué nos angustia? Podríamos hablar del temor a la propia extinción, a la pérdida de individualidad, a la disolución de todo lo que nos rodea, a lo que viene después, a lo que dejamos, a lo que ya no se vivirá, al hecho en sí de morir, a la extinción del ser. Tenemos miedo a algo.
Uno teme perderse y convertirse en la nada, y ese es un temor que no puede explicarse ni localizarse. Produce un terrible sentimiento de indefensión que nos genera angustia, requiere un esfuerzo muy grande pararse a mirar.
¿Nos han enseñado qué es la muerte? ¿Nos han enseñado a morir? Todos queremos morir dignamente. Y no sabemos si tendremos fuerzas, si estaremos a la altura, si podremos dejar un buen recuerdo a los que nos sobrevivan.
Si nos adentramos en los cuentos populares de todas las culturas, la muerte ha sido nombrada como un personaje más del que aprender. Los niños saben desde pequeños que la muerte no solo tiene lugar en la paralización del cuerpo sino en la vida: en el tiempo, en su historia, en el contexto y en el mundo en el que viven. Cuando escuchamos historias sobre la muerte desde un lugar seguro, de acogida y sin juicio – en nuestra casa, en la escuela, en los espacios sociales compartidos– podemos ir encontrando un sentido a las cosas que nos pasan e ir descubriendo las palabras para poner nombre a todo lo que relacionamos con la muerte. Si escuchamos a todas las voces desde cada una de esas vivencias podremos encontrar una visión compartida en la que explorar estados emocionales desde un lugar común y romper ciertos tópicos sobre un hecho universal por el que todos pasaremos.
Necesitamos ayuda, y esa ayuda tiene que ver con el hecho elemental de hablar y dar sentido a lo que nos pasa. Si queremos que la muerte deje de ser un tabú y se produzca un cambio tenemos justamente que sentarnos todos juntos alrededor de la hoguera e invocar su nombre como ya hicieron nuestros ancestros.
Y cuando la muerte aparezca, escuchar a través de las experiencias de todos los que nos tienen algo que contar porque han acompañado a un moribundo o porque se aproximan a su final o porque han perdido a un ser querido.
Probablemente el alivio a la incertidumbre de lo desconocido, del gran misterio, solo pueda darse a través del calor de la compañía y de aceptar que algunas preguntas no tienen respuestas.
Guillermo Balbona
Tras el 'Death Cafe', fenómeno surgido en Reino Unido y cada vez más asentado en la sociedad española, afloran grupos de debate y diálogos espontáneos sin objetivos concretos. No es terapia, sino un camino abierto de reflexión para ahuyentar tabúes. El Café es uno de los ejes que vertebran el Programa de las Jornadas que la Universidad de Cantabria afronta esta primavera bajo el epígrafe 'Conversaciones sobre la muerte' y la coordinación de Elena Briones y Jónatan Piedra, directores del Aula Interdisciplinar Isabel Torres de estudios de las mujeres y del género y de la Ciencia, respectivamente. Una apuesta singular e interdisciplinar, integrada en este curso 2024-2025, miscelánea de actividades y convocatorias abiertas al público. Además, responde a una propuesta casi sin precedentes al ser fruto de la colaboración de todas las Aulas, bajo la dirección de Eva Cuartango, que integran el corpus de extensión universitaria de la UC: la dos citadas anteriormente, más Aula de Cine, Aula de Estudios sobre la Religión, Aula de Letras, Aula de Patrimonio Cultural, Aula de Debate, Aula de Música y Aula de Teatro, que dirigen Guillermo Martínez, Jesús Ignacio Martínez, Macarena García-Avello, Susana Guijarro, María Cantero, José Santos y Paco Valcarce, respectivamente.
El objetivo de estas Jornadas es claro y se enmarca en el latido que se desprende de la sociedad a la hora de abordar un terreno sensible y con muchas aristas: «Visibilizar la muerte de forma consciente y reflexiva, desde distintas disciplinas y mediante actividades que satisfagan inquietudes de diversos grupos de población». El cine, a través de un ciclo de la Filmoteca UC abrirá el próximo día 3 de abril el programa global que se desarrollará hasta el 29 de mayo, el cual incluye proyecciones, ponencias, debates y charlas ilustradas en busca de ese diálogo interdisciplinar.
Las proyecciones del ciclo son: 'Ordet (La palabra)' de Carl Theodor Dreyer, 1955; 'Suspense' de Jack Clayton, 1961; 'La habitación del hijo'; de Nanni Moretti, 2001; '21 gramos' de Alejandro González Iñárritu; y 'La novia cadáver' de Tim Burton.
No obstante, será el próximo 7 de abril cuando el Café de la muerte, en el Paraninfo de la institución académica, centre el intercambio de reflexiones. El fundamento de estas Conversaciones posee un pensamiento que propicia adentrarse en esas miradas plurales sobre la muerte: «Como seres humanos nacemos con la certeza de que un día ya no estaremos aquí. Sin embargo, nos esforzamos en silenciar la muerte hasta convertirla en tabú, o banalizar sus implicaciones. ¿Por qué seguir desplazando o aplazando conversar sobre la muerte? ¿Acaso no nos estamos así limitando la preparación para enfrentar la certeza de una pérdida, la de la propia vida o la de seres queridos?», según apuntan los coordinadores.
Las jornadas interaulas nacen con vocación de abrir la participación no solo a los alumnos del mundo universitario, sino a las familias y la sociedad en general. No obstante, el formato de cada actividad por tanto se ajustará a sus objetivos concretos y a la población a la que va destinado. La UC recalca que será necesario inscribirse mediante la plataforma meapunto.es
En el Café de la muerte un grupo de personas invitadas ofrecerán su visión personal. Para dinamizar este coloquio se compartirá un 'menú' con diversas cuestiones. Los asistentes podrán también participar al final de la tertulia con M. Ángeles Melero Zabal, Sergio Martínez, Carmen Ortego Maté, Rafael Segura, Alba Fernández Ramos y Concha Calzada Hinojal.
El próximo 28 de abril la Sala Fray Antonio de Guevara acogerá la primera de las charlas: 'El derecho a morir con dignidad' a cargo de Valentina Ileana de la UC. A lo largo del mes de mayo se sucederán: 'Muerte y transfiguración', charla lustrada de Matteo Conti; la Lectura: 'Ritual de duelo' con Isabel de Naverán, historiadora del arte, escritora e investigadora; 'Eros y Thanatos: los valores de la sociedad española en torno al aborto y la eutanasia, a cargo de María Silvestre Cabrera de la Universidad de Deusto; 'Preparando el camino a la muerte. El retiro de Carlos V en Yuste a través de la literatura, que impartirá el escritor Sergio Martínez; 'La mirada de Orfeo: sobre el amor (eros) y la añoranza (póthos)', por Ana Carrasco de la Complutense; 'William Shakespeare. Una vida entre el caos y el orden' que impartirá Juan Emilio Tazón de la Universidad de Oviedo y, finalmente, 'La experiencia de la muerte en el arte bajomedieval. Preocupaciones e intereses ante el más allá', ponencia de Dolores Teijeria Pablos de la Universidad de León.
Marcos Díez
Para aprender a vivir hay que aprender a morir. Sé que parece contraintuitivo. Ante una afirmación así, podrían decirnos que ya moriremos cuando nos toque, que mejor dar la espalda a la muerte para entregarnos plenamente a la vida. Podrían decirnos que bastante desgracia tenemos con no ser inmortales como para andar pensando en ello y empañar con esas ideas oscuras la existencia. ¡Sois unos cenizos!, podrían decirnos. El problema es que, queramos o no, la muerte está siempre ahí, y los intentos de negarla, ocultarla o hacer como que no, equivalen a intentar esconder un elefante debajo de una alfombra. Vivir dando la espalda a la muerte es también, por raro que parezca, vivir dando la espalda a la vida. Todos vamos a desaparecer y eso, nos guste o no, nos acompaña en cada instante. Aprender a morir es aceptar que un día desaparecemos, entender que no se puede oponer resistencia a una fuerza impasible. Es sabido que si nos arrastra una corriente en el mar, no hay que luchar contra ella con desesperación, sino dejarse llevar y esperar serenos a flote el tiempo que se pueda.
Los que nadan contra la corriente son los primeros que se ahogan. En esta sociedad, se puede estar ahogado y seguir corriendo a la vez, lo mismo que los pollos a los que ya les han cortado la cabeza. No se puede entender la vida sin la muerte porque son una misma cosa indivisible, tan inútil separarlas como intentar escindir la mente del cuerpo. Tener presente nuestra desaparición no disminuye nuestra vitalidad, la aviva.
Por decirlo de forma prosaica, ante la idea de la muerte se nos van de la cabeza las tonterías, se disuelven como el azucarillo en el agua, y podemos entonces identificar las cosas que tienen un verdadero valor para nosotros y entregarnos a ellas y vivir, gracias a lo que la muerte nos ha enseñado, con más serenidad, plenitud, sentido y alegría.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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