En 'El último de nuestros tíos', Linda Pastan disecciona la herida que queda tras la pérdida de un ser querido, haciendo inventario de cuanto el tiempo arrastra a su paso y de los fantasmas que habitan nuestro vacío
Pese a ser una poeta de amplia obra –más de quince títulos–― y de haber recibido en su país alguno de los reconocimientos más importantes, como el Premio Ruth Lilly, Linda Pastan (1932-2023) apenas ha sido traducida al español. Si mis datos son exactos, en nuestro país antes de 'El último de nuestros tíos', solo disponemos de una antología, por otra parte, bastante reducida, de su obra, 'Esperando mi vida', cuyos poemas han sido traducidos por Rosa Lentini y Jonio González.
La edición bilingüe que ahora tenemos en nuestras manos intenta corregir dicha anomalía. Rafael Mellado Jurado y Juan Manuel Romero nos acercan a uno de los libros fundamentales en la trayectoria de Pastan, publicado originalmente en 2002, es decir, cuando la poeta percibía ya ... la vejez como algo con lo que podría encontrarse a la vuelta de la esquina, por eso el envejecimiento y el deterioro físico inherente ―–«Las pastillas que tomo para atrasar la muerte / me están matando», escribe en el primer poema del libro con una mezcla de humor negro y resignación–, la presencia fantasmal de la muerte –―«Esto no es vida, piensas, / aunque es mejor, sin duda, que la muerte, / un lugar de descanso / entre materia y energía»―–, la permanencia del amor marital a través de los años ―–«… si cuarenta años / han hecho de nosotros / una sola carne, / tu pluma reconocerá mi mano, / como mi mano conoce el tacto de la tuya / en un oscuro cine, en todos / los lugares oscuros»–― o la pérdida de seres queridos son temas recurrentes en su poesía, una poesía construida a partir de anécdotas cotidianas –unas alegres, otras dolorosas, en definitiva, lo que ella llamó «desgarrados pedazos de historia»–― que logra trascender para ensayar a partir de ellas una suerte de ideario moral y naturalista con el que marcar las pautas de su pensamiento y, por ende, de su conducta. Las escenas domésticas, descritas de forma aséptica encierran, sin embargo, una profunda reflexión sobre el paso del tiempo, sobre el itinerario circular de la existencia, pero en ellas no se limita solo a una descripción más o menos minuciosa porque sabiamente desplaza el centro de interés hacia el pasado, sea este de asunto mitológico, histórico ―–«la historia, ¿no es la imaginación / de algunos descendientes, hecha de carne y hueso?»–―, literario o artístico. Es aquí en donde encuentra las referencias que le ayudan a descontextualizar su propia intimidad, como ocurre en el poema 'Obtenemos lo que deseamos por nuestra cuenta y riesgo'.
El último de nuestros tíos
Autora:
Linda Pastan.
Traducción:
Edición Bilingüe. Rafael Mellado Jurado y Juan Manuel Romero.
Editorial:
Pre-Textos.
Páginas:
190.
Precio:
22 euros.
El recurso es conocido, pero gracias a él Linda Pastan logra superar ese bloqueo del que no tiene ya nada que decir: «¿Te has quedado / sin palabras?», se pregunta en el poema 'A un poeta ya en silencio'. En otras ocasiones, un diálogo imposible con el contestador automático de un amigo recientemente fallecido le permite, en medio de la desolación, celebrar lo compartido, no rendirse ante la adversidad de la ausencia. Bastan esas pequeñas compensaciones para afrontar el futuro con cierta esperanza. Por supuesto, dichas ausencias no hacen sino confirmar lo inevitable, la mortalidad. Pese a que gran parte de los poemas de este libro giran en torno a esa constatación, Pastan no recurre al consuelo de la religión. Todos los asideros en los que se apoya son muy terrenales, de hecho, con cierta ironía envidia a quienes disfrutan de una «relación con Dios», aunque eso suponga una refutación a la creencia en una vida después de la muerte que reflejan versos como estos: «A veces pienso / que mantenemos el contacto cada año / para reconocernos / en la otra vida». No resulta inusual que las tensiones existenciales provoquen dudas y contradicciones, sobre todo cuando los signos del paso del tiempo y del olvido son tan palpables en la propia naturaleza, en el ritmo de las estaciones, excelentemente descrito en el poema 'Los meses', doce poemas de doce versos cada uno, en los planes que, en su momento, justificaron tantos sacrificios y en los objetos que uno ha ido reuniendo a lo largo de la vida, objetos que, en muchas ocasiones, han perdido su significado. «Aceptarlo / nunca es fácil –escribe Pastan–. Amar el futuro aún no escrito sí lo es, / casi en igual medida que el pasado que va desvaneciéndose». Precisamente, para evitar que el pasado caiga en el abismo del olvido, Linda Pastan confía en la palabra poética para rememorar momentos de su vida y lo hace sin pesadumbre ni temor al más allá, sabiendo que el mundo continuará girando cuando ella no esté: «Al ver con qué facilidad seré reemplazada en esta tierra, / pienso: si hay un poema de afirmación aquí, / un poema sin sombra de amargura o de autocompasión, otro debería escribirlo». Afortunadamente, ha sido ella quien lo ha escrito y, al hacerlo, nos ha dado todo un ejemplo de estoicismo.
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