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Aprende a mirar

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Poesía ·

'Todavía el asombro', de Javier Gilabert, es un canto a la vida vivida con conciencia de no ser solo un testigo afortunado, sino el protagonista

Sábado, 11 de noviembre 2023, 07:33

No todos los títulos de los libros son tan explícitos como este. 'Todavía el asombro' nos remite, indefectiblemente, a unas consecuencias, las del paso del tiempo, a un devenir que va mermando paulatinamente nuestras facultades y entre ellas está la capacidad para asombrarse, para aprender a observar la realidad con la mirada nueva del que apenas nada ha visto. De esto trata este libro de Javier Gilabert (Granada, 1973), autor de publicación tardía, cuyo primer libro, 'PoeAmario', vio la luz en 2017. Posteriormente ha publicado 'En los estantes' (2019), 'Sonetos para el fin del mundo conocido' (2021) en colaboración con Diego Medina Poveda y 'Bajo el signo del gorrión' (2021) junto a Fernando Jaén. Estamos, pues, ante un libro que supone, a mi modo de ver, un paso adelante en la construcción de una voz poética personal, con vocación de continuidad, sí, pero en decidida búsqueda de esos detalles que signifiquen y aliente su individualidad, un libro largamente fraguado en el tiempo a base de correcciones y revisiones que ha ido madurando al compás de la propia existencia del poeta según afirma Julen A. Carreño en el prólogo: «Un tiempo en el cada composición ha sufrido no ya versiones, sino cambios tales –léase el término en un sentido aristotélico, referido al movimiento―– que se ha hecho merecedora de una narrativa propia, en favor de una coherencia de conjunto».

Javier Gilabert

'Todavía el asombro' está dividido en seis secciones. La primera sección, 'Gramática del asombro' es una especie de poética, un aviso a navegantes que ofrece al lector las pistas por las que discurrirán el resto de los poemas: «El poema es el centro del ... lenguaje», dice el primer verso, y «De asombro al asombro va el poema», dice el último. En medio, como digo, toda una reflexión de carácter metapoético –que se extiende a lo largo del libro, como vemos en estos versos del final: «Escribir es arar, / trazar en el papel / surcos con versos» –―sobre el instante que se ira desgranando en cada página, porque el asombro es una especie de relampagueo, un impacto fugaz en la conciencia alerta y, como dice en un poema de la segunda sección, para percibirlo «no basta con ver: / mirar requiere esfuerzo e intención». Visto así, cualquier suceso cotidiano, cualquier objeto, cualquier elemento natural mil veces repetido «no deja de asombrarme» y al despertar la atención puede alimentar la escritura. Se ha dicho muchas veces, debemos contemplar la realidad como si fuéramos niños, pese a la dificultad que esto entraña, y Javier Gilabert lo expresa de forma admirable: «Sucumbir al asombro en el detalle, / volver a ser el niño / dispuesto a descubrir / lo bello que se esconde / tras las pequeñas cosas». En esta segunda sección se concluye que dicha capacidad de asombro conlleva una manera de vivir más intensa y, por tanto, aplaza de algún modo la muerta.

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