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Arturo Tendero publica un poemario, 'A todo esto', de cercanía, sin índole metapoética, que se prodiga en el diálogo con los otros, en el que toma conciencia de su suerte existencialSecciones
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Arturo Tendero publica un poemario, 'A todo esto', de cercanía, sin índole metapoética, que se prodiga en el diálogo con los otros, en el que toma conciencia de su suerte existencialA todo esto', el último título de Arturo Tendero (Albacete, 1961), reafirma las coordenadas poéticas del autor, bien definidas desde sus primeros libros, pero sobre todo desde 'Adelántate a toda despedida', publicado por esta misma editorial en 2005. Estamos ante una poesía de dicción sencilla, de carácter discursivo, aunque respete las peculiaridades rítmicas del verso y aparezca algún poema eminentemente lírico como 'Pleamar', uno de mis preferidos; una poesía que apuesta por la claridad y cuyos temas tienes como referentes los escenarios cotidianos, como la cocina, el dormitorio ―el poema «Sin prisa» es un buen ejemplo: «Adoro estos domingos que despierto / temprano y con proyectos reclamándome / y tú duerme aún»― un aparcamiento o la ciudad en su conjunto, muchas veces evocada en este libro: «Aún no es de día / ni la noche se fue de la ciudad / que es un gris laberinto / de farolas y asfalto. Cruzo calles / como en un videojuego / sin reglas todavía», aunque los temas que provocan la escritura sean intemporales, el paso del tiempo, la presencia del amor, la amistad, etc. Con estos mimbres están escritos los poemas de 'A todo esto' porque, como escribe Antonio Luis Luján Atienza en las palabras prologales, estamos «ante una poesía que habla por sí misma, pero que no habla de sí misma; por el contrario, establece un diálogo continuo con los otros y con lo otro; una poesía de la cercanía, que, como una costumbre, ya apenas sin notarse, nos acompaña en su acallamiento y su fidelidad, en la cotidianidad en la que nos reconocemos».
Efectivamente, no hay en estos poemas algo que viene siendo habitual en mucha de la poesía actual, me refiero a la reflexión de índole metapoética, y sí se prodiga, sin, embargo, en ese diálogo con los otros, especialmente referido en estos poemas a los hijos, ... ya haciendo su propia vida, lejos del hogar familiar ―«Cada vez eres, hijo, más tuyo y menos mío / […] / Adonde vayas sé que llevarás contigo, / tatuado la genética, el afán de bondad, / esa creencia ciega y obstinada / que no cabe entender y sin embargo / nos vamos trasmitiendo / como si fuera sangre azul, / el cetro invisible de nuestro linaje»―, pero también con quienes formaron parte de su vida. El primer poema del libro lo confirma: «A veces no me entiendo con mis muertos», que finaliza con estos versos: «A veces no me entiendo con mis muertos / igual que no me entiendo muchas veces conmigo / pero aquí estamos juntos en este cuerpo todos, / lo mejor que podemos, en quien vive, hacinados».
Otro de los rasgos más sustantivos de este libro es la sensación de aquiescencia con el destino que le ha tocado en suerte, un destino que parece colmar todas las expectativas ―a cierta edad, se ha sugerido en muchas ocasiones, ya no se tienen deseos, sino solo expectativas―, por eso se siente afortunado y, por lo tanto, solo cabe en la escritura tomar conciencia de ello y agradecer los dones que la vida le ha prodigado: «Qué fortuna además ser hombre blanco / en pleno siglo XX y en Europa, / en un país contradictorio y luminoso / que permanece en paz o lo aparenta. / Haber fijado casa en este pueblo / que sigue derrotando a los milenios / rodeado de llanuras y autovías. / Haberme unido a una mujer / con la que juntos hemos / aprendido a vivir y ahora aprendemos / a perder poco a poco facultades». Frente a esa constancia de que la felicidad reside en sentirse a gusto con lo que uno quiere y posee se levanta el infranqueable muro del paso del tiempo.
Autor Arturo Tendero
Editorial Pretextos, 2023
Páginas 80
Precio 16 euros
Esa percepción aumenta día a día cuando ya se tiene más pasado que futuro―«Andando, andando, llegas a una edad / donde eres más olvido que memoria»― y el mero transcurso existencial se contempla con cierta consternación, no minorizada en este caso por creencia religiosa alguna: «El sol declina, / y verlo es aceptar la lenta decadencia / de mí sombra, sentir que el horizonte / es más un marco hermoso / que una voz que me llama a la aventura». Algunos de los temas que hemos mencionado más arriba ―el diálogo con los otros, el 'tempus fugit' o el 'locus amoenus'― se concentran en estos versos con final quevedesco: «Con suerte, la vejez, / el deterioro, / y esta casa durando, resistiendo, / sin venirse conmigo hasta el mar, / formando parte, de hecho, de la rutina de otro, que también / creerá que está es su casa: cemento, polvo, tiempo / acumulado, nada». Arturo Tendero sigue fiel a su propósito de integrarse su sentir con las cosas más humildes del mundo. No hay aquí grandilocuentes gestos, ni una intención moralizadora. Envejecer significa vivir y en ese tránsito el poeta se define como un hombre, pese al instinto familiar que le acompaña, fundamentalmente solo, y solo debe enfrentarse a los grandes enigmas de la existencia, enigmas que con su escritura trata de desentrañar y, con él, sus lectores
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