Oscuro el sentir cuando es tan vivo
Poesía ·
Vicente Gallego, amigo íntimo de Francisco Brines, ha pagado con creces la «deuda sentimental» que su cariño al maestro le demandabaSecciones
Servicios
Destacamos
Poesía ·
Vicente Gallego, amigo íntimo de Francisco Brines, ha pagado con creces la «deuda sentimental» que su cariño al maestro le demandabaEl 20 de mayo de 2021 fallecía en el Hospital Comarcal Francesc de Borja de Gandía Francisco Brines, a los 89 años, después de afrontar una intervención quirúrgica que agravó su ya muy deteriorada salud. Uno de sus grandes y más fieles amigos, Vicente Gallego, ... que leyó un emotivo texto de homenaje al poeta en la ceremonia de inhumación celebrada en la iglesia de Santa María y, entre otras cosas, ha escrito magníficos artículos exaltando no solo la calidad de su poesía, sino la humanidad del fallecido. También se ha ocupado de editar antologías como 'Francisco Brines. Por una ciega ley del corazón', publicada por la Institució Alfons el Magnànim. Le toca ahora el turno de hacer su más íntimo homenaje al amigo ido en 'Ni la sal ni el aceite han de faltarme', una elegía funeraria ―un «planto», según la terminología medieval o una «laudatio funebris» de origen romano― con claras reminiscencias manriqueñas (Brines tenía a Jorge Manrique por uno de sus autores de cabecera), pero también del marqués de Santillana, de Sánchez de Talavera o López de Ayala, sin ir más lejos.
Autor Vicente Gallego
Editorial Renacimiento. Colección de Poesía
Páginas 74
Precio 16,90
El primer poema del libro, 'Invocación', ensalza el amor como el único sentimiento capaz de hacer frente al duelo provocado por la muerte del ser querido y finaliza con este verso: «Digo amor invencible». Con estas palabras escritas por Brines a modo de despedida, «Os quiero mucho a todos», comienza el poema 'Así se despidió un 20 de mayo': «Faltándole la voz, ya respirando / dificultosamente, / rozando con las yemas lo intangible, / las anotaste en una hoja suelta / ―siempre tan desprendido―, / una hoja del árbol de la vida». Después de la descripción detallada del fatídico instante, comienza una exaltación de las virtudes del poeta refiriéndose no tanto al pasado sino al ayer más próximo y para ello no escatima en recurrir a imágenes de la Naturaleza para enaltecer aún más su figura: «Soplad, vientos benévolos, / llevad ese mensaje donde oigáis / que se encarece el pan, / que alguien está solo, / haced que corra y cunda…», pese a ello, no hay un desbordamiento emocional en estos versos, sino contención, el decir conmovido de alguien que se aferra a los dones imperecederos de la amistad, dones que la muerte no podrá atenuar: «Qué gran oscuridad la de este mundo, / no digáis que la muerte / vino a apagar tinieblas y penumbras, / que mi amigo murió / el día de las pompas y discursos, / muy otra es la verdad: / pasa la noche y llega la alborada, / decid que despertó, / que se quedó dormido y lo avisaron». Las palabras tratan de negar lo evidente, lo ineludible, de hecho en algunos poemas Gallego ficcionaliza la realidad a través de lo sueños, pero ya asentado en esa realidad ineludible, serán el alma y el corazón los que suplan la ausencia: «Os dirán que se fue, / yo digo que teniendo tan presente / su ausencia se ha venido / más cerca, ya no quepo / en mí sin dar con él, / y cuanto más se aleja, / más próximo lo hallo, / aún más me pertenece, / mejor me corresponde». No obstante, consciente de que el tiempo no regresa y haciendo oídos sordos a las tentaciones mundanas, Gallego escribe «Noche de la verdad», poema en el constata que el amigo se ha ido y que solo vivirá en el recuerdo y en sus versos: «Mi amigo canta en mí, / que ya no sé quién soy / en esta perdición de la escritura». Pese a ese canto, Vicente Gallego, en una acertada antítesis, se rinde ante la posibilidad de escribir una elegía al mismo tiempo que la escribe y recuerda otras inmortales, la de Manrique, la de Lorca o la de Miguel Hernández: «No puede ya escribirse una elegía, / ni es posible dejarla de escribir / cuando crujen los dedos de la mano», para reconocer posteriormente que, impelido por una fuerza extraña, «escribo tu elegía / que un madrigal me rapta y una rosa / de su tallo desea que te corte». Este sentido encomio, ya consumada la resignación ante la perdida, finaliza con una enumeración de alimentos que, de forma simbólica, materializan la nostalgia. Limones, odres de vino, azúcar de caña, pan ácimo, miel de mil flores, sal, aceite, dones compartidos alrededor del fuego de la amistad que, parafraseando a Garcilaso, «yo a ti te debía».
Vicente Gallego, amigo íntimo de Francisco Brines, y autor de una obra poética que actualiza la tradición de los cancioneros y de los romances magistralmente, con esta elegía, que desde este momento podemos poner a la altura de las ya citadas, ha pagado con creces esa «deuda» sentimental que su cariño al maestro y amigo le demandaba.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.