La compañía sevillana Atalaya está a punto de comenzar temporada y eso supone trámites y burocracia para su fundador y director Ricardo Iniesta, también ideólogo del pionero Centro Internacional de Investigación Teatral, TNT. En esas primeras fechas está marcada en el calendario su visita ... a Santander, donde hoy representarán 'El avaro', de Molière, en una versión actualizada, con temas que sacuden las costuras del hoy. Será en el Palacio de Festivales (19.30 horas)
–¿Vivimos en un mundo más mezquino que el que retrató Molière?
–Debemos actualizarlo.Estamos hablando de que Molière escribió esa pieza hace 400 años y han cambiado mucho los conceptos. Traerlo a nuestros días implica darle prioridad a cuestiones distintas. Nos hemos apoyado en películas del siglo XX que tienen, por ejemplo, el tema del desahucio, de la prostitución, y hemos enfocado ahí el conflicto. Y la corrupción, que es casi el elemento principal que acompaña a la avaricia. La avaricia sí sigue siendo el principal leit motiv de Molière, como lo fue en 'La Olla' de Plauto, de hace dos milenios, en la que se basó.
–Problemas sobre los que se escribió hace siglos, pero siguen a la orden del día.
-Clarísimamente. Tenemos al gran avaro de este país, que se fue hace unos años a miles de kilómetros, pero vuelve de vez en cuando a las regatas. El segundo gran avaro es ese hombre de los textiles que tiene un emporio a costa de pagar a niños en Indonesia un euro al día. El tercero es el que se ha llevado su multinacional a Holanda para no pagar impuestos en España. Tenemos cerca a grandes avaros y son los que están llevando a pique a todo un país, enriqueciéndose a costa de los demás.
–Esos avaros tienen poder y usted afirma que hace teatro contra los poderosos
–Absolutamente. Contra estos tres, contra sus familias y contra todos los poderosos del mundo. Sea aquí o en otros países del mundo donde hay quien quiere imponer su falta de leyes y de escrúpulos al resto de la humanidad.
«Hoy en día se hace mucho teatro de consumo rápido y poco arte puede salir de ahí»
–¿A Molière le hubiera gustado esta versión?
–Yo creo que mucho. El tema del desahucio, perpetrado por los bancos, multinacionales o casas reales, señala directamente al lugar desde el que perpetran sus crímenes. Molière era muy crítico y se debía a ser un poco políticamente correcto con su rey, que lo protegía, pero al mismo tiempo, se desmarcó, señaló el norte para muchos creadores posteriores. No pudo ser tan libre como hubiera querido; hoy lo sería mucho más y tomaría partido contra quienes arrojan familias a la calle para agrandar más y más sus propiedades.
–¿Qué peso tiene la música, con director musical y de coros, en esta obra?
–Mucho. En Atalaya, la música en vivo tiene mucha importancia. Ahora vamos a celebrar los 40 años dentro de nuestro espacio y son muchas las escenas que vamos a hacer. De hecho, vendrá una actriz cántabra, Cristina Samaniego y Gerónimo Arenal, que empezó en La Machina y lo tenemos aquí ahora, y muchas de esas piezas que preparamos, son montajes musicales. En el caso de 'El avaro', la idea de comedia musical nos ha dado mucha potencia. El nivel literario con respecto a Shakespeare, a Lorca o Valle-Inclán es un poco menor, y por eso hemos traído la idea de que la música le confieran la potencia que el texto quizá no tiene, a través de los cánticos en vivo que enganchan al espectador.
–¿Le impresiona lo de decir que van a celebrar sus 40 años?
–Sí, pero uno se va a acostumbrando. Lo que me impresiona mucho son detalles como pensar, el otro día, cuando se conmemoraron los 50 años del golpe de estado contra Allende, que era el año 73. Yo tenía 17 años. Miro ahora y estaba a la misma distancia de nuestros días que de 1923, de la época de la dictadura de Primo de Rivera. En estos cuarenta años es como si hubieran pasado dos siglos, de actividad muy intensa y es como si lo hubiera fundado un antepasado mío.
–Ese antepasado suyo tuvo un hermano que le metió en el teatro, en la política y en el Betis.
–(Ríe). Efectivamente y no sé cuál de las tres resulta más peligrosa.
–¿Sigue al pie del cañón en los tres frentes?
–Sigo en los tres. En el teatro, en la política no militando, pero solo con escucharme se nota que tengo un compromiso político contra los poderosos y en defensa de las causas justas. Hacemos teatro con personas sin hogar, con las mujeres del Vacie, que gracias al montaje de 'La Casa de Bernarda Alba' están consiguiendo lo que no consiguieron los políticos. No tengo ningún problema en reconocer que tengo una ideología y quien conoce Atalaya lo sabe, porque es algo bastante común. Nuestro lema es otro teatro es posible, metáfora de otro mundo. Y el Betis, a pesar de los disgustos, ahí seguimos con alguna copa en los últimos tiempos.
–¿El Centro de Investigación Teatral es uno de sus mayores logros profesionales?
–Pues sí. Ayer leí un artículo que escribí para la revista de los directores de escena en el que hablaba, en el año 96, de que el CNT estaba recogiendo los primeros frutos de una utopía. Veintisiete años después hemos construido un espacio de diez mil metros cuadrados, como no existe otro en Europa, y tendremos que ir rellenándolo poco a poco. Es un desafío. Yo tengo 67 años y me tocaba jubilarme, pero claro, ahora que damos este paso… La utopía de conseguir un centro así, haber recorrido 44 países, tener diez compañías residentes a través de los laboratorios… Ya no buscamos utopías; incluso flotamos sobre algunas.
–¿El teatro se investiga como una ciencia?
–Por supuesto. No se puede hacer como churros. Me lo planteo como aventurero, no como turista. Mi idea es que no podemos estrechar plazos a veinte o treinta días, porque tenemos que investigar, perdernos. La diferencia entre quien investiga y quien corta y pega, es que el primero encuentra fórmulas mágicas y el arte necesita ese proceso. Cometer errores. Solo ha habido una artista en la historia de la humanidad que no investigaba, que era Mozart, que nunca tachó ni una sola nota, le salían así directamente. Sin embargo, ves 'Las Meninas' de Velázquez o 'El Guernica' de Picasso, y hay capas debajo, bocetos previos. Hoy en día se hace demasiado teatro de consumo; montar, coger un tema que parece interesante, repartir papeles y tenerlo en un mes. De ahí poco arte puede salir.
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