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La ciudad sin memoria
Su nombre es democracia (3)

La ciudad sin memoria

La amnistía que promueve el olvido de la guerra civil da paso a la democracia «moderada» ateniense del siglo IV a. C.

Viernes, 15 de marzo 2024, 07:38

La polarización de la sociedad ateniense en el último tercio del siglo V a. C. no supone un obstáculo para uno de los valores más apreciados de la democracia: la libertad de expresión. Demóstenes, político y orador del siglo siguiente, argumenta que, mientras a los espartanos sólo les está permitido elogiar su constitución oligárquica y ninguna otra, los atenienses pueden criticar abiertamente su constitución democrática. Por eso Aristófanes critica de forma implacable la democracia y a los líderes políticos en sus exitosas comedias. Y todos entienden que esas críticas son un aspecto de la propia cultura democrática. Un Aristófanes espartano es impensable.

Que el teatro es un acontecimiento político también lo prueba la censura. Lo cuenta Heródoto en su 'Historia': en el 492 a. C., la representación de la tragedia 'La toma de Mileto', que narra la caída de la colonia griega en manos de los persas, provoca que su autor, Frínico, sea multado por «por haber evocado una calamidad de carácter nacional»; a lo que se añade la prohibición terminante de volver a representar la obra. No es sólo una primera muestra de las tensiones que la libertad de expresión genera en una democracia, sino también de la disputa por la memoria cívica, que vive su apogeo con la amnistía que se promulga en Atenas después de la guerra civil del 404-3 a. C.

Golpes de Estado y guerra civil

«Seré hostil al pueblo y decidiré contra él el mal que pueda» es el juramento que, según Aristóteles, hacen los oligarcas de todas las ciudades democráticas. Los oligarcas atenienses, que impugnan la legitimidad de la constitución de su ciudad al rechazar la soberanía popular, acusan a los líderes demócratas de los desastres de la guerra contra los espartanos. En el 411 a. C., en una sesión irregular en la Asamblea, consiguen abolir la democracia empleando sus propios mecanismos (tal como mueren las democracias hoy). La restauración se produce cuatro meses después y conduce al exilio a varios golpistas. Pero la derrota final de Atenas en la guerra del Peloponeso en el 404 a. C. permite su regreso y la creación de un gobierno de oligarcas apoyado militarmente por Esparta.

Ese grupo de filoespartanos, los Treinta, gobierna tiránicamente: suspende la legalidad y lamina las instituciones democráticas. Al igual que hicieron sus antecesores en el 411 a. C., los Treinta desactivan la «denuncia de ilegalidad» para evitar cualquier tipo de rendición de cuentas sobre sus actuaciones. Y también eliminan la paga introducida por Pericles, aunque no consta que lo argumentaran como la presidenta de una comunidad española, cuando en 2012 afirmó que suprimir el sueldo de los diputados regionales suponía «un ejercicio de responsabilidad ante los ciudadanos».

Uno de los líderes de los Treinta, Critias, discípulo de Sócrates, se guía por su convencimiento de que «un carácter noble es más seguro que la ley». Los oligarcas radicales no confían en las instituciones ni en la ley, sino en los lazos de amistad (y temor) entre los gobernantes y en el miedo inducido a los gobernados. Propulsados por su revanchismo, reducen el número de ciudadanos a su antojo, y expolian, destierran y ejecutan a miles de demócratas. Pero incluso entre fanáticos de la unidad como los oligarcas, las divisiones comienzan pronto: Terámenes, líder del bando moderado de los Treinta, es condenado a beber la cicuta por cuestionar los asesinatos indiscriminados que ordena Critias.

Pero los demócratas no se resignan. A finales del 404 a. C., el general Trasíbulo conforma en el exilio un ejército democrático que, después de ocho meses de combates, entra victorioso en Atenas. Finalizada la guerra civil en la primavera del año siguiente, Trasíbulo propone la concesión de la ciudadanía a todos los combatientes demócratas, entre los que hay numerosos extranjeros residentes y esclavos. La sorprendente propuesta es rechazada a instancias de Arquino, líder de los demócratas moderados.

Todavía bajo el régimen de los Treinta, tiene lugar un suceso que ilumina la iniciativa de Trasíbulo. Según recoge Jenofonte en 'Helénicas', durante el juicio en el que es condenado, Terámenes sostiene que siempre había combatido «a aquellos que no creen que haya una democracia auténtica si los esclavos [...] no participan en el poder». Vincent Azoulay y Paulin Ismard defienden en 'Atenas 403. Una historia coral' (Siruela, 2023) que ese argumento revela que el término 'demokratía' ya contenía en sí mismo la posibilidad de extender los derechos políticos a todas las personas, esclavos incluidos.

Amnistía

En el Erecteón de la Acrópolis, los atenienses elevaron un altar a Lete (Olvido), engendrada, según relata el poeta Hesíodo en su 'Teogonía', por Eris (Discordia). Los mitos hablan sobre la ciudad. Tras la restauración democrática en el 403 a. C. y la reconciliación entre los dos bandos a instancias de los vencedores, se promulga una amnistía que contiene dos puntos: el juramento de no recordarse a uno mismo las desgracias de la guerra y la prohibición de recordarlas a los demás. Luis Cernuda le da la vuelta en el primer verso de su poema '1936': «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros».

La mejor manera de salir de una guerra civil es por medio de la generosidad del vencedor. Es una idea griega. Pero la amnistía del 403 a. C. no consigue cerrar las heridas del conflicto ni evitar los pleitos en los tribunales. Nicole Loraux sostiene en 'La ciudad dividida' (Katz, 2008) que «el borrado puede ser benéfico cuando el pensamiento, progresando hacia la verdad, se deshace de opiniones erróneas, o nefasto si se trata de suprimir un duelo entrañable».

En este contexto se inserta el proceso a Sócrates en el 399 a. C. Su discípulo Platón (antidemócrata como su tío Critias) y sus seguidores han conseguido imponer la idea de que Sócrates es condenado a beber la cicuta por impiedad y por corromper a los jóvenes. Pero, como apunta el político y orador Esquines, en la época todos saben que es «porque se puso de manifiesto que había educado a Critias, uno de los Treinta que derribaron al pueblo».

La democracia «moderada»

La amnistía (de la que sólo se excluye a los responsables directos de la dictadura: los Treinta y un pequeño grupo de magistrados) no es un deseo unánime de la ciudad, sino de un grupo que, no casualmente, cita al Solón que afirmaba que «es de civismo quitar las enemistades a perpetuidad». Ese grupo, que promueve el olvido de la división en nombre de la concordia, no duda en emplear la violencia: Arquino consigue en el primer año que un combatiente demócrata sea ejecutado por contravenir la amnistía. Una medida brutal en la que subyace el intento de acabar con la confrontación, pero también el de consolidar el dominio de un grupo de demócratas y oligarcas que se alían para configurar un tercer partido: los «moderados», cuyas ideas moldean la democracia del siglo IV a. C.

Pero la moderación depende siempre del contexto. A pesar de no tener un programa político coherente (en la época no existe nada parecido a los partidos políticos actuales), ese nuevo partido es claramente conservador, pues su referente, Solón, nada tiene de demócrata. El fomento de la reescritura de la historia que impulsan los «moderados» (al que contribuye decisivamente Aristóteles), no sólo sirve para enaltecer su ideario, sino también para criticar abiertamente la democracia del siglo V a. C., a la que califican de «radical».

Hasta que es reemplazada por la oligarquía en el 322 a. C. (cuando los macedonios conquistan Atenas), en la democracia «moderada» la vida comunitaria no pierde su pluralidad, y los organismos políticos y los modelos de participación se mantienen. Pero la política se profesionaliza y eso favorece a las élites, cuyo control de las instituciones silencia las voces disonantes y difumina la distancia entre democracia y oligarquía. Y según expone Domenico Musti en 'Demokratía. Orígenes de una idea' (Alianza, 2000), a pesar de que las desigualdades entre ricos y pobres aumentan, la conflictividad se reduce; una situación que «sólo es posible si cada parte social se resigna al rol que poco a poco se le va reconociendo».

Hoy todavía resuenan ecos de la democracia ateniense.

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