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El día de su boda Concha Espina plantó una glicinia en el jardín de su hogar de Mazcuerras, donde recreó su particular y literario Luzmela. Su matrimonio naufragó en una perturbadora infelicidad, pero la planta arraigó y aún hoy envuelve la casa. La escritora es quizá la más reconocida de la extraordinaria generación de mujeres nacidas a finales del siglo XIX –Matilde de la Torre, Consuelo Berges y María Blanchard– en el entorno de Cabezón de la Sal, alrededor de una misma familia a la que Concha se une por su matrimonio. Una vanguardia femenina intelectual y artística truncada por la Guerra Civil aunque, a diferencia de Berges y De la Torre, para ella no supuso el exilio.
La autora acarició el Premio Nobel en nueve ediciones y su condición de mujer le impidió sentarse en la Real Academia –donde sí estuvo José María de Pereda– mientras la Academia de Artes y Letras de Nueva York la nombró miembro de honor. Es la escritora más relevante de Cantabria por su producción literaria completa y extensa: 37 novelas traducidas a varios idiomas, cuatro obras de teatro, tres libros de poemas, ensayos, artículos y crónicas periodísticas. Nacida en Santander, empezó a hacer versos antes de aprender a escribir y publicó sus primeros poemas en 1888 en el periódico 'El Atlántico' con un pseudónimo que inventó desordenando su nombre: Ana Coe Snichp. Para entonces, su familia ya se había trasladado a Mazcuerras donde ella aprendía de forma autodidacta.
Tras perder a su madre reside una temporada en Asturias donde su padre, tras arruinarse, se emplea como contable en las minas. Su matrimonio con Ramón de la Serna, en Mazcuerras, le lleva a establecerse en Chile y tras los problemas económicos de su marido comienza a escribir crónicas en los periódicos. El matrimonio regresa a España en 1898. Un domingo al volver de misa se encontró hechas pedazos las cuartillas que había escrito la víspera. Los celos de su marido y la infelicidad de su relación la determinan a romper su matrimonio. «Se lo que va a preguntar usted. No me haga esa pregunta. Siento el más infinito desprecio por esa persona. No existe», respondió sobre su marido al periodista Alfonso Camín. Así, en 1908 Concha Espina se instala en Madrid con sus cuatro hijos, siguiendo el consejo de Enrique Menéndez Pelayo. En una joyería de la calle San Francisco deja empeñada una sortija de esmeraldas y brillantes para costear la aventura. Al poco, publica su primera novela, 'La niña de Luzmela', que le dio fama como escritora, a la que siguen 'La esfinge maragata', 'La rosa de los vientos' y 'El metal de los muertos', que aborda las duras condiciones sociales de la minería de Río Tinto. En 1926 publica 'Altar Mayor' y gana el Premio Nacional de Literatura. La enorme popularidad de la escritora hizo que tuviese un monumento en vida en los jardines de Pereda, inaugurado por los Reyes en 1927 y sufragado por suscripción popular. En el acto se enterró una urna con una carta de Concha Espina que había de abrirse pasados cien años. Al parecer, será imposible porque una excavadora la trituró en uno de los cambios de emplazamiento del conjunto monumental. En estos años viaja a Estados Unidos para dar un seminario sobre su obra y recorre el Caribe donde recibe sentidos homenajes.
Con la llegada de la República se divorcia y participa en algunas reivindicaciones feministas junto a Emilia Pardo Bazán. Defendía la igualdad, el acceso a la educación de las mujeres y sentía gran preocupación por los más desfavorecidos. Su casa de Madrid era tan frecuentada -desde Santiago Ramón y Cajal hasta Antonio Maura- que estableció los miércoles como día de visita para poder trabajar tranquila el resto de la semana. En una ocasión le envió a Azorín, entonces crítico literario en ABC, un ejemplar dedicado de 'La niña de Luzmela' que a los pocos días ella encontró en un puesto de libros. Dicen que él lo había tirado por la ventana. La Guerra Civil la sorprende en su casa de Luzmela donde narra los avatares que sufrió 'Retaguardia', un manuscrito que enterró en el jardín y que no recupera hasta que los sublevados, capitaneados por sus hijos Víctor y Luis, tomaron el pueblo.
Ella convive sin conflicto con la dictadura y se afilia a la Sección Femenina, postura que la enemista con su amiga íntima, la republicana Matilde de la Torre, a quien desprecia públicamente en algunos escritos. Se instala con su familia en San Sebastián antes de regresar a Madrid donde acaba sus días. Escribe su última novela, 'Un valle en el mar´, a los ochenta años, en la noche oscura de su ceguera ayudada por una plantilla. En ella describe un paisaje que habita en su memoria y que ya no puede ver. Murió el 19 de mayo de 1955 en su casa de Madrid con la misma serenidad y templanza que la caracterizó. Tres días antes mandó un artículo a ABC con una nota: «Les agradeceré que lo publiquen cuando buenamente puedan y tengan espacio». Antes de despedirse de la vida bebió –como acostumbraba– una copa de champán, pidió que la peinasen y preguntó cómo estaban las glicinias de su jardín.
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