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La ecuación juventud-ambición. El tándem autoría joven y desmesura narrativa. Y el equilibrio a debate entre estilo y experimentación. Todo ello, para bien y para mal –para servir de acicate, o bien para mantener discusiones superfluas–, rodea a una novela, 'Los escorpiones' (Lumen), convertida en uno de esos fenómenos esporádicos que surgen en el epicentro del mercado editorial. Pero lo que subyace a las luces de neón, al escaparate y a la apariencia, es una novela que tiene otras muchas entrelazadas en sus entrañas, una narración de más de ochocientas páginas y una escritora de 30 años, Sara Barquinero (Zaragoza, 1994), que demuestra creer en la literatura. Lo que conforma el corpus de 'Los escorpiones' radica en cómo novelar varias novelas entrelazadas, mientras en la superficie el hilo argumental –ese pacto de síntesis y sipnosis que se conceden autor-lector– aborda el retrato enigmático de una pareja, Sara y Thomas, que van anudándose a una enredadera marcada por lo conspiranoico.
Autora: Sara Barquinero.
Editorial: Lumen, 2024.
Colección: Narrativa.
Páginas: 816.
Precio: 22.70 euros.
Un mosaico de poderes indefinidos, políticos y económicos, que no obstante participan de un ideario y objetivo comunes: «Controlar a los individuos a través de la hipnosis y los mensajes subliminales en libros, videojuegos y música para inducirlos al suicidio». Muerte y dolor están detrás del ecosistema, mientras que geográficamente el enjambre narrativo abarca desde la Italia de los años veinte al sur profundo de Estados Unidos en los ochenta, y el presente en ciudades como Madrid y Bilbao, desde un pueblo perdido de la España rural a Nueva York. Y es en ese intercambio de trayectos y escenarios, referencias y pluralidad de estancias donde asoma la angustia existencial, la soledad y esa necesidad primaria de buscar un sentido a la vida. «Me trago un orfidal. Últimamente necesito uno para dormir, en ocasiones dos; hoy no habrá cantidad suficiente de orfidal que me permita hacerlo. Me tumbo en la cama, aún con la ventana abierta y la vista posada en las sábanas que se agitan por las corrientes del aire. Esta es la señal, Sara: ya vale de encerrarse, de huir, de hablar con desconocidos por internet sin atreverte a quedar con ellos. Si querías un signo, aquí lo tienes. Igualito al poema ese de Rilke: mañana todo cambiará, debe hacerlo, debes cambiar tu vida. Pero a mí no me lo dice un torso griego, sino una sábana sucia en una fachada aún peor».
¿Ejercicio de estilo?, desde luego; inmersión literaria y creencia en la palabra, también; pero a su vez se desprende una fe ciega sin afectación, ni ornamentos, ni artificios. Más bien, sorprende la búsqueda al exprimir las posibilidades narrativas desde lo más tradicional a la volcánica recreación, pasando por las encrucijadas de sendas literarias con ansiedad y deseo de lo interminable. Para atrapar al lector hay recursos obvios y no menos evidente es la valentía de la autora al escribir, ese afán por urdir sin límite una magnética historia que son muchas. Y, sin embargo, cabe la confluencia y el territorio compartido. Aquello que dejó escrito Lord Byron –del que se cumple el bicentenario de su muerte–: «El objeto de nuestra existencia está en la sensación». Lo virtual, lo físico, internet y la España rural y profunda, personajes, voces, fragmentación... ; todo sin que se desestabilice la estructura, ni que, más allá de la medida y dimensiones nada habituales de la novela, suponga o conlleve elementos impostados. Barquinero traspasa las líneas rojas del experimento con naturalidad. En sus páginas asoma el dolor y la soledad, la necesidad de creer, las mutaciones tras internet, las incapacidades para llegar al otro. La escritora aragonesa, que debutó hace ya más de tres años con 'Estaré sola y sin fiesta', abandonó un arranque y retomó en la pandemia esta torrencial entrega a la novela. Un prólogo y un epílogo, al modo clásico, enmarcan cinco incursiones narrativas en las que hay resquicios, memorias, lo académico y lo febril (drogas incluidas), los foros de las redes, en un caleidoscopio de referencias reales y otras que no lo son. Una arquitectura que no busca tanto la acción, la evolución de la trama, como sembrar la duda sobre lo verosímil, lo falso, el mantra de la invocación colectiva. Y la ansiedad, la depresión, como un zumbido que atraviesa la conexión entre las criaturas y el lector.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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