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En 'Donde siempre es de día' Isabel Marina muestra una visión esperanzada de la existenciaDividido en cuatro secciones, en 'Donde siempre es de día', su último libro, Isabel Marina (Avilés, 1968) ―autora de libros como 'Acero en los labios' (2016), 'Un piano entre la nieve' (2018) y 'Un árbol que tiembla' (2022), directora de la revista 'Ítaca' y promotora de diferentes actividades relacionadas con la poesía― –profundiza en sus temas habituales: la construcción de la identidad a través de la escritura–―«Solo conozco / una forma de salvarme, / de entrar en mí: / escribir el poema», escribe―, la rememoración de sus antepasados ―–«Ellos ya no respiran / el mismo aire que yo»–, la pasión por la música ―–«Bella como una esfinge, / suyos son los sonidos / de la música de Bach»–―, por la pintura y por los viajes ―–La Habana, Medinacelli, etc.–― o la presencia omnipresente de la muerte ―–«La muerte victoriosa / derrotará a las sombras»–―que no evita que, sin embargo, no excluye una visión esperanzada de la existencia y lo hace con un lenguaje preciso, simbólico en ocasiones pero sin florituras y sin abusar de lo considerado estrictamente poético, un lenguaje más dúctil que solo la madurez poética de Isabel Marina puede manejar sin temor a caer en el sentimentalismo. Una misma corriente de pensamiento que busca capturar los acontecimientos de su vida une los poemas de las diferentes secciones, por eso, en lugar de poemas aislados con un significado propio, en su conjunto, parecen formar parte de un solo y extenso poema, de la misma forma que compartimentar los sucesivos momentos de la vida supone romper esa sucesión y alterar su significado. Cada uno de ellos forma parte de un todo difícil de deslindar, de fragmentar, sobre todo para quien, como en Marina, existe una estrecha relación entre poesía y vida. Ángel Alonso, en el prólogo, afirma que la escritura de Marina, está «indisolublemente unida a sus vivencias, como una forma de ordenar el caos que a todos nos acosa, como una forma de explicarse las maravillas y miserias del mundo, y explicarse también a sí misma».
En 'La última matrioska', primera de las secciones, realiza una profunda indagación en el yo del poeta y lo constata no solo hurgando en el pasado, sino confiando a las palabras un poder de restitución que, sin embargo, no siempre pueden asumir. El poema se ... concibe como escudo, como salvación ante la incertidumbre que acosa al ser, pero también como manera de desvelar el misterio de la existencia. Esta perspectiva metafísica se combina habitualmente con una representación individual de carácter físico.
Autora Isabel Marina
Editorial El sastre de Apollinaire
Páginas 150
Precio 16 euros
Lo corpóreo se afirma también en el poema: «Recluida en mí, / soldada a mis huesos, / como mi propia figura que se levanta / frente al muro donde está todo escrito». En ese tira y afloja confluye en la escritura, que parece tener un poder taumatúrgico: «Escribir consigue / rellenar el vacío, / ahuyentar el vacío, / desdibujar la figura / en el mar de la niebla». Como factores resolutivos en la construcción de la identidad aparecen la música, que acompaña desde la infancia a Isabel Marina: «La reconstrucción empieza / con esa música de Buxtehude, / oculto tras la sombra de Bach», y el pasado personificado en sus padres: «Hay una cuerda invisible /que me une a ellos», escribe. Este pasado cargado de nostalgia imprime a algunos poemas un tono elegiaco que se expande hacia un futuro en el que la poeta ya no estará: «Partiré un día, con la ropa desgastada, / y la imagen de los rostros / que desaparecieron para siempre».
En la segunda sección, «Como pateras vacías», la rememoración es, si cabe, más intensa. No desaparece la incertidumbre identitaria («¿Quién es el que habita mi cuerpo? (¿Quién mira a través de mis ojos?», se pregunta), pero prevalece la búsqueda del origen, de sus raíces, real o imaginado, tanto da si el propósito es encontrar un asidero emocional que refuerce su presencia en el mundo y le facilite el tránsito hacia el más allá, son resignación, pero sin tragedia, aunque para ello antes el mundo deba ordenarse como una partitura, con el arte y la música como balizas que señalan el itinerario vital que conduce a la muerte.
'Donde la muerte no llega' se titula la última sección. Pese a que «vamos creciendo hacia la muerte» y que, cuando esto ocurra, «Nuestro dolor se convertirá / en menos que volutas de humo / que un duende despreocupado / crea con sus labios», hay lugar para la esperanza, y ese lugar está poblado, como no podía ser de otra forma en el caso de Marina, de palabras: «Con las palabras / creas un mapa de afecto, / un lugar concurrido, / una plaza con alma» donde los muertos se encuentren, pero, mientras tanto, la luz del amor ilumina esa plaza y atenúa la sensación de pérdida, el dolor de vivir, vivifica la memoria, ese lugar donde la muerte no llega.
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