
Crónica de costumbres
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En 'Lo propio y lo ajeno', Enrique Bueres hace un análisis, ácido, asentimental, ingenioso y a veces malvado, del universo que todo aquello que rodea el mundo culturalSecciones
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En 'Lo propio y lo ajeno', Enrique Bueres hace un análisis, ácido, asentimental, ingenioso y a veces malvado, del universo que todo aquello que rodea el mundo culturalConocido por su actividad como periodista cultural en diferentes medios tanto escritos como audiovisuales, el oventese, aunque residente en Madrid, Enrique Bueres ha publicado además libros que podríamos denominar como de varia lección ―'Crónica de un viaje' y 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes' y, suponemos, que lo serán también alguno de los que aún permanecen inéditos, como 'Así me lo contaron' o 'La sociedad secreta', por ejemplo―, pues, en general, no podemos adscribirlos a un determinado género, sino que participan de ellos en distintas proporciones. Algo de eso ocurre con 'Lo propio y lo ajeno', su última entrega, subtitulado como relato cultural que gira en torno a las presentaciones de libros, a las conferencias, los museos, los suplementos culturales, etc., todo eso que forma parte del mundo de la cultura, un mundo apasionante, sin duda, pero, me temo, que con escaso interés para la mayoría de los mortales, más pendientes por lo general de otras actividades como la farándula, el cotilleo, la moda ―–todos ellos, por cierto, también presentes en el ambiente cultural–, por no hablar del deporte rey, el fútbol.
Pero el interés de un acto cultural no reside solo en su contenido, sino en la forma de contarlo, en el punto de vista que el testigo imprima a la descripción de los hechos. Enrique Bueres no es eso que se llama «un observador imparcial», si lo fuera, sus crónicas carecerían de pasión porque se limitaría a dar cuenta del citado acto de forma aséptica, informativa, como sucede en la crónica periodista. No es el caso. Ya desde el capítulo I nos advierte que: «En muchas ocasiones, nuestro limitado intelecto y escaso sentido común nos aconsejan abandonar estos nocivos encuentros en que los lectores o los periodistas (a menudo, términos incompatibles) se encuentran cara a cara con las estrellas o asteroides del mundo editorial. Pero, incomprensiblemente, una y otra vez, volvemos a caer en su pernicioso campo de atracción». Obligado, en muchos casos, por las circunstancias, Bueres acude a las presentaciones de libros, pero su capacidad de atención no se centra solo en los discursos, los cuales, en no pocas ocasiones, sirven, más que para elogiar al escritor y al libro que han motivado el acto, para la promoción del maestro de ceremonias –―«… sepa usted que el público no ha ido allí para oírle a usted […] Si usted cree que alguien ha tomado un taxi, cogido un autobús o soportado un metro para escucharle su repertorio de citas en alemán, sepa uste que no puede estar más equivocado», escribe–. Son, además, otros los detalles que le interesan, como el modo de vestir, los gestos de personas del público ―–entre el que se encuentra quien aprovecha para dictar, en forma de pregunta, su propia conferencia–―, las estrategias de escritores con menos renombre siempre a la caza de promoción gratuita o los menús que sirven después en algunas presentaciones de postín, algo cada vez más infrecuente.
Autor: Enrique Bueres.
Editorial: Renacimiento.
Colección: Los cuatro vientos.
Páginas: 170.
Precio: 18,90 euros.
La aparente condescendencia de Enrique Bueres esconde una ácida crítica a la vacuidad que encierran muchas de estas convocatorias, eventos como ARCO: «Después de más de diez años visitando ARCO, la capacidad de sorpresa queda muy reducida, por no decir casi aniquilada. Ya sabes que te encontrarás con muchas instalaciones construidas con muñequitos (nunca faltan barbies), coches en miniatura, horribles manchones de Tàpies y Saura (que por mucho tiempo que lleves viéndolos nunca dejan de pasmarte), muebles cotidianos descontextualizados…».
Además de retratar con una ironía maliciosa, que no maledicente, a los protagonistas y a los personajes secundarios que sustentan el entramado cultural, tal y como hoy lo concebimos, Bueres nos habla de sus manías (hacia la palabra «complicidad», por ejemplo) y nos familiariza con sus amistades, alguna de los cuales no se libra tampoco de sus puyas. Mención aparte merece la narración narra sus viajes a ciudades como Lisboa o Nueva York. No espere el lector encontrar en estas páginas una especie de guía turística ―–pese a que no falten en sus visitas los lugares más icónicos–. Su propósito es otro, porque debe combinar lo profesional como el esparcimiento. Su deambular le conduce a situaciones ciertamente asombrosas. Mientras descansan en las escaleras de MET neoyorquino, son testigos involuntarios, por ejemplo, de una rocambolesca pedida de mano, más propia de un guion cinematográfico: «Mientras bajábamos por las escaleras y nos alejábamos de la singular pareja, el trabajo del proyeccionista continuó suministrándome instantáneas». Pepe Colubi, uno de sus amigos más cercanos, define este libro como «un tratado sobre el bello arte de la casualidad, esa red cuántica de conexiones extrañas, puntuales y minuciosas que salpican nuestra existencia trenzando andamios intangibles». Efectivamente, como dice el texto de la contracubierta, muchos de los asuntos descritos en este libro nos resultan familiares, lo que ya no lo es tanto, es esa indulgente picardía ―–permítaseme el oxímoron–―, esa sátira sin malicia con la que están narrados. Hay reside el mérito de Enrique Bueres.
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