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Soldados alemanes filtreando con jovenes en La Albericia.

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Soldados alemanes filtreando con jovenes en La Albericia. Colección particular
Sotileza

Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria

Treinta radiografías poco conocidas de la contienda y casi 500 imágenes, muchas de ellas inéditas, configuran el nuevo libro de Esteban Ruiz, que huye del relato «dopado de consignas disfrazadas de verdades supuestamente irrefutables»

Jueves, 12 de diciembre 2024, 20:00

Entre la primavera y el otoño de 1937, las ciudades de Vizcaya, Cantabria y Asturias fueron un campo de pruebas para los bombardeos de precisión de la Legión Cóndor, y sus devastadores efectos resultaron determinantes para el rápido colapso de las defensas republicanas del Frente Norte.

Muchos de aquellos jóvenes y arrogantes alemanes que llegaron a nuestra región junto a las tropas franquistas, lo hicieron acompañados de sus flamantes cámaras Leica III. Sus imágenes, en gran parte desconocidas, nos permiten conocer hoy detalles inéditos su actividad diaria y comprobar la crudeza de la vida cotidiana en la Cantabria ocupada.

La campaña para la conquista del norte republicano, un territorio aislado, pequeño, densamente poblado, y rico en tejido industrial, se inició en Vizcaya a finales de marzo de 1937 y contó con el concurso de más de cuatro mil soldados de la Legión Cóndor al frente de unos ciento cincuenta aviones, unidades de apoyo artillero, instructores de carros Panzer I y fuerzas de coordinación y transmisiones.

El libro

  • La obra 'Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria'. Autor: Esteban Ruiz. Editorial: Contenidos.

  • En datos 30 crónicas de momentos, aspectos y situaciones poco conocidas de la guerra civil en Cantabria. 380 páginas y más de 450 ilustraciones, muchas totalmente inéditas. Continuidad del trabajo de investigación iniciado con la publicación de 'Cantabria: voces de la República y de la Guerra Civil'

En el marco de esa ofensiva, la batalla de Santander constituyó una «guerra relámpago» que en apenas dos semanas provocó la derrota de las fuerzas republicanas y la toma la capital. Los aeródromos de Torrelavega, La Albericia y Pontejos, abandonados precipitadamente por la aviación leal, fueron ocupados por la Legión Cóndor para continuar desde allí sus operaciones de castigo sobre Asturias.

En La Albericia se ubicaron los cazas Messerschmitt BF-109, las unidades de bombarderos ligeros, de reconocimiento y de enlace. Por su parte los grandes bombarderos Heinkel He-111 y Dornier Do-17 fueron ubicados en el aeródromo de Pontejos.

El personal de vuelo alemán se alojó en el Hotel Real, y el de tierra en los hoteles Hoyuela, París, Roma e Inglaterra del Sardinero. En Villa Abarca (chalet ubicado entonces en General Dávila) se instaló el cuartel del Grupo de Caza Jagdgruppe J88, y en un barracón del barrio de Tetuán se habilitó un taller para la reparación de los vehículos de su parque móvil.

Desde sus bases en Cantabria la Legión Cóndor bombardeó intensamente los puertos de Gijón y Avilés hasta que, a finales de octubre de 1937, toda Asturias quedó bajo control franquista, dando fin así a la Campaña del Norte.

Santander desde un bombardero alemán

En el otoño-invierno del 36 las incursiones aéreas empezaron a formar parte de la vida cotidiana de Cantabria. La región llegó a sufrir ciento ochenta y nueve ataques (Santander fue bombardeada hasta en treinta y cuatro ocasiones) que dejaron un reguero de destrucción y muerte. En los pueblos y las ciudades, la aterrada población civil se refugió en cuevas, minas, bajo los puentes y túneles, o en los sótanos de los edificios más robustos.

Los alemanes fueron perfectamente conscientes del impacto psicológico de sus bombardeos: mientras nosotros seguimos tranquilamente nuestro camino aquí arriba, a un par de miles de metros de altitud, aseguraba con frialdad Karl Georg von Sttackelberg, reportero del periódico Völkischer Beobachter que participó en una incursión sobre Santander, los que se encuentran ahí abajo estarán escondiéndose y corriendo hacia los refugios subterráneos.

Por su parte, Franz Deumling, piloto de un bombardeo Heinkel, describió con detalle los pormenores de un ataque al aeródromo de Parayas el 28 de mayo de 1937: A bordo del flamante HE 111 con el que volábamos, el observador, cómodo en la cabina de la parte delantera, era el encargado de apuntar y de arrojar las bombas mientras que dos soldados con ametralladoras aseguraban permanentemente el avión. Al alejarse del objetivo observaban (y fotografiaban) los impactos, y si era posible regresábamos a la base «en formación cerrada», por motivos de seguridad y «de cara a la galería», es decir, para «causar buena impresión a la población que daba el paseo vespertino».

La vida cotidiana de los alemanes en Santander

La guerra civil española apareció en el imaginario de aquellos jóvenes nazis como un lugar exótico, perfecto para vivir aventuras, ganar dinero, conquistar mujeres y lograr ascensos. Sobre el terreno fueron unos privilegiados que vivieron una especie de dolce vita en medio de territorios recién ocupados, devastados y hambrientos. En sus cuarteles e instalaciones no escaseaban ni la comida ni la bebida (sobre todo la cerveza importada desde el Tercer Reich) y sus fotografías constituyen documentos de un gran valor histórico en las cuales podemos apreciar su despreocupada actitud cuando estaban fuera de servicio y la miseria y la escasez de la población civil.

Como resultado de una labor personal de investigación y recuperación, avanzo esta pequeña selección de imágenes captadas en los aeródromos de Cantabria, donde se puede ver a los soldados alemanes tomando el sol en tumbonas, bebiendo, coqueteando, jugando al skat, o conversando despreocupadamente. A su alrededor se observan niños, mujeres y algunos prisioneros republicanos que se ocupan del mantenimiento de las instalaciones.

Grupo de niños merodeando en el aeródromo de Pontejos en busca de comida.

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Grupo de niños merodeando en el aeródromo de Pontejos en busca de comida.

En otras fotografías se aprecia la intensa actividad militar que desplegaron en el Puerto de Santander en aquellos meses en los cuales su presencia fue habitual por las calles de Santander, Torrelavega, Santillana del Mar o Comillas. Klaus Köhler, miembro de la unidad antiaérea, apuntó en sus memorias la impresión que causaron a las mujeres santanderinas: Caminamos con nuestros uniformes recién lavados y planchados, con los zapatos relucientes y perfumados, y no nos cansamos de admirar a las ardientes españolas, pero ellas también nos contemplan. Estos alemanes altos y rubios son ahora los leones de Santander. Todas las chicas nos miran con ojos interrogantes. Los rostros morenos y afilados son de nobles proporciones, los cabellos, que caen con exuberancia, son de un negro azulado, y los grandes ojos irradian una calidez luminosa e intensa.

La mayor parte de los miembros de la Legión Cóndor murieron en la II Guerra Mundial, y los que sobrevivieron se encontraron con la sorpresa de que, en la posguerra, estuvo mal visto haber combatido en España, arrastrando para siempre el estigma del brutal bombardeo a la población de Gernika, apenas un anticipo de la brutal capacidad de destrucción que la aviación nazi demostró una vez iniciada la segunda Guerra Mundial.

Nota al pie:

Extracto del libro 'Crónicas Secretas de la Guerra Civil en Cantabria' de próxima aparición.

Una inmersión que «huye del relato sesgado y dopado de consignas»

Por Guillermo Balbona

'Presencia y mirada de la Legión Cóndor' es uno de los treinta epígrafes y apartados que estructuran las 'Crónicas secretas de la Guerra Civil en Cantabria', una obra ingente que verá la luz en las próximas semanas. Esteban Ruiz (Los Corrales de Buelna, 1962), sociólogo, editor y gestor cultural, es el autor de esta obra editada por Contenidos. Retratos, aspectos y situaciones, a menudo cotidianas, pero poco conocidas de la trastienda del periodo bélico, trazan un caleidoscopio y una mirada poliédrica de la contienda. Además, más de 450 imágenes, muchas de ellas inéditas, completan este acercamiento insólito. Un ejemplo de ello será el capítulo dedicado a narrar e ilustrar una sorprendente «vida cotidiana de los nazis en Santander». El diálogo ilustrativo y enriquecedor, entre el testimonio gráfico y los textos, se sustenta en las imágenes «rescatadas de archivos y colecciones privadas para ser mostradas por vez primera en esta crónica». La obra se postula como «una de las múltiples miradas posibles sobre lo acontecido durante la guerra civil en Cantabria».

Esteban Ruiz matiza que sus crónicas –incómodas en muchas ocasiones– «no han sido concebidas para adular las creencias o los imaginarios de nadie. No reconocen un bando bueno y otro malo porque no están concebidas para ello. Frente a la aceptación acrítica de algunos dogmas –que cada vez esconden de la peor manera sus trucos y fragilidades– he tratado en todo momento de huir del relato sesgado y dopado de consignas disfrazadas de verdades supuestamente irrefutables».

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